Dos discos para terminar el año

Dic 23 • Miradas, Música • 3792 Views • No hay comentarios en Dos discos para terminar el año

POR IVÁN MARTÍNEZ

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No todas las áreas de la producción musical nacional pueden presumir haber tenido un 2016 luminoso como el de nuestra –todavía casi inexistente– industria discográfica. Por el contrario: dos de las tres orquestas sinfónicas de la ciudad deambularon el año sin director titular, lo que les acarreó desniveles significativos; el festival del Centro Histórico de la Ciudad de México, que ya era un referente obligado para la música de cámara de altos vuelos, vio limitada su última edición a la presencia de un solo grupo importante (el cuarteto de Leipzig, en la que quizá fue la mejor sesión de música de cámara del año), y lo mismo pasó con el festival de Morelia y el Cervantino, que pasaron prácticamente desapercibidos.

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En cuanto a la ópera, nada más refleja el ánimo como las respuestas a la pregunta que lancé hace unos días en redes sociales para saber de las óperas mexicanas estrenadas durante el año: de una docena de nuevos títulos, sólo dos se pusieron en 2016 (Marea roja de Diana Syrse Valdés y Bufadero de Hebert Vázquez), mientras el resto era de 2015; hablar de la producción oficial de gran escala, la de la Compañía Nacional de Ópera, ya sería no perdonar la burla (aunque hubo actuaciones memorables como la del tenor Javier Camarena en I Puritani).

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El disco, en cambio, fue noticia por varios frentes: el de proyectos que vieron la luz tras años enlatados, el de producciones locales tanto camerísticas como sinfónicas (sólo la Sinfónica de Oaxaca lanzó cuatro álbumes), el del rescate histórico (bravo por el homenaje a Angélica Morales), el más común que es el de la música nueva y el del redescubrimiento de obras capitales de nuestro repertorio que, por razones quizá ligadas a su dificultad artística, no se había grabado.

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Entre lo que me encontré al terminar el año, dos proyectos llamaron mi atención: el disco del Cuarteto Aurora, titulado llanamente Cuartetos mexicanos (Fonarte), que incluye dos obras nuevas escritas para el ensamble por Eduardo Angulo (1954) y Eduardo Gamboa (1960) y la revelación del Cuarteto de José Rolón (1876-1945), y el de Víctor Manuel Morales, Colores (Quindecim), con música para órgano de compositores vivos, definición que ya encierra varias rarezas.

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De entrada, los organistas no suelen grabar. Y en México, su repertorio, como el de los contratenores, suele estar limitado al barroco. Que un músico como Morales se atreviera a enfrentar música nueva, es ya motivo de celebración; que la registre, es celebración doble. En su disco, que ha subtitulado Música para órgano en los confines de nuestra era, incluyó música de los mexicanos Federico Ibarra (1946), Leonardo Coral (1962) y el también organista Gustavo Delgado Parra (1962) y de los letones Peteris Vasks (1946) e Imants Zemzaris (1951).

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Todas, incluida la de Delgado que por su título podría remitir a la pedagogía (Segundo libro para órgano: Homenaje a Guillaume de Machaout), son piezas que tienen mucho qué decir, no sólo idiomáticamente, cada uno de los compositores elegidos tiene un lenguaje y un discurso muy propio, perceptible desde la modernidad, y la ejecución de Morales es a todas luces limpia. Aun así, destacan por su teatralidad, narrativa y no sólo atmosférica, las de Ibarra, Música para teatro, y Coral, Percepciones. Es un álbum para redescubrir este instrumento como voz actual y para regresar, como siempre valdrá la pena, a estos dos de nuestros autores vivos más destacados.

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El del cuarteto Aurora, formado por la violinista Vera Koulkova, la violista Madalina Nicolescu, la violonchelista Sona Poshotyan y la pianista Camelia Goila, es igual de relevante. No sólo porque signifique la realización física y tangible de una trayectoria cada vez más destacada como grupo y deje muestra de su calidad técnica e interpretativa.

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Tanto Angulo como Gamboa son compositores muy establecidos en el gusto de ejecutantes y públicos, sus estilos muy reconocidos y reconocibles y no hay sorpresa en las obras incluidas, “Pervertimento” y “Fandan-gozo”, respectivamente; acaso la de Gamboa se permita jugar más con sus armonías. El reto era revivir el exigente “Cuarteto para piano” de José Rolón: pieza que podrá pertenecer a la etapa de juventud de su compositor (fue escrito en 1912), pero está plena de un lenguaje romántico a la Fauré, intelectual y emocionalmente. Bravo por el rescate.

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Ojalá que 2017 sea todavía más rico que el que termina. Que no sólo los solistas y los pequeños grupos se animen a grabar; que, por ejemplo, la Filarmónica de la UNAM que comisionó y estrenó varias obras nuevas, salga del letargo discográfico y vuelva a registrar su trabajo en disco. Que al igual que la violinista Shari Mason y la Sinfonietta Ventus, otros artistas mexicanos se enfrenten con esa confianza al repertorio tradicional y universal; no son los únicos que tienen nuevas lecturas qué ofrecerle a los clásicos. Que el disco con conciertos para dos arpas y orquesta que Quindecim tiene enlatado vea por fin la luz. Y, poniéndome banal, que a nuestros músicos por una vez se les ocurra contratar diseñadores: el empaque también cuenta.

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FOTO: Especial

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