Cuando el fantasma es uno mismo: una reseña de “En la casa de los sueños”, de Carmen Maria Machado

Jun 4 • Lecturas, Miradas • 698 Views • No hay comentarios en Cuando el fantasma es uno mismo: una reseña de “En la casa de los sueños”, de Carmen Maria Machado

 

Carmen Maria Machado descentraliza el fenómeno de la violencia de pareja para escribir desde el dolor personal En la casa de los sueños, obra que revela el poder de la escritura como instrumento de liberación

 

POR RODRIGO MENDOZA
“Aveces las historias se destruyen; otras veces, ni siquiera llegan a ser enunciadas” dice Machado antes de señalar por qué es importante para ella escribir sobre algo tan doloroso como la violencia de pareja. La frase nos acerca a la compleja naturaleza de esta obra; no es autoficción, no es necesariamente una crónica, tampoco una novela. Es todo eso y más; una constelación de experiencias que no pueden —no deben— ser silenciadas.

 

En la casa de los sueños narra la tortuosa vida de una mujer que sufre agresiones físicas, humillaciones e injurias sistemáticas por parte de su pareja; el acto sexual se convierte en sometimiento, las discusiones devienen en amenazas de muerte. Lo más relevante es que, en esta relación, es una mujer quien violenta a otra. Por eso, Machado señala oportunamente que no todos los agresores son varones heterosexuales, algo que la literatura no se ha ocupado de visibilizar. Perpetuar ese modelo de agresor implica, de cierta manera, olvidar que dentro del núcleo de muchas relaciones homosexuales también anida el germen de la violencia y el abuso. Y no es la intención de Machado negar la posición que los varones ocupan en los hechos de violencia contra las mujeres. Es más, durante todo el libro, los hombres siempre aparecen como una amenaza latente; acoso y lascivia son fantasmas masculinos persiguiendo a la mujer de esta historia. Pero lo que en verdad le interesa a la autora es visibilizar la violencia como un fenómeno que puede afectar a cualquier tipo de pareja.

 

Vemos aquí al espacio doméstico como escenario donde colapsa todo un universo personal. Esa casa que originalmente sería el lugar donde todas las promesas de felicidad habrían de cumplirse, sucesivamente se transforma en una mazmorra de pesadillas. Ahí, el amor se convierte en odio. No sólo atestiguamos el sometimiento sufrido por esta mujer a manos de Ella, también asistimos al proceso de su degradación individual: pierde toda seguridad en sí misma, se da cuenta de que no tiene el valor de escapar, sabe que el espacio que habita ya no es suyo, que nunca le perteneció. Ella, su pareja, la nulifica y la aísla del mundo. Y no es que En la casa de los sueños se regodee en los detalles oscuros de tan oscura experiencia; también se da el tiempo de iluminar el poder de la escritura en tanto asidero emocional. Escribir es enfrentar el miedo, implica un acto de liberación.

 

En ese sentido, Machado ejecuta una operación narrativa muy interesante al utilizar la segunda persona del singular para enunciar sus vivencias:

 

La casa de los sueños era una casa encantada. Eras la repentina residente involuntaria de un lugar en el que ocurrían cosas malas. Y, de repente, un día, se te ocurre que tú eres el fantasma de la casa: tú eres la que vaga de habitación en habitación sin propósito alguno (…) sin saber nunca qué se espera de ti.

 

La narradora se ve a sí misma con el beneficio de la distancia crítica, con el alivio de quien cuenta algo doloroso que, por fortuna, ya terminó. Es precisamente ese recurso el que otorga a la enunciación un matiz muy cercano a la confesión y se separa de las trampas autoficcionales. Estamos ante un artefacto narrativo que se permite hacer digresiones ocasionales sobre el erotismo, el tema de lo queer en el cine y la compleja naturaleza del espacio doméstico. Incluso, el libro se mueve en la esfera de la discusión pública al señalar la falta de atención que sufre la comunidad queer en cuanto a violencia de pareja se refiere.

 

Es interesante, además, que la escritora opte por el término queer para referirse por igual a una orientación sexual tanto como a una comunidad. El concepto queer le funciona porque es políticamente incómodo; conlleva ecos de postura política, de disidencia y protesta. Machado asume que en el núcleo de lo queer yace un universo de experiencias y significaciones que necesitan discutirse públicamente.

 

En su libro de cuentos Su cuerpo y otras fiestas (Anagrama, 2018) la autora ya había sido capaz de contagiarnos sensaciones cercanas al terror y la incertidumbre. Aquellos personajes femeninos se movían también en un mundo violento dispuesto a dominar —y hasta aniquilar— sus cuerpos, su sexualidad y sus emociones. La locura, la soledad y el sexo eran elementos que se entretejían en todo el libro. En la casa de los sueños continúa en una línea parecida: el cuerpo restringido en un espacio hostil, la locura acechando en cada rincón, el terror hacia el otro, el sexo como experiencia liberadora y a la vez esclavizante.

 

Así, este libro consigna el horror de una experiencia que bien se podría haber quedado olvidada en el silencio y la omisión. Pero Machado sabe que las experiencias son valiosas cuando transgreden la frontera de lo individual. La mejor manera de evitar que una historia se repita es contándola, aunque en el proceso no haya lugar para la catarsis ni para sanar emocionalmente, porque el dolor siempre permanece. De ahí la valiosa y emotiva dedicatoria: “Si necesitas este libro, es para ti”.

 

FOTO: Ilustración del libro En la casa de los sueños/ Anagrama

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