Agua para mi molino

Oct 22 • destacamos, principales, Reflexiones • 3219 Views • No hay comentarios en Agua para mi molino

Clásicos y comerciales

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POR CHRISTOPHER DOMÍNGUEZ MICHAEL

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La queja, tan antigua como Colón, de que el Nuevo Mundo nada tenía que aportar al viejo a no ser por las civilizaciones mesoamericanas colapsadas ante el Descubrimiento y la Conquista, recibió por lo menos dos respuestas durante el siglo pasado. Una, la de Luis Cardoza y Aragón quien propuso al muralismo mexican o como “la única contribución original de América al arte universal” y otra, más modesta, la de José Gaos. El filósofo peninsular, llegado a México con la diáspora republicana adujo que el ensayo literario era la forma prosística y filosófica más propia de los hispano–americanos, que para él eran los españoles y quienes escribían en castellano en esta orilla del Atlántico. Quizá Gaos no ignoraba que esos ensayos, nacidos entre nosotros con Miguel de Unamuno, eran propios de todos aquellos países inseguros, en plena adolescencia, de su identidad, fuese la mexicana, la argentina o la de la India.

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Más allá de originalidad o no, el ensayo de ideas, literario o filosófico, es muy propio de nuestra lengua. Idiosincrático, digamos. Pero esa afición no se quedó en los clásicos como Ortega y Gasset, Martínez Estrada, Reyes, Zambrano, Vasconcelos, Arciniegas, Uslar Pietri, Paz o Savater, Sucre o Cobo Borda, ni en nuestros contemporáneos ya maduros, como Carlos Granés, Jordi Gracia, Wilfrido H. Corral, Roberto Merino, Sergio González Rodríguez, Fabián Casas o Rafael Rojas, entre otros. A mi maletín de las novedades han llegado, muy recientemente, algunos ensayos notables, como el del colombiano Sebastián Pineda Buitrago (Medellín, 1982), Tensión de ideas. El ensayo hispanoamericano de entreguerras (UANL, 2016) que hoy reseño y al cual se sumarán, durante los próximos meses, los de Mario Murgia, Gabriel Bernal Granados (ya en un veterano en el arte de ensayar), el poeta Rafael Torres Sánchez y Óscar Xavier Altamirano, quienes abordan temas tan disímiles como Milton y el romanticismo, el arte del fracaso, Balzac y los historiadores o Edgar Allan Poe.

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Tensión de ideas es el resultado de la lectura hecha por una nueva generación de nuestros grandes ensayistas, refiriéndose, Pineda Buitrago, en su prólogo, a verdades no por consabidas inútiles de repetir, como que lo académico no le quita lo valiente al ensayista, es decir, su amor a la lengua, reactivo el autor, colombiano al fin, a las jerigonzas que han violentado el género. Quienes –yo al menos– hacemos ensayos en la prensa literaria y no en la academia, estamos lejos de condenar a todo el saber universitario. No se podría hacer crítica sin Curtius, la escuela de Ginebra, Auerbach, Barthes, Kermode, Steiner, Gutiérrez Girardot (figura capital en Tensión de ideas), Bloom, Camille Paglia o Edward Said (para poner a uno que me cae mal), todos ellos finos herederos del doctor Johnson, con sus traspiés y equívocos propios del errar humano en sus dos sentidos. De este último no queda exento Pineda Buitrago, como veremos.

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Sabe el autor qué es ensayo y qué no lo es y extiende su manto protector hasta aquellos novelistas quienes, mucho antes que se difuminasen los géneros, acontecimiento dizque posmoderno, hicieron novelas–ensayos, como Proust, Mann y Musil, así como exige la adopción, siguiendo a Gaos, no sólo de Ortega, si no de Eugenio d’Ors. Pineda Buitrago se mete en honduras hegelianas y explica aquello de la “prosa del mundo” para vindicar a Menéndez Pelayo y asegurar, con el respaldo de Rafael Gutiérrez Girardot y de David H. Hirsch que la exclusión de la historia de la logorrea teórico–literaria de la segunda mitad de la centuria pasada mucho tuvo de culpa ante el doble totalitarismo y su catástrofe bélica. Se trataba de crear modelos asépticos resguardados de la imponderable historicidad.

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Pineda Buitrago sigue a Sarmiento por los caminos de Alemania, lamentándose la atomización de la América española que castró a nuestras repúblicas bobas y las despojó de una centralidad que hubiese desplazado a la ya alicaída España, como también lo sospechó Vasconcelos, otro de los infaltables en Tensión de ideas donde se examina, con otros ojos, la falsa no modernidad de don Marcelino, no sólo crítico sino gran historiador cuya obra tan vasta pone en fuga a los flojos y de Donoso Cortés, quien alimentó a Carl Schmitt, el jurista nazi que tan interesante les ha resultado a los postmarxistas, ávidos de pintar su raya con la, una vez más desahuciada, democracia liberal.

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El joven crítico colombiano, de intachables credenciales académicas, interroga sin contemplaciones a Gracia, biógrafo de Ortega, e intrusivo le pide peras al biógrafo: la intimidad del filósofo español. Más interesante es la vindicación, en Tensión de ideas, de d’Ors, un iluso en la eternidad de lo greco–latino, lo cual lleva a Pineda Buitrago, en una faena de excelente ensayista, a escribir un elogio de la Ciudad de México de aquellos que sólo pueden escribir los colombianos o los chilenos.

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No le faltan sus defectos al libro. Es a la vez impetuoso y ampuloso. Me recuerda a mi propio Tiros en el concierto de hace veinte años. En Tensión de ideas, es lástima, menudean imprecisiones molestas sobre historia de México, que no denotan extranjería sino descuido y el ensayo final sobre Paz es malo. Al principio sigue a su maestro Anthony Stanton sin aportar gran cosa y luego, por aquello de que “la academia se abre a palos”, arremete contra Paz con una cita de Benjamin que le habría sido muy útil a Aguilar Mora en La divina pareja. Historia y mito en Octavio Paz (1978), lo cual está muy bien pues es notorio que Pineda Buitrago heredó de Gutiérrez Girardot cierta antipatía por Paz. Pero a ello sigue, una condena de El mono gramático donde dice Pineda Buitrago, que allí las palabras de Paz “saltan como simios parlanchines para no tocar el suelo: no se tienen en pie, no rinden cuentas”. Más faena taurina que crítica, la frase, no requiere de mayor demostración ni político–teológica ni matemático–geométrica, lo cual es de lamentarse en un ensayo cuyo telón baja con una cita de Spinoza. Todos los grandes ensayistas son críticos, dice una cita de Sebastián Pineda Buitrago. Ese será, creo yo, su derrotero.

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FOTO: El ensayista colombiano Sebastián Pineda Buitrago interroga en su nuevo libro las obras de Marcelino Menéndez Pelayo, Jordi Gracia y Octavio Paz./Foto tomada del perfil de Facebook de Sebastián Pineda Buitrago.

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