Brandon Cronenberg: regresa la nueva carne

Jul 7 • Miradas, Pantallas, principales • 4173 Views • No hay comentarios en Brandon Cronenberg: regresa la nueva carne

POR MAURICIO MONTIEL FIGUEIRAS

 

Hijo mayor de la pareja formada por el reconocido cineasta canadiense David Cronenberg y Carolyn Zeifman, quien fuera asistente de producción en Rabia (1976), Brandon Cronenberg nació en Toronto en 1980, es decir tres años antes de que su padre realizara Videodrome, la película que festejaría las bodas de la tecnología y el cuerpo humano con una noción revolucionaria: la nueva carne. A tres décadas de su lanzamiento, Videodrome (1983) sigue ejerciendo una gran influencia quizá no tanto en el terreno estrictamente fílmico —el tiempo, ya se sabe, suele ser cruel con los efectos especiales— como en el campo de las ideas, donde ha tenido ramificaciones insospechadas gracias a distintas disciplinas artísticas.

 

El anhelo profético con que Max Renn (James Woods), director de un canal porno por cable, busca acceder a otra fase de la existencia al pegarse un balazo con la pistola integrada a su organismo ha heredado un eco indeleble: “Larga vida a la nueva carne.” Aunque Brandon Cronenberg afirma que el contacto más temprano con la obra de su padre se dio al acudir al rodaje de La mosca (1986) —“Creo que crecer tan cerca de él y su cine no me ha permitido ser influido de un modo normal”, abunda—, lo cierto es que el eco benéfico de Videodrome se puede oír con claridad en Antiviral (2012), la cinta que Brandon estrenó en la sección Un certain regard del Festival de Cannes y que pese a las críticas encontradas constituye una de las óperas primas más prometedoras y perturbadoras del panorama contemporáneo. Si bien no es un novato tras la cámara, ya que tiene en su haber dos cortometrajes (Broken Tulips, de 2008, y The Camera and Christopher Merk, de 2010), el joven Cronenberg muestra en su primer largometraje una pericia estética y narrativa que sugiere una madurez precoz. Aquí está la nueva carne que el cine necesita para fortalecerse de cara al milenio en que nos adentramos.

 

Dos son los niveles de lectura que Antiviral propone en una simbiosis que se vuelve cada vez más enrarecida, cada vez más desquiciada. El primer nivel es físico u orgánico y sobre él descansa el basamento de la historia: Syd March (Caleb Landry Jones, extraordinario) trabaja en The Lucas Clinic, un negocio donde se procura la “comunión biológica” entre las celebridades y sus fans mediante la inoculación de diversos virus que aquellas han contraído; al inyectarse la enfermedad más reciente de Hannah Geist (Sarah Gadon), una actriz sumamente venerada, Syd, habituado a vivir como una placa de Petri humana por ser contrabandista de infecciones, cae en una espiral que lo lanza a un submundo regido por coleccionistas de bacilos, científicos que dan rostro a los virus y carniceros que venden “filetes de celebridades” hechos a partir de cultivos celulares.

 

El segundo nivel de lectura es psíquico o conceptual y esboza una tesis que inquieta por su actualidad: en una época dominada por el frenesí mediático, por el deseo de experimentar la fama ofrecida por Andy Warhol así sea a través de los padecimientos de las estrellas, estas acaban por convertirse en productos intercambiables para ser canibalizados y vampirizados por un público hambriento. “Las celebridades no son personas sino alucinaciones colectivas”, dice el fundador de The Lucas Clinic —un hombre dispuesto a satisfacer las pulsiones más extrañas que remite al profesor Brian O’Blivion de Videodrome—, y en su sentencia palpita todo el poder patógeno de Antiviral. He aquí la nueva carne, advierte Brandon Cronenberg, ha regresado y está más enferma que nunca.

 

*FOTOGRAFÍA: Imagen de la cinta Antiviral, el inquietante debut de Brandon Cronenberg/Especial.

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