Consuelo Velázquez: la vida en besos

Ago 20 • destacamos, principales, Reflexiones • 19802 Views • No hay comentarios en Consuelo Velázquez: la vida en besos

POR PAVEL GRANADOS

@pavelgranados

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Cuando Consuelo Velázquez visitó Hollywood, en 1944, los rodajes se detuvieron. De los sets salieron los actores y directores a tomarse una foto con la autora de Bésame mucho, la canción que llevaba meses en el Hit Parade. Walt Disney detuvo la filmación y se tomó una foto con ella. Lo mismo Rita Hayworth, Carmen Miranda, las Andrew Sisters, Gregory Peck e incluso Salvador Dalí, que se encontraba visitando a Disney. Bing Crosby la cantaba, la cantaba Andy Russell, la tarareaban en la calle, la machacaban las vitrolas. Jimmy Dorsey la había llevado al mundo del jazz y más adelante, Mario Lanza la convirtió en repertorio de los cantantes de ópera. Tanta celebridad para la primera composición de una joven pianista mexicana… Me parece sólo comparable a la vez en que Sherley Temple, a los seis años, vio a Santa Claus en una tienda… y él le pidió un autógrafo. Consuelo Velázquez, estoy seguro, no dejó de asombrarse toda la vida por la celebridad. Aunque nació en Zapotlán, Jalisco, el 21 de agosto de 1916, muy cerquita de donde nació Juan Rulfo, la celebridad no acabó con su inspiración. Pero creo que el compromiso con su primera canción la hizo pulir a veces excesivamente su obra; tanto, que pasaban años antes de que decidiera dar a conocer sus composiciones. Sólo en Bésame mucho se tardó tres años en estrenarla: la comenzó en 1938 y la dio a conocer en la XEQ en 1941.

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Más o menos en el año de 1938 –dijo la autora en un programa de radio–, cuando estaba yo terminando mi carrera de pianista concertista, y lógicamente tenía que estudiar muchas horas al día, ya como descanso me ponía a improvisar una que otra melodía que al día siguiente no recordaba. Ni me interesaba recordarlas porque todavía no me iniciaba como compositora. Un buen día decidí procurar memorizar una de esas cositas que se me ocurrían como descanso mental. Y al día siguiente procuré recordar una que más tarde se llamó Bésame mucho. Digo más tarde porque hice la melodía, la memoricé y algunos años después le acomodé una cierta letra que dice: Bésame, bésame mucho…

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Ya antes de Bésame mucho había muchos besos en la canción mexicana, y los ha habido después. Han fluido ríos de saliva, por poco agradable que sea la imagen. El primero de esos besos memorables fue el del poeta Manuel M. Flores, que se hizo canción en los años 20: “Bésame con el beso de tu boca, / cariñosa mitad del alma mía”. María Grever, en Júrame, su tango de 1926, escribió: “Bésame con un beso enamorado, / como nadie me ha besado / desde el día en que nací”. Y luego, esos maravilloso versos de Agustín Lara, en su bolero Besa, de 1931: “Dame con tus besos la inquietud / de una misteriosa sensación”. No hay compositor que se respete que no tenga sus ramos de besos: “Besando se vuelve loca tu boca de corazón” (Alfredo Núñez de Borbón), “Bésame quedito, cerrando los ojos, / y así tus pestañas, mágicas arañas, / tiendan su prisión” (Joaquín Pardavé), “Bésame con un beso robado, porque son los que saben mejor” (Jorge del Moral). Y así hasta llegar a los Mil besos de Ema Elena Valdelamar: “Yo sé que en los mil besos / que te he dado en la boca / se me fue el corazón”. Mejor ni contarlos, como aconseja otro bolero, Besar, de Juan Bruno Tarraza (que era la canción favorita de Carlos Monsiváis): “No contaré los besos / porque no hay cifras en el besar”.

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Pero el beso de Consuelo Velázquez es un beso coagulado, un beso que se dio por primera vez en 1941 y que algo profundo significó entonces. Desde hace 75 años que se repite y que no cansa, que se vuelve a poner de moda, a cantar y a traducir. Creo que es la síntesis de un largo fluir de besos y la melodía que dejó una época para que pudiéramos entenderla con profundidad, aunque sean pocas las sílabas a las cuales aferrarnos. Apenas cinco: Bé-sa-me-mu-cho, pero muy sustanciosas. ¿Cuál es el secreto de este blues? No lo sé, no podría penetrar a ese grado en ella. A diferencia de las muchas canciones con este tema, la de Consuelo Velázquez no contiene una promesa de amor infinito. Por el contrario, es el probable último beso, el que se da antes de la separación definitiva. Es un beso nocturno que ve el amanecer como el peor enemigo. Quién sabe… tal vez sea el amor duradero, pero la radio trae noticias ominosas. Algunos las toman a chiste, como Esperón y Cortázar, que estrenaron una conga El apagón, para bailar por si los nazis se deciden a invadirnos. Pero Consuelo atinó a leer una sensación presente entonces en el mundo. Mario Talavera, el compositor veracruzano, la entrevistó en 1951, y le dijo: “Se canta ahora esta canción en toda América, que digo, en todo el mundo; en Londres, atenuó el ruido de los bombardeos y, según tengo entendido se hizo la canción predilecta de los soldados que lucharon por la Libertad. ¡Es bastante para alcanzar la inmortalidad…!”

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Japón atacó Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941, el mapa de la guerra se extendía, los libros de Geografía se desempolvaban. El presidente Roosevelt declaró la guerra a Japón al día siguiente. El compositor Alberto Domínguez escribió un bolero: “Humanidad, yo de sangre te he visto teñir, pobrecito del mundo, pobrecito de mí” (Humanidad, 1943), y se inició un breve periodo de repertorio bélico en el bolero, única vez en que los asuntos políticos interfirieron con el ambiente de la canción sentimental. Antes que el imperialismo cultural de los Estados Unidos, puede hablarse de un fenómeno parecido de la radio mexicana hacia el norte, en los tiempos de la guerra. La XEW hizo un programa que se retransmitía en Norteamérica y en Londres con música mexicana. Fue entonces que se oyó Bésame mucho en Europa; Frenesí y Perfidia, de Alberto Domínguez, hasta Arabia; y Solamente una vez, de Agustín Lara, por toda América. Fue la época en que Glenn Miller dijo: “Alberto Domínguez es el armonizador de la guerra, a donde voy, me piden Perfidia”. Por un estudio hecho en 1942, se sabe que el 80% de la programación de la radio era musical y las noticias ocupaban el 13%. Había 600 mil aparatos de radio y un amplio auditorio que iba convirtiendo las canciones en ideología amorosa, sentimiento del barrio, argumento de la vida. El resultado de oír la radio entonces era una mezcla de inquietud política y delirio amoroso, pues el presidente Manuel Ávila Camacho decretó un porcentaje mínimo de música mexicana en el cuadrante (el blues y el bolero entraban en esta categoría, si eran compuestos por mexicanos). El repertorio del corazón alternaba con el patriótico, y a veces hasta se fundían en una sola canción, como en Cantar del regimiento de Lara: “Ya se va mi regimiento, sabe Dios si volverá”. Y de la radio salía la voz de La Panchita cantando un corrido:

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“Ora es cuando, ora es cuando,

mexicanos, ora es cuando…

deberemos apoyar al Presidente

que es Camacho.”

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Y este radio que tarda en prender, porque sus bulbos se van calentando poco a poco, y ya se escucha lejos una canción. Desde la mañana hasta la noche, el repertorio de la entrega. Antes, era Agustín Lara que hablaba de jóvenes cautivas en el amor, de sultanas y sulamitas, de amores mistificados y mujeres distantes. Qué antiguo se escuchaba eso en los días de la guerra. Surgió entonces una generación nueva de compositores, la de Consuelo Velázquez, Federico Baena, María Alma, Miguel Ángel Valladares. Este último da idea del tono del bolero en los 40: “Hay que vivir el momento, qué nos importa el pasado, / hoy tenemos tiempo y tal vez mañana / ya no vuelva la ocasión”. Las canciones de la guerra desmenuzan las historias de amantes que no se conocen, que coinciden en el instante. Lo curioso es que tampoco salvan el instante. Salvan al amor, pero en un contexto tan adverso que se necesitan las menos palabras posibles, un lenguaje casi sin metáforas. La rosa lariana se quedó sin pétalos. “No es justo que nosotros que sabemos amar, perdamos la oportunidad”, sigue diciendo la misma canción. Naturalmente, la sinceridad literaria no es sincera, es una construcción muy especial, una forma de ser de la manipulación de los sentimientos. Es el amor por los medios más rápidos. Una libertad que se asoma en la forma de expresarse en estas canciones… El cortejo se puede obviar, ¿el día?, mejor no, la noche como país. Y sobre todo, el nacimiento de dos discursos: el femenino y el de contenido homosexual (todavía muy velado, pero ése no es mi tema, sino el de las mujeres). Pienso que con Consuelo Velázquez, el bolero aprendió a ser sincero (con los matices que dije arriba).

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María Grever había hablado desde el punto de vista de la mujer. Dijo que la mujer puede hablar de sí misma, lo cual era bastante. Pero Consuelo Velázquez, María Alma y Ema Elena Valdelamar –con la Grever, las cuatro grandes compositoras del bolero– son un paso adelante: plantean que pueden decidir en el amor. Cierto, es algo que aprendieron en Agustín Lara que les dijo: pueden amar sin culpa, en todas sus canciones.

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Y Consuelo… ella no había ni aprendido a besar. Dijo que había compuesto su canción más famosa sin haber besado. Entre 1941 y 1945, cuando publicó su segunda canción exitosa, Amar y vivir, espero que haya dado muchos besos, que haya seguido los consejos de su canción, la cual fue casi el manifiesto de una generación: “Se vive solamente una vez, hay que aprender a querer y a vivir”. La actualización del tópico latino Carpe diem: cosecha el día. Dice la socióloga Eva Illouz que el amor actual es absolutamente racionalizado, producto de un mercado tan extenso como nunca, sin reglas de cortejo. Es un amor producto de la libertad, la equidad, la responsabilidad y el respeto por el otro. Pero es un amor sin misterio… Antes, la pornografía era el sexo. Hoy, el amor es lo verdaderamente pornográfico, de lo que no se habla (Michel Houellebecq). Y sin embargo, seguimos consumiendo los productos culturales que nos hablan de la utopía amorosa, de la entrega, sólo que sin atrevernos a consumarla. A lo mejor después, algún día vendrá algo. Es casi la ideología opuesta de estas canciones. Los voceros de este ideario: Los Tres Diamantes, Lola Beltrán, Pedro Infante, Miguel Aceves Mejía, Pedro Infante, Eduardo Alexander, el Cuarteto Armónico, Libertad Lamarque, María Victoria, Los Tres Diamantes, Fernando Fernández, Lupita Palomera, Benny Moré, las hermanas Hernández, y sobre todo (en orden de emoción ascendente): Amparo Montes, Elvira Ríos y María Luisa Landín. Estas últimas son las grandes intérpretes de Consuelo, las que la cantan en su exactitud, con el tamaño de sus sentimientos. No hay más que escuchar a María Luisa cantando Corazón, en la versión de 1950. O a Elvira Ríos en Franqueza, de 1957.

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¿La biografía? Es breve: muy niña recibió un piano de juguete, y a los cuatro años sorprendió a su familia porque sabía sacar canciones de oído. Eso hizo que la llevaran a la academia del matrimonio Serratos, cuyas enseñanzas le permitieron entrar al Conservatorio. En un curso de perfección de repertorio, Claudio Arrau la elogió ampliamente. Se tituló en 1938 como concertista de piano, con un recital en Bellas Artes. Al día siguiente, recibió una llamada de teléfono para invitarla a tener un programa diario como pianista. Allí dio a conocer sus primeras canciones y conoció a quien sería su esposo, Mariano Rivera Conde, posterior director artístico de la RCA Victor. Me imagino que sus canciones son mensajes de amor cifrados, pero la solución la deberá de decir un biógrafo. Más adelante, fue Presidente de la Sociedad de Autores y Compositores de México (SACM), de 1968 a 1982, y Diputada por el PRI (1979-1982). Murió el 22 de enero de 2005, en el DF. Exploró los géneros de la canción sentimental: el bolero (Aunque tengas razón, Corazón, Déjame quererte, Franqueza, Pasional, Será por eso, Sólo amor, Por eso te quiero, Qué divino, Verdad amarga), blues (Enamorada, Anoche), fox-trot (Amor sobre ruedas), canción ranchera (Que seas feliz, Orgullosa y bonita) y guaracha (Yo no fui). Sin olvidar las canciones que dedicó a sus hijos: Chiqui-Chiqui (para Mariano), y Cachito (para Sergio). Y Bésame mucho ésa sigue siendo la canción mexicana más cantada en el mundo. Lo curioso es que casi nadie canta la letra correcta. Copio de la edición definitiva que hizo la autora, convencido de que la mejor interpretación es la que lleva uno dentro:

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“Bésame, bésame mucho,

como si fuera esta noche

la última vez.

Bésame mucho

que tengo miedo perderte,

perderte después.

Quiero tenerte muy cerca,

mirarme en tus ojos,

verte junto a mí.

Piensa que tal vez mañana

yo ya estaré lejos,

muy lejos de ti.

Bésame, bésame mucho,

que tengo miedo perderte,

perderte después.”

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FOTO: ‘Bésame mucho’ es el probable último beso, el que se da antes de la separación definitiva”. En la imagen, la compositora Consuelo Velázquez (circa 1965). / Archivo EL UNIVERSAL

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