Citerea: el hombre en el laberinto

May 23 • Escenarios, Miradas • 4686 Views • No hay comentarios en Citerea: el hombre en el laberinto

 

POR JUAN HERNÁNDEZ 

 

Luis de Tavira (ciudad de México, 1948), director y dramaturgo, realiza en Citerea una reflexión filosófica, desde el teatro, sobre la dimensión mítica de la existencia del hombre. La obra es provocación poética, creación de atmósferas oníricas y divinas, y exploración del laberinto por el cual se mueven los deseos, sueños, pesadillas y pasiones del ser humano.

 

La obra, escrita por De Tavira para los actores de la generación 2011-2015 del Centro Universitario de Teatro, es un reto para los jóvenes histriones en cuanto a la comprensión profunda del sustrato filosófico del texto, la estructura no convencional del mismo, y la construcción escénica que les exige un compromiso moral y ético; es decir, ir más allá de la creación técnica de los personajes.

 

Escrita y dirigida por el también director de la Compañía Nacional de Teatro, Citerea es creación simbólica y metáfora de un universo mítico: el hombre enfrentado al monstruo de sus instintos y deseos —relacionados con el mito de Minotauro—que le aniquilan y ennoblecen al mismo tiempo, a las pasiones que lo cautivan, y a la aspiración de libertad como salvación final.

 

La puesta en escena tiene la estructura metafórica de un laberinto. Las paredes de las habitaciones se mueven y arman distintas formas geométricas, recovecos de creación de una atmósfera que no puede ser otra que la de los sueños. La escenografía, diseñada por Phillip Amand, se asemeja a un cubo de Rubik, movible pero difícil de resolver.

 

Este complejo mecanismo escenográfico nos remite al mítico laberinto habitado por Minotauro. Laberinto en el que se manifiesta lo más oscuro y luminoso de la condición humana. Es en ese espacio simbólico en el que el hombre realiza la aventura de vivir a través de los sueños más hermosos y las peores pesadillas, producto de la contradictoria hechura de su naturaleza.

 

El director de escena proyecta, sobre un telón colocado en la boca escena, la imagen de Minotauro, hombre con cabeza de toro que está sobre una hermosa mujer a la que puede estar amando o devorando: lo siniestro de la belleza. Del mismo modo encontramos esta paradoja en la escultura de Apolo y Dafne —que también es proyectada sobre una pantalla como parte del montaje—, en el que el amante se aferra a la mujer que le aborrece.

 

La tragicomedia, como clasificó el dramaturgo y director a su obra, ofrece ciertamente dosis de humor ácido y doloroso frente a la fragilidad y vulnerabilidad del ser humano enfrentado a su naturaleza. Es el hombre víctima de sí mismo y también su salvador. La paradoja nos hace reír de manera irremediable. Es una risa de lo terriblemente “gracioso” que puede ser el individuo cuando es llevado al límite de su entendimiento sobre el misterio inconmensurable de su existencia.

 

A partir de la tradición griega y sus mitos, Luis de Tavira abre la puerta a un universo que nos habla de nosotros mismos, pero no desde la razón, sino desde la exaltación profunda de lo que habita en el inconsciente y determina, con mucho, el misterio de la condición humana. La contradicción de la razón frente a los deseos, los sueños y las pasiones; el carácter divino del hombre en un mundo profano; los rituales de nuestros actos cotidianos mundanos; la caricaturización del individuo sumido en el absurdo; los instintos como tabla de supervivencia; la bestialidad y lo grácil.

 

La puesta en escena está repleta de personajes que habitan un mundo en el caos: doctores, guardacostas, secretarias, enfermeros, náufragos, amantes desquiciados, marineros, vigías y capitanes. Habitantes de una isla que puede ser la mítica Citerea griega —figuración del inconsciente— rodeada por la inmensidad de las aguas marinas, de la que sólo se escapa a través del valor requerido para aspirar a la libertad; como ocurre en la escena final, en la que Alma cruza el escenario caminando sobre una pendiente hasta llegar a lo más alto, para   luego lanzarse al abismo y descubrir que puede volar y escapar.

 

Citerea es una obra inquietante, dirigida con maestría por Luis de Tavira, y actuada con gran compromiso por los actores formados en el Centro Universitario de Teatro de la UNAM. Hecha para los alumnos que salen de la escuela de actores, pero no por ello deja de ser una puesta en escena con una producción de primer nivel y propuesta artística sólida. De hecho se trata de una de las ofertas más valiosas de la cartelera teatral actual en la ciudad de México.

 

El montaje tiene un ritmo ágil, emotivo e impactante. Una obra para ser disfrutada con todos los sentidos, pero sobre todo es un agasajo para el espíritu.

 

*Citerea, tragicomedia en catorce actos, escrita y dirigida por Luis de Tavira, escenografía, iluminación y multimedia de Phillipe Amand, vestuario de Carlo Demichelis, y música original y escenofonía de Pedro de Tavira Egurrola, con las actuaciones de Ana Clara Castañón, Eugenia Díaz, Josué Elizalde, Yunuén Flores, Emmanuel Lapin, Arantxa Marchant, Raquel Mijares, Renée Sabina y José Antonio Saavedra, así como Esteban Caicedo (alumno de la Universidad del Valle de Cali) y Luis Rivera (becario del Programa de Estímulo a la Creación y Desarrollo de Artistas de Veracruz 2014), se presenta en el Foro del Centro Universitario de Teatro (Insurgentes sur 3000), jueves, viernes y sábados a las 19 horas y domingos a las 18. Entrada libre.

* Las actuaciones en esta obra original de Luis de Tavira están a cargo de egresados del Centro Universitario de Teatro/José Jorge Carreón/CUT

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