André Téchiné y la sumisión desastrosa 

Oct 3 • Miradas, Pantallas • 5574 Views • No hay comentarios en André Téchiné y la sumisión desastrosa 

POR JORGE AYALA BLANCO

 

En Riviera Francesa (L’homme qu’on aimait trop, Francia, 2013), autoconsciente filme 21 del crítico de cine vuelto elegante estilista fílmico de 70 años André Téchiné (Rendez-vous 85, Los juncos salvajes 94), con guión suyo y de Cédric Anger basado en el libro autobiográfico de Renée Le Roux y su hijo agazapado Jean-Charles glosando e intentando explicar hechos verídicos ocurridos en Niza hacia 1975, la hipervital veinteañera Agnès (Adèle Haenel matizadísima) regresa a Francia tras un divorcio en África para retomar el hilo normal de su vida independiente con una boutique de libros y artículos exóticos en la Riviera Francesa donde su otrora poderosa madre dueña de un casino Renée Le Roux (Catherine Deneuve rígida y veteranísma) lucha a brazo partido contra las dificultades económicas y las continuas trampas que tiende la mafia para arruinar a ese establecimiento del que ha debido tomar las riendas personalmente, pero la joven se dejará seducir por el resentido abogado ambicioso (ya cuarentón con esposa e hijito y amante) al relegado servicio materno Maurice Agnelet (el soberbio Guillaume Canet de Atrévete a amar diez años mayor), quien manipuladoramente va a conectarla con el capo mafioso Fratoni (Jean Carso autoparódico), la hará traicionar a su expulsable madre en el consejo directivo del casino para provocar el cierre de éste (con el consecuente despido de 350 trabajadores), y al final, tras despojarla también de sus depósitos bancarios, cortarla cruelmente, dejándola en el desamparo y con una pavorosa cruda moral que llevará a la chava a la tentativa de suicidio y acto seguido desaparecer para siempre sin dejar rastro, pero la madre Renée organizará una cruzada legal contra el presumible culpable para juzgarlo y encarcelarlo tres veces durante otras tantas décadas.

 

La sumisión desastrosa hace una extraña mezcla de drama familiar (hija y madre enfrentadas por poderes fácticos e ilusiones románticas), tragedia pasional (entre la contenida égida chejoviana y la frágil intensidad protofeminista de la Livia/Senso de Visconti 54), melodrama financiero (la alegría de vivir del autogolpe y las deslealtades por voto inducido en un consejo de administración), thriller mafioso de época (realista y evocador a un tiempo), fantasía paisajística (en motocicleta, a ráfagas de cámara voladora), misteriosa historia de un crimen verdadero (sin pruebas ni cadáver) y vivisección naturalista de un cine-juicio tribunicio (alegador y proferido en la mejor tradición del Jean Renoir de La perra 31), pero, como siempre ha sucedido en la originalísima e intergenérica obra fecunda de Téchiné (de El lugar del crimen 75 a Los ladrones 96), sorbiendo la savia de todos los géneros transitados, trascendiéndolos, sin quedarse en ninguno, y de inmediato desechándolos, cual cáscaras ya inservibles e insípidas.

 

La sumisión desastrosa demuestra que el arte de Téchiné sigue siendo en esencia el mismo que, por excepción, a propósito de su temprana obra maestra Recuerdos de Francia (75), el teórico literario de culto Roland Barthes definió como “un arte más elíptico que alusivo, muy legible y sin embargo libre de cualquier prejuicio narrativo (por consiguiente un poco enloquecido)”, un “nuevo arte novelístico” porque “sí, la novela está allí; no a título de género narrativo ni de pathos psicológico, sino por una necesidad del lenguaje; Téchiné sabe que los géneros no son ni buenos ni malos en sí mismos, sino que cada uno se encuentra ligado a alguna gran estructura de la Historia humana: la familia burguesa no puede ser expresada más que a través de la novela, pues son la misma cosa”, pero “el relato de Téchiné es no obstante muy perverso: por una parte, los episodios, separados unos de otros, son absolutamente significativos: son momentos preñantes, como lo quería Diderot, o rasgos de gestus social, como lo quería Brecht (dicho sea de paso, el filme de Téchiné es una obra por completo brechtiana, pero, afortunadamente, eso no se nota); por otra parte, esos episodios son tan diáfanos, tan seductores, que crean lo que podríamos denominar agujeros de narración; aunque, paradójicamente, son esos agujeros los que hacen avanzar y significar a la trama, sin el lastre de la temporalidad progresiva (y falazmente progresista): el tiempo ya no es un engaño”, pues su “acierto consiste en aplicar en el cine lo que ya sabíamos sobre los lapsus del sujeto que narra” (Le Monde, 18-IX-75), mas ahora en filigrana.

 

La sumisión desastrosa se aferra en todo momento, con profunda capacidad introspectiva, a un apremiante estudio de caracteres, al retrato balzaciano de Una mujer de treinta años (bueno, casi: 29), sensible, vibrante, reconcentrada en su rol voluntario de obnubilada y omnicomplaciente víctima sentimental por amor, sublime desafiante, y al de su victimario implacable, verdugo y explotador, más allá del estereotipo del arribista villano cínico, para hacer de éste el arquetipo y emblema de un hombre fatal perfecto, desglamourizado, en seco, ambos antagonistas en un campo de batalla desigual donde también se enfrentan, con marcadas malvadas líneas de fuerza posFassbinder, la vitalidad del desatado baile africano femenino y el cálculo virilista sin escrúpulos, el rostro de tristeza infinita de la humillada demandante de amor versus la vesania del gélido macho retorcido (“Pide perdón, pídeme perdón, y ahora sonríe”).

 

Y la sumisión desastrosa se identifica finalmente, de extrañante manera brechtiana pero emotiva y solidaria, con el apólogo-atestado verbal de la figura señera de la madre, ya antes capaz de empujar la silla de ruedas de una anciana apostadora en la ruleta y ya capaz de igualarse canoramente con el joven chofer transalpino Marco (Mauro Conte) que la conducía al regio palacete femenino, aunque ahora alienada por completo, deshijada y combativa, plena de estoicismo, dignidad inflexible y empecinada vocación de martirio (¿como la película misma?), con perpetuo rictus permisivo.

 

 

*FOTO: Riviera Francesa, con Catherine Deneuve, Guillaume Canet y Adèle Haenel, se exhibirá en la Cineteca Nacional del 5 al 7 de octubre/Especial.

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