El clítoris de Moreen

Abr 28 • destacamos, Ficciones, principales • 5414 Views • No hay comentarios en El clítoris de Moreen

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El misterio sobre la existencia de algo que los mayores llaman clítoris lleva a un par de niños a investigar su naturaleza, sus peligros y todos los mitos que circulan en su aldea africana sobre ellos. ¿En verdad son éstos unos voraces devoradores de hombres? ¿Son los culpables de la violencia que muchos hombres dirigen contra las mujeres en una defensa legítima ante la amenaza de tan extraños seres?

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POR IRASEMA FERNÁNDEZ 

Si no se lo cortan un día te comerá cuando hagan el amor, me confirmó Imamu en el recreo. ¿Y cómo lo hace? Crecerá mucho sin que te des cuenta y ¡zaz!, te devorará de un bocado; todas las mujeres lo tienen, por eso se los quitan antes de casarse. No imaginaba cómo un clítoris podría comerse al gordo de Imamu. Después de la escuela intentamos comprender a los clítoris y sus intenciones irracionales, ¿por qué quieren comerse a los hombres? ¿Todos los clítoris devoran del mismo modo o algunos poseen ciertos modales y aniquilan con velocidad? Clítoris cascabel que lanza ácido cuando orina, clítoris con cinco filas de dientes, clítoris cubiertos con baba venenosa, clítoris con arpón, clítoris que te succionan el pene y lo rompen en un poderoso abrazo de clítoris.

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Después de nuestras amplias anotaciones, conformamos una especie de bestiario con decenas de letales clítoris. Imamu y yo juntamos un poco de dinero y nos compramos una planta carnívora porque la forma era similar a una vulva y nos parecía extraordinario que una planta se alimentara de sangre y seres vivos, como los clítoris. La naturaleza es misteriosa, pronunció el gordo como si él hubiera inventado esa frase. Después, cuando juntemos más dinero, nos compraremos una cascabel.

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Moreen no estaba casada, pensé que ella era tan buena que seguramente ya no tenía su clítoris, aunque escuché decir que ellos, los clítoris, tienen una conciencia diferente a la de las mujeres. Muchas mujeres se dejan engañar por sus clítoris. Nunca se ha sabido que un clítoris se haya comido el brazo de su propia ama o que les hayan echado ácido a las caras de sus madres cuando les limpiaban la cola de bebés. Las quieren. Los clítoris sólo odian a los hombres, son celosos, no toleran que los hombres las toquen y les hagan el amor, y por eso hacen lo que hacen. No entienden que es una obligación para mantener la vida en la tierra y procrear, le escuché decir a mi padre hace tiempo. Quería preguntarle a Moreen si ella aún conservaba su pequeño monstruo. Aunque he escuchado también que muchas niñas lo tienen dormido, y les despierta después de los 12 años. Moreen y nosotros tenemos once años, ya casi. Pero a otras niñas se los quitan cuando nacen, igual que a los niños les hacen la circuncisión. Imamu y yo jugamos a adivinar cuál niña tiene clítoris y cuál no. Un día lo comprobaremos, pero antes de eso queremos hacernos expertos en observar, para saber si algún día podremos escoger a nuestras esposas correctamente, sin que nos devoren.

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Le pregunté a mi madre si ella podría asegurarme que el clítoris de mi esposa no me comerá, y ella me lo prometió. Mi madre es buena, no tiene clítoris, se lo quitaron a nuestra edad, cuando la casaron con mi padre, por eso es una mujer fiel y buena. Se ocupa de nosotros y sólo tiene ojos para el amor de mi padre, aunque mi padre sea duro con ella de repente. En cambio, el tío Juma mató a la tía Mehera porque su clítoris lo engañó con otro hombre y después quiso atacar a mi tío. Imamu y yo hemos dibujado la historia de cómo el tío Juma salió victorioso en la batalla, aunque hemos inventado muchas partes porque no conocemos bien a bien la historia. Toda la familia tuvo que juntar como 32 vacas para quedar a mano con la familia de la tía Mehera, por su asesinato. Aunque el tío Juma aseguraba que su mujer era una bruja y que varias veces vio cómo el clítoris se le despegaba del cuerpo por las noches y se salía por la rendija de la puerta para cazar hombres. Una vez fuera de la casa incrementaba su tamaño como el de un oso y se escondía entre los árboles. En una noche podía comerse hasta a dos muchachos, después se hacía chiquito y se arrastraba como babosa hasta el cuerpo de mi tía. Cuando el clítoris atacó al tío Juma, tuvo que matarlo con todo y tía, porque para ese momento lo traía pegado. Le pedí una y otra vez que me contara lo que pasó con la esperanza de completar la historia en nuestros dibujos, pero me gané unos buenos golpes a cambio. No me contó nada más.

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Pensé que si dibujaba muchos clítoris un día encontraría la respuesta por mí mismo. Imamu me ayuda con las ideas. Comencé con convertirlos en todos los animales que se me ocurrían, las similitudes con las especies marinas y terrestres. Me fijaba sólo en los animales letales, porque un panda clítoris no podría existir. En cambio, un pez globo clítoris sí.

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Un día Imamu me jaló del brazo a la hora del recreo y me llevó al taller de mecánica de la escuela, me dijo que había encontrado una suricata con clítoris y la había atrapado en una cubeta. Necesitamos provocar al clítoris para saber cómo ataca. Yo tenía miedo, pero Imamu me aseguró que si todo salía bien, el clítoris de la suricata crecería igual a su tamaño y no sería difícil matarla entre los dos, a menos que lanzara veneno, porque ahí sí nos podría ir muy mal, pero más valía probar de una vez por todas. Entre los dos agitamos la cubeta con la suricata adentro por más de diez minutos, hasta que dejó de chillar, intuímos que sería más fácil sujetarla cuando estuviera atarantada. Efectivamente, la suricata quedó inconsciente y bastante golpeada. La amarramos por las cuatro extremidades. Se le veía el clítoris. Imamu tomó uno de los alambres que se encontraban en el taller, prendió una vela y lo calentó para pincharle los genitales. La suricata cobró conciencia con la primera quemadura, pero estaba bien atada. Rogamos para que su clítoris permaneciera en su cuerpo y no se le despegara como a mi tía Mehera. La pequeña suricata chilló más tremendo que cuando estaba dentro de la cubeta. Hicimos varios intentos, pero de nada sirvió. Así que la soltamos, apenas se podía mover. Con las suricatas no es así, ellas al igual que las ratas contienen y transmiten otros males a la humanidad, pero a su modo, concluyó.

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Siento que Imamu no estaba tan obsesionado con el tema de los clítoris, como lo estaba de Moreen. A mí, en realidad, comenzaba a aburrirme nuestra investigación. Le pregunté si no prefería incendiar nidos de hormigas, pero Imamu insistió en que ya estamos cerca de terminar nuestra búsqueda y que el clítoris de Moreen resolvería nuestras dudas. Durante una semana la observamos a detalle. Miramos cómo su cuerpo flacucho se movía cuando jugaba basquetbol después de clases. Moreen no es como las otras negras, tienen pegada la piel a los huesos. Por eso Imamu la eligió, piensa que el clítoris se le notará más a través de las licras, pero no hay rastro. Ey, Moreen, necesitamos de tu ayuda, dijo Imamu a la salida de la escuela. Ella se acercó tímida con sus lentes rotos. Escucha esto, el otro día Khamisi y yo encontramos una suricata hembra con una gran bola y sospechamos que es un clítoris, ¿verdad, Khamisi? Pero ya sabes, como somos chicos no podemos estar seguros y por eso necesitamos que nos ayudes a confirmarlo, es para un experimento. Mira, Khamisi, enséñale nuestros dibujos. En ese momento me sentí avergonzado de lo que estábamos haciendo. A Moreen le dio asco nuestros dibujos, sobre todo el clítoris cien pies y el clítoris sapo venenoso. Mentalmente tachoné los dibujos, si ella no los reconocía era porque tal vez estábamos yendo hacia el lado equivocado. En cambio, se sorprendió mucho cuando vio el clítoris dentado y eso sólo podía ser buena señal. Después de unos jaloneos y la insistencia de Imamu, Moreen accedió a acompañarnos al taller. Estaba abierto y nadie nos vio entrar. Uy, ya no está la suricata donde la dejamos, Moreen, pero es importante que sepamos cómo son, tienes que enseñarnos el tuyo. Imamu nuevamente la jaloneó hasta que la tiró al suelo. Le sacó sus zapatos blancos y los lanzó al montón de fierros que estaban apilados en la parte trasera del taller. Moreen se resistió pero no gritó, tal vez porque Imamu tenía más fuerza, no sé. ¡Khamisi! Vigila la puerta, si alguien viene me chiflas. Me asomé un poco y no vi a nadie, ni siquiera a la conserje. Imamu logró sacarle las licras y tomó uno de los lazos con los que sujetó a la suricata para amarrarle las piernas a Moreen, pero ella tomó un fierro y lo golpeó en los huevos. Se levantó, tomó su ropa y se echó a correr. Me empujó para que la dejara salir y la dejé. Eres un idiota, Khamisi, estábamos a punto de presenciar un clítoris de verdad, dijo el gordo hecho bolita sobre el suelo. Tuve miedo de preguntarle a Imamu si sólo planeaba ver al clítoris o si pensaba provocarlo al igual que la suricata, pues de ser así podría haber puesto en peligro nuestras vidas.

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Buscamos los zapatos de Moreen para devolvérselos, pero sólo encontramos uno. Pensamos que podrían regañarla en su casa, los zapatos nuevos no se consiguen con facilidad. Así que prometimos regresar al taller al día siguiente para buscar el otro zapato. No lo encontramos, lo más probable era que se hubiera quedado dentro del montón de fierros del taller y que pasara a ser un nido para ratas. Aunque de nada hubiera valido la pena porque Moreen no fue a la escuela al siguiente día, ni el día después del día siguiente. Tampoco la semana siguiente. Comenzaron a correr algunos rumores. Decían que sus padres la habían castigado severamente porque había perdido la virginidad. Y la encerrarían varios días hasta comprobar si estaba embarazada o no, y de quién.

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Su padre estaba furioso, dijo un hermanito de Moreen en el recreo, porque ella tenía asignado un esposo desde meses atrás y éste ya se encontraba juntando las vacas para el intercambio. También dijo que cuando el futuro esposo se había enterado de lo sucedido se llenó de ira y quería retirar la oferta, pero los padres de Moreen le rogaron que se quedara con ella y que aceptarían menos de la mitad de las vacas prometidas más unos cuantas monedas a cambio. Como debían de asegurar el trato antes de que la familia se arrepintiera, mandaron a Moreen con la señora Maimuna, donde pasaría unas semanas en recuperación porque le iban a hacer “el corte”. El hermanito de Moreen cuenta cómo ella se resistió y decidió escaparse de su casa por la madrugada. Ya tenía su mochila lista, pero el chiquilín se levantó con el ruido y comenzó a gritar que Moreen se estaba escapando. Ella se echó a correr y la alcanzaron en el auto muchas cuadras después. Entonces sí tenía clítoris y no lo pudimos ver, dijo Imamu.

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En casa conté la historia de Moreen a mi familia. Mi hermana mencionó que “el corte ya estaba prohibido”. Mi padre la hizo callar, le gritó que no dijera tonterías y señaló de que la ley es incoherente y siempre está en contra de los ciudadanos, que quienes hacen las leyes se protegen a sí mismos y que los que gobiernan no viven nuestros miedos, ni nuestra realidad. Hay quien dice que la ley ha dejado que los clítoris vivan y maten para mantener el control de la natalidad, porque ya somos muchos. Sin embargo, dijo mi padre, aún hay gente sensata que lo hace a pesar de la ley, como la señora Maimuna, que a eso se ha dedicado toda su vida. La señora Maimuna vive cerca y es ella quien ha atendido a todas las mujeres de mi familia y de la familia de Imamu y de la familia de todos en el pueblo. No hay un oficio más respetado en el pueblo que el de la señora Maimuna y es por eso que ella ha educado a sus hijas en el negocio.

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Moreen, naturalmente, debía estar con ella. Decidimos ir a la casa de la señora Maimuna para visitarla. Primero nos dijeron que no era lugar para los chicos, pero les respondimos que los clítoris no nos daban miedo y que, por el contrario, habíamos investigado y sabíamos cómo atacarlos si decidían matarnos. La señora Maimuna y sus hijas se carcajearon, nos dijo que los clítoris sólo atacan a los hombres malos y que en nuestro país casi no hay hombre buenos. Por eso hacen lo que hacen. Hicimos unos cuantos comentarios más, que al parecer les dieron mucha gracia y sólo así nos dejaron pasar. Dentro estaba oscuro, no había ventanas y los catres estaban divididos por sábanas que caían del techo sostenidas por unos ganchos. La casa tenía muchas cosas amontonadas y hierbas secas que colgaban de las paredes. Había tres muchachas sobre los catres, entre dormidas y convalecientes. Al fondo se encontraba Moreen, acostada boca arriba, con las piernas abiertas como cuando las mujeres van a parir. Sentado en el suelo un niño tocaba canciones de cuna con el likembe. Llegamos a su catre e Imamu pisó sin querer una bandeja con agua que fue rápidamente absorbida por la tierra. El ruido de la bandeja la despertó. Cuando nos descubrió sí que se asustó. Hola, Moreen, ¿cómo estás? Venimos a verte porque no te vimos en la escuela, pero ya nos enteramos de todo. Los ojos de Moreen se pusieron serios y su boca se arrugó. Quiso cerrar las piernas pero era obvio que cualquier movimiento, la ausencia de su clítoris, le dolía. Imaginamos que se sintió avergonzada porque vimos la costra que se le había hecho en la entrepierna. Moreen, no te enojes con nosotros, tenías que estar aquí tarde que temprano, ¿verdad? Imamu ya no está enojado por el fierrazo que le diste en los huevos. Mira, al menos ya no lastimarás a ningún hombre con tu clítoris. Eso está bien. El clítoris de mi tía se comió a varios hombres. Y descubrimos que los clítoris de las suricatas son inofensivos, cuando la ciencia avance tal vez te puedan insertar un clítoris de suricata.

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A Moreen se le dibujó una expresión juguetona en los ojos de cuando alguien guarda un secreto. Tenía apretada en su mano izquierda un frasquito de cristal con tapa de corcho y la extendió hacia nosotros. Imamu lo tomó. Era un pedazo de carne al rojo vivo que se movía como una lombriz, se apreciaban unas finas incrustaciones de perlas y en su conjunto nos pareció ver una sonrisa minúscula con los dientes expuestos. El gordo estaba en lo cierto, Moreen había aclarado todas nuestras dudas.

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Ilustración: EKO

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