Cruzar al otro lado

Jul 14 • destacamos, principales, Reflexiones • 3702 Views • No hay comentarios en Cruzar al otro lado

Vivir en Tijuana, el punto más transitado entre México y Estados Unidos, convierte a sus habitantes en testigos, pero también en protagonistas de insólitas historias

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POR JOEL FLORES

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Llegué a Tijuana porque seguí a una fronteriza hasta su tierra. Lo primero que miré, desde las puertas del aeropuerto internacional Abelardo L. Rodríguez, fue la hilera de láminas que dividen el territorio entre México y Estados Unidos. Se extendía, en cientos de kilómetros como fierro y aluminio, hasta al mar del Pacífico y los territorios áridos de Tecate y Mexicali. De ella colgaban cruces con nombres, edad y gentilicio de personas, o simplemente decían “no identificado”. Eran historias de los que buscaron cruzar al gabacho y no pudieron.

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Estoy en Tijuana desde hace siete años. Nací en Zacatecas: una ciudad conservadora; para la Unesco es patrimonio cultural de la humanidad; para las estadísticas del INEGI es de los cinco estados con más mujeres que hombres. Ellos nacen en sus municipios con la encomienda de cruzar el muro ilegalmente. Al principio las causas eran el desempleo, después la violencia provocada por el crimen organizado, al final es que son mejores las remesas que se reciben desde California. Pero muchos, en su esfuerzo de cruzar, se quedan varados de este lado. Ellos han hecho una variación al lema de Tijuana: “aquí empiezan la patria y las segundas oportunidades”.

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A los pocos meses de haber encontrado empleo de profesor, tramité mi visa por recomendación de la fronteriza, quien ahora es mi esposa. Lo mejor de Tijuana es San Diego, suelen decir algunos. Y quienes han vivido en la frontera toda su vida entienden el muro y sus garitas como instancias de infraestructura gubernamental de Estados Unidos: la puerta legal, obligatoria para ir al trabajo, hacer el mandado o abastecer su carro de gasolina. Esta percepción se debe a que la línea fronteriza siempre ha estado visible en distintas representaciones: como malla, concreto, un intento fallido de monolito, hojas de metal y barras de acero.

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Mi contacto con las garitas pronto se redujo al del ciudadano promedio. El verbo cruzar se convirtió en la explicación exacta para ir, en menos de una hora, a Estados Unidos. Ciertos fines de semana comíamos en Downtown, una vez al año íbamos a los museos, al zoológico o a los Estudios Universal. Tras la homologación del IVA en la frontera y el continuo aumento del dólar, se redujeron esos privilegios. Sólo cruzaba para recoger lo comprado por internet en el servicio postal que rentamos. Una ocasión, en el paso peatonal de Otay éramos alrededor de unas treinta personas en Ready lane. A mi lado estaba un niño, que me preguntó que cada cuándo cruzaba. Le respondí la verdad. Él lo hacía diario y era lo mejor que le podía suceder en su día: “allá puedo hablar mejor inglés, jugar futbol con mis primos, correr a donde sea”. Parecía que hablaba de la casa de sus vecinos favoritos.

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El muro entre las Californias es el punto más vigilado de entre los 3 mil kilómetros de metal que divide ambos países. Cada semana hay deportaciones por El Bordo, zona clavada en la canalización, donde los expulsados llegaron a levantar improvisadas casas con madera y basura como refugio, mientras encontraban las formas para volver a Estados Unidos. La estrategia de la policía migratoria es deportar por Tijuana a los que aseguraron en Texas, y por Ciudad Juárez a los que atraparon en Tijuana. Así, les costará más esfuerzo perseguir el sueño americano. La policía mexicana desalojó (con fuego y a golpes) a alrededor de tres mil personas que habían hecho del canal su residencia. El Apocalipsis, suelen decir los encargados del Comedor Salesiano Padre Chava que está a unos metros de El Bordo. No es casualidad que los productores de la serie Fear The Walking Dead eligieran esa zona como escenario para unos episodios. En las mañanas de deportación, suelen verse a los desahuciados caminando como zombies hacia el canal y allí comenzar una vida de fantasmas.

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Cuando Donald Trump amenazó a México con la construcción de un segundo muro pagado por los mexicanos, un reducido número de tijuanenses se opuso a cruzar la frontera para seguir comprando productos en California. Las consecuencias fueron el cierre de algunas tiendas departamentales en Chula Vista y San Ysidro. No obstante, la devaluación del peso frente al dólar y los gasolinazos federales obligaron a los pobladores a retomar su consumo en Estados Unidos.

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Hay quienes cruzan ilegalmente y se regresan a su país en segundos. En Playas de Tijuana, la esquina de México, se extiende la parte más famosa del muro. Allí acuden los turistas a tomarse la foto emblemática de la puesta del sol en el mar. Cierta tarde vi a una niña correr sobre la arena mojada hacia el metal oxidado, imponente, de la línea fronteriza. Más allá se visualizaba la Isla Coronado, donde viven los californianos adinerados y donde, se rumora, algunos políticos de Tijuana han construido sus casas. La niña metió la cabeza entre los barrotes, después el pecho. Al percatarse de que cabía su cuerpo entero, cruzó el muro. La border patrol estaba a unos cuantos metros. El oficial la miraba y reía. La niña hizo el movimiento engañoso de correr adentro y luego, como queriendo jugar a policías y ladrones, le dijo “atrápame”. El migra se volvió a reír y encendió la sirena de la unidad para llamar la atención. La niña se regresó a la parte mexicana gritando: “ni me atrapó…”

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Actualmente Estados Unidos sustituye 22 km de la malla divisoria en la frontera entre San Diego y Tijuana por acero de 10 m de altura. Son viejas láminas que sirvieron como pistas de aterrizaje de helicópteros en la guerra de Vietnam y que en los noventa fueron usadas como el primer muro fronterizo para detener el flujo de inmigración ilegal. La obra la paga Estados Unidos con un fondo planeado desde la administración de Obama. Pero quienes levantan el muro son albañiles mexicanos. Uno de ellos, cuando su esposa le preguntó “¿por qué chingados aceptaste el trabajo?”, respondió: “porque es la única forma en la que puedo ganar en dólares y estar del otro lado, aunque sea un ratito”.

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FOTO: Caravana de migrantes en la vaya fronteriza de Playas Tijuana, en abril pasado / Joebeth Terriquez /EL UNIVERSAL

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