Bailar más allá del Atlántico

Jul 25 • destacamos, principales, Reflexiones • 10544 Views • No hay comentarios en Bailar más allá del Atlántico

POR VERÓNICA SÁNCHEZ

 

Hamburgo.- En uno de los salones donde ensaya una de las compañías de ballet más prestigiosas de Alemania un bailarín mexicano experimenta un momento creativo.Inspirado en el poema Paraíso Perdido de John Milton traza los pasos de una coreografía que su intuición le va diciendo. A su lado tres bailarinas de China, Sudáfrica y Estados Unidos y un bailarín ucraniano lo siguen con la mirada y el cuerpo.

 

El mexicano se llama Braulio Álvarez. Baila ballet desde que tenía cuatro años y es parte del Ballet de Hamburgo desde hace seis años. Esta tarde de viernes de enero prepara la pieza para la gala anual donde integrantes de la compañía presentan sus propias coreografías. Una actividad que organizan en sus ratos libres y en la que participan como ejecutantes o como coreógrafos. “En Alemania además de que puedes trabajar mucha técnica, hay algo más que puedes hacer y que es para  mi lo importante: crecer como humano, como persona, como artista”, me dice al término del ensayo.

 

Estamos sentados en la biblioteca del Balletzentrum Hamburg – John Neumeier, un edificio de ladrillos café rojizo que acoge los salones de la escuela y de la compañía del ballet del estado. Braulio se ha cambiado las licras y las zapatillas por jeans, tenis y un saco de mezclilla con una colección de parches (uno de la bandera de México), y está hablando de lo que busca lograr con una coreografía. “Más que crear movimientos que impresionen a la gente, quiero crear una atmósfera, un universo donde la gente se pueda meter, y no sé, mostrar lo que yo tengo en la cabeza, ese sentimiento”.

 

En 2007, Braulio, entonces de dieciséis años, estuvo en la posición de elegir entre cuatro escuelas de compañías de Estados Unidos y Europa para continuar sus estudios: de Houston, Múnich, Basilea y Hamburgo. Los directores de éstas le ofrecieron becarlo en las audiciones que se realizaron durante el Prix de Lausanne. Un prestigiado concurso de ballet al que acuden futuras estrellas de las compañías del mundo.

 

Aunque la decisión era un asunto complicado Braulio tenía claro algo: no tomaría la oferta de Houston. “Yo nunca he sido muy acrobático”, confiesa. “Estados Unidos se fija mucho más en lo deportivo del ballet: cuánto puedes girar, cuánto puedes brincar y aquí (en Europa) de alguna forma se fijan más en lo artístico”. Braulio mide 1.85 m y posee lo que él describe como un buen físico. Erguido y con sus músculos marcados en piernas, brazos y abdomen tiene una fina presencia en el escenario. En cada ballet que interpreta se mete a fondo en los personajes aún y cuando muchas veces éstos pertenecen al ensamble.

 

Braulio escuchó que en Hamburgo enseñaba un profesor famoso por preparar a hombres, Kevin Heien, y decidió venirse al estado del norte de Alemania. Al graduarse a los dos años la compañía lo contrató para integrarse como aprendiz y luego como parte de su corps de ballet. Valoraba su capacidad artística por encima de su número de giros.

 

El Ballet de Hamburgo es una de las compañías más atractivas para bailarines profesionales de todo el mundo. En la mesa del restaurante de la Deutsche Oper, en Berlín, un sábado de la primavera de 2014, Elisa Carrillo mencionó a John Neumeier, director artístico de la compañía, entre los coreógrafos con los que le interesa trabajar en un futuro.  Interpretar su ballet La Dama de las Camelias, me dijo la bailarina principal mexicana del Staastsballett de Berlín, se encuentra en la lista de los que aún le faltan por bailar y le gustaría.

 

Neumeier es autor de más de un centenar de ballets y es conocido por extraer de cada bailarín no sólo su lado más artístico, sino el más humano. Desde que asumió la dirección de la compañía (hace cuarentaidós años) puso énfasis en el desarrollo de la creatividad de sus bailarines y estableció iniciativas como la gala que ellos preparan cada año. “El entrenamiento de la individualidad es extremadamente importante”, dice el coreógrafo estadounidense en un video del portal del Ballet de Hamburgo. Pero eso no significa que apruebe todo lo que los bailarines van creando. “Hace dos años hice una coreografía con los bailarines de la Compañía Nacional de Danza de México y después quería mostrarla aquí, pero el director me dijo: no me gusta”, recuerda Braulio.

 

La sobriedad del edificio donde entrena el bailarín mexicano contrasta con el lujo del teatro en el que se presenta cada semana. En la Hamburgische Staastoper hay mujeres que acuden de vestido largo y hombres trajeados con sombrero de copa.  En las paredes claras de los estudios no hay más que los espejos, las barras y las cortinas blancas. Una bailarina en arabesque esculpida en bronce y algunos cuadros viejos de Nijinski, un ballet de Neumeier inspirado en su ídolo ruso, Valsav Nijinski, decoran el vestíbulo. “Es un lugar sin pretensiones”, asegura el coreógrafo  en el video, “una tierra fértil para crear”.

 

Braulio creció brincoteando en la escuela de danza de su mamá Irasema de la Parra. Ella preside la Sociedad Mexicana de Maestros de Danza y organiza uno de los concursos más populares de ballet de niños y adolescentes. “Pero no es que ella me haya metido bailar”, me aclara. “También estuve en taewondo, esgrima y en la Escuela Nacional de Música, pero siempre quise regresar al ballet. A los once dije que quería ser bailarín”.

 

Cuenta que a los catorce acudió con una amiga a la audición que hizo en México una preparatoria de artes de California, la Idillwild Arts Academy y que el director le ofreció una beca. Pero su mamá, dice, escondió la carta de la oferta. “Pensaba que estaba muy chico para irme de la casa”. Durante un año el maestro siguió enviándole invitaciones, pero hasta que cumplió quince, su mamá dio su apoyo para que emprendiera su formación en el extranjero. Dos años después, participó en el Prix de Lausanne y dio el salto al otro lado del Atlántico.

 

A 656 kilómetros hacia el sur de Hamburgo dos mexicanos más despuntan rápidamente en otra compañía emblema del país germánico: el Ballet de Stuttgart. A sus veintitrés y veintiún años, Rocío Alemán y Pablo von Sternenfels bailan ya en la posición de demi solistas, dos debajo de la más alta en una compañía.

 

Rocío Alemán y Roman Novitzky en "Slice to Sharp", del coreógrafo Jorma Elo


Rocío Alemán y Roman Novitzky en "Slice to Sharp", del coreógrafo Jorma Elo

Foto: Cortesía del Ballet de Stuttgart.

 

En el mundo de la danza, el Stuttgart Ballet es famoso porque lo dirigió John Cranko (1927 – 73). En doce años el bailarín y coreógrafo sudafricano transformó el grupo clásico más antiguo en Alemania en una compañía carismática, teatral e innovadora además de componer un repertorio presentado actualmente en todo gran teatro: Romeo y Julieta, Onegin, Carmen, etcétera. Por ahí han pasado bailarines y coreógrafos como Neumeier y la mexicana Elisa Carrillo.

 

Pablo y Rocío recorrieron la ruta natural para llegar a la compañía. Iniciaron en el ballet de niños y su entrada a la John Cranko Schule fue la beca que sus directivos les dieron al verlos durante un concurso. A Pablo en el Festival de Danza de Córdova y a Rocío en el Youth America Grand Prix. Al terminar su estudios audicionaron para la compañía y los contrataron.

 

Será la disciplina del ballet o el que desde chicos aprendieron a valerse por sí mismos lejos del nido, el hecho es que los tres proyectan una madurez al hablar de sus trayectorias, sus sueños, los retos que han enfrentado y de los rezagos en la cultura en México.

 

Converso en la línea con Pablo en los treinta minutos de descanso que tiene entre un ensayo y otro. Esta noche de febrero interpretará a Lensky de Onegin, uno de los ballets estrella de Stuttgart. Le pregunto qué consejo le daría a los chicos que sueñan con ser bailarines. “No hay nada en esta vida que no se pueda lograr. Si se quiere algo, lo único que hay que hacer es hacerlo”.

 

Pablo von Sternenfels en "Work within Work", de William Forsythe


Pablo von Sternenfels en "Work within Work", de William Forsythe

Foto: Cortesía del Ballet de Stuttgart.

 

Hablamos del estigma que en México tienen los hombres que se dedican a la danza clásica, empezando por sus familias. “En la mía, el apoyo fue totalmente abierto”, me dice. No resulta extraño. Su padre Eduardo von Sternenfels fue un actor de teatro y uno de sus hermanos es músico de jazz y otro estudia para cineasta. Su madre es promotora de cultura. “No hubo ningún prejuicio hacia los bailarines hombres ni hacia los homosexuales, que ese es el prejuicio: si los chicos son bailarines son homosexuales”. Fue en la primaria donde algunos amigos saltaron cuando les dijo que se cambiaba a una escuela de danza. “Pero desde que soy niño nunca tuve pena de decir que era bailarín, es algo que hice consciente para que se respete y se sepa que también nosotros hacemos ballet”.

 

Cuando a los dieciséis años le ofrecieron la beca para Alemania él se encontraba estudiando en la Escuela Nacional de Ballet de Cuba. ¿Cómo fue el cambio del Caribe a la Europa continental? “Un shock”, responde. “Hace mucho frío, pero no hay nada a lo que el hombre no se pueda acostumbrar”.

 

“¿Y cómo le haces para no extrañar?”

 

“Me traigo mis chiles enlatados y ya encontré aquí un lugar donde venden harina de maíz para hacer mis tortillas y tamales”.

 

La vida de los bailarines se enmarca en una rutina dura y repetitiva. Inician a las diez de la mañana con la clase diaria y en la tarde ensayan los ballets de la temporada. Al menos tres días a la semana se presentan en los teatros de las casas de estas óperas alemanas. En el teléfono, Rocío me cuenta que tiene una estrategia para no cansarse de la misma práctica. “Todas las mañanas me pongo un nuevo objetivo y me enfoco en las correcciones que me hicieron los maestros el día anterior”.

 

Los mexicanos llegaron a un país donde la cultura es asunto prioritario. Mientras en otras economías se recorta su presupuesto, aquí va en aumento. El año pasado el Bundestag incrementó 4.26% el presupuesto a la cultura, llegando a un total de 1.34 billones de euros. Pero eso sólo representa el 13.7% del total que se le destina. Debido a la política de “federalismo cultural”, que se refiere a que cada estado es responsable de fomentar su propia cultura, la mayoría de los recursos, el  87.4%, lo aportan los estados y municipios. La cifra entonces oscila alrededor de los 10 billones de euros.

 

Al igual que los músicos o actores de instituciones públicas, aquí los bailarines son considerados trabajadores del Estado y tienen los mismos beneficios que cualquier servidor público. En Hamburgo tienen un contrato de doce meses y reciben bonos dos veces año. Pero, aún con las ventajas que ofrece Alemania, Braulio y Pablo desean un futuro en México aportando todo lo que han aprendido. Ya sea en la danza o en otro campo artístico. Rocío no se ha visualizado de regreso. Por ahora, en su horizonte hay sólo un objetivo: “Quiero ser primera bailarina en Stuttgart”.

 

Antes de despedirnos, Braulio saca de su mochila una muestra del programa de la gala para la que se prepara. Además de participar con su coreografía, me explica, este año es el coordinador de las cinco funciones del evento. “En un futuro me gustaría hacer un ballet completo”.

 

 

*FOTO: Desde hace varios años, el mexicano Braulio Álvarez forma parte del Ballet de Hamburgo. En la imagen, el bailarín a las orillas del lago Alsterfontäne, en esta ciudad alemana./Verónica Sánchez.

 

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