Barry Jenkins y el crecimiento afroheterodoxo

Ene 28 • Miradas, Pantallas • 4128 Views • No hay comentarios en Barry Jenkins y el crecimiento afroheterodoxo

POR JORGE AYALA BLANCO 

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En Luz de luna (Moonlight, EU, 2016), desolador radical segundo filme del guionista-director afroamericano independiente nacido en Miami de 37 años Barry Jenkins (cortos previos como Mi Josefina 03; primer largo: Medicina para la melancolía 08), con guión suyo basado en un argumento de Torell McCraney, Globo de Oro a la mejor película dramática en 2016, el precozmente melancólico niño afroamericano semiabandonado tan desvalido como su cabecita al rape y su bemba angustiada Little/Pequeño Chiron (Alex Hibbert desazonantemente inerme) solía huir despavorido de su energuménica madre putiadicta al crack Paula (Naomie Harris), tanto como de su feroz grupo de iguales en medio de la hostilidad reinante en los suburbios miserables de Miami (tema de la fuga de sí mismo ante la violencia real y la introyectada), y se parapetaba en una caseta abierta para protegerse, cuando entra en contacto con el implacablemente contradictorio afrodealer gigantón Juan (Mahershala Ali carilarga magnífico) y de su novia sabiamente afectuosa Teresa (Janelle Monaé) que lograrán ir sacándolo poco a poco de la hermética incomunicación desesperada en que vive hundido (tema del acorazamiento en el silencio), hasta que (“Eres bueno para cuidarte solo”) sea decepcionado moralmente en lo más hondo, primero por el amiguito cubanoamericano Kevin (Jeden Piner) que da preferencia a otras relaciones más alegres, y en seguida por sus figuras putativas vueltas primarias, al enterarse de la verdadera naturaleza delictuosa de ellas (tema del parental refugio reiteradamente airado), pese al extraño pacto tácitamente contraído con la madre drogadicta para suministrarle sobrecitos gratis a cambio de poder ocuparse de su chavito; luego, ya en la adolescencia, siempre desechado por una madre cada vez más degradada y ajeno a los bestiales lances heterosexuales de sus compañeros, el lamentable chavo en que Chiron se ha convertido (Ashton Sanders estoicamente afianzado) continúa vagando sin arraigo (tema de la errancia urbana cual ánima en pena), cuando cierto día raído en la playa acepta con sorpresa pero de buena gana los avances y besos cariñosos de su crecido amigo Kevin (Jharrel Jerome) eróticamente más precoz que él y muy pronto patéticamente perdido (tema del súbito descubrimiento efímero del amor homosexual), cuando el atónico resistente Chiron deba sufrir una salvaje golpiza de parte de su propio objeto del deseo, obligado por un pandillero escolar, aunque de repente tome así conciencia de su real poder (tema de la modificación posible de actitud y comportamiento en forma definitiva), quebrándole la espalda a sillazos metálicos al porro hostigador en plena clase (tema de la volitiva insumisión sustancial), poco importa si, a consecuencia de ello, todos vayan a dar a la cárcel, y el héroe deba exiliarse hacia la intemperie brutal de Georgia, en Atlanta, donde habrá de madurar, fortalecerse y reaparecer transformado en un musculoso capo de dealers contradictoriamente implacable a quien apodan Black (Trevante Rhodes intimidante) y que, a semejanza de su antiguo educador afrocriminal (tema del irónico eterno retorno pedagógico), a nadie perdona, hasta aprovechar un telefonema del ahora cocinero Kevin adulto (André Holland) para reanudar con él una relación romántica largamente interrumpida (tema del romance en la ignominia), coronando así su crecimiento afroheterodoxo.

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El crecimiento afroheterodoxo hace de cada uno de sus hechos y temas una especie de nervioso y abrupto delirio agitado en busca de aquietarse, pacificarse, y devenir un delirio tranquilo, sereno, que para eso está la falsamente amateur calidad fotográfica coloquial de James Laxton filmando a la altura de los ojos del niño y luego del adolescente y el fiero adulto.

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El crecimiento afroheterodoxo se apoya en bellas imágenes-duración inquietantes y contundentes como la del niño enjabonado dentro de la tina o el inserto de la arena apretada por la mano del adolescente al recibir su primer beso viril, pero también se auxilia con nerviosos ritmos cambiantes como la cámara compulsiva del arranque dando vueltas sobre dealers callejeros, y asimismo con efectos de diseño acústico al estilo de las elipsis sonoras clave (esa inaudible furia gritoneante de la madre y demás en varias ocasiones) o el perturbador sueño deseante de Chiron con voz de chica al ser sodomizado por su amigo, o bien con meros efectos de montaje tipo la diversidad de enfoques multiangulados del adulto estático Kevin fumando a las puertas de su cafetería, porque de lo que se trata es de lograr transmitir estados de ánimo y pulsiones vitales por medios estrictamente audiovisuales.

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El crecimiento afroheterodoxo se divide en tres partes bien marcadas con número y subtítulo apenas empezada la nueva acción en la existencia de I. Little/ II. Chiron/ III. Black, no sólo para seguir tres de sus edades y sus etapas evolutivas, sino para ante todo observar, desentrañar, vivenciar, viviseccionar y hacer sentir desgarradoramente, desde adentro y desde afuera del personaje, la continuidad de una determinante experiencia traumática, sus nódulos e intensidades, y la sencillísima exasperada necesidad de recibir y dar afecto, de hallar objetivos, fuentes y refugios en figuras sustitutas, el continuum de las urgentes y dolorosas e inaplazables vicisitudes que habrán de engendrar, a dar a luz en la luz de luna se la tristeza (blue) al verdadero Sharonne, el tosco parto y la conquista y el triunfo de la construcción de la identidad.

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Y el crecimiento afroheterodoxo enfila siempre y al fin llega a lo que será la gran mudanza de régimen expresivo del filme, al enorme vuelco grácil y a la inmensa mutación duradera, al desembocar en las maduras figuras por fin abrazadas dentro de una cenicienta atmósfera claustral de cálida y reposante intimidad absoluta, más allá de “la crisálida de los adioses irremediables/ con que hemos de embalsamar el futuro” (Salvador Novo en Nuevo amor).

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FOTO:  Luz de luna, de Barry Jenkins, se proyectará en la Cineteca Nacional hasta el 2 de febrero.

Crédito de foto: Especial

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