El mago se cansa

Nov 9 • Lecturas, Miradas • 5417 Views • No hay comentarios en El mago se cansa

POR JAVIER MUNGUÍA

 

Un mago de talento que parece haber agotado todos sus trucos: esa es la idea que de su autor nos enrostra Los años de peregrinación del chico sin color, la decimotercera novela de Haruki Murakami, recién publicada en español. Si en 1Q84, su novela anterior, Murakami había asumido algunos riesgos respecto de su producción conocida, sobre todo la incorporación de una protagonista femenina fuerte, estilo Lisbeth Salander, y de un ámbito de crítica social, no puede decirse lo mismo de Los años de peregrinación… Es esta una típica creación murakamiana: treintañero sin ningún talento especial, proclive a la honestidad y aficionado a la lectura, padece la inquisición de la soledad, aderezada por algunos elementos sobrenaturales, y con música de fondo (en este caso, las suites para piano de Franz Liszt, referidas en el título).

 

 

No se entienda lo anterior como que estamos ante una ficción malograda. Si bien se mueve en coordenadas harto conocidas, de modo que a ratos da la impresión de estar leyendo un libro anterior del mismo autor, la narración se desarrolla de manera convincente, con pocos tropiezos. Cuando era un joven veinteañero, Tsukuru Tazaki fue defenestrado por su grupo de amigos, al que lo unían fuertes vínculos emocionales. El hecho resultó a tal grado traumático que Tsukuru coqueteó con la idea del suicidio, pero finalmente salió a flote. Dieciséis años después, a raíz de la sugerencia de una novia que ha detectado en él un asunto no resuelto, el protagonista se lanza a la aventura detectivesca de investigar lo ocurrido, para lo cual deberá enfrentarse, por primera vez luego de mucho tiempo, a sus examigos y al espejo.

 

 

La estructura de novela policial azuza la curiosidad del lector, y las revelaciones que Tsukuru va recogiendo modifican de manera profunda la manera como asume el pasado y su propia persona. En ese sentido, la lectura de la novela es satisfactoria. Los tropiezos son pocos, pero son: hay un intento groseramente explícito por afiliar el mundo de esta novela con el de 1Q84, pese a que tal filiación no conduce a ningún lado; la configuración del protagonista no solo resulta similar, sino casi una calca de la de los protagonistas de otras ficciones murakamianas: Baila, baila, baila y “Un ovni aterriza en Kushiro”, de Después del terremoto, por ejemplo.

 

 

Pero quizá el reparo más importante que puede oponérsele a esta novela se refiere a la manera como se introduce en ella ese plano sobrenatural tan característico de la narrativa del autor de Norwegian Wood. Es sabido que las ficciones de Murakami se mueven en un ámbito que no es el realista, aunque tampoco uno abiertamente maravilloso, como el de los cuentos de hadas. En sus ficciones, un contexto más bien cotidiano, reconocible por la experiencia, se ve invadido por sucesos extraños que no provocan demasiada sorpresa en los personajes (de ahí que se compare el trabajo de este escritor con el realismo mágico, definido como “la coexistencia no problemática de lo real y lo sobrenatural en un mundo semejante al nuestro”, según el crítico David Roas). No suele haber respuesta para esta invasión, lo que produce lagunas interpretativas, por lo general cargadas de sugerencias. En Los años de peregrinación… esas lagunas son más bien escasas, pero cuando aparecen lucen forzadas, como una manera de conectar este libro con los otros del autor.

 

 

En los mejores casos, esta incorporación de elementos sobrenaturales en las ficciones de Murakami enriquece el mundo ficticio con hallazgos inquietantes, aunque no plenamente interpretables; en los peores, conduce a la sustitución del plano literal, tangible, por uno simbólico, de tal manera que se traiciona la configuración de algunos personajes y estos pierden sustancia. No es que se abran dos dimensiones de lectura, una literal y otra simbólica, sino que lo simbólico sustituye a lo real y lo falsea. Esto ocurre, por ejemplo, en el último tramo de Kafka en la orilla: la persuasiva aventura del adolescente Kafka Tamura, que huye de su padre y sale a buscar su identidad, termina convertida en un esperpento freudiano sin pies ni cabeza.

 

 

Algo de eso ocurre, aunque en menor grado, en esta nueva novela. Cuando Tsukuru Tazaki, tiempo después del desencuentro con su grupo de amigos, es abandonado por un nuevo camarada, la deserción de este es atribuida a oscuros motivos simbólicos, revelados en un sueño, que nos impiden entender sus verdaderas motivaciones. Cuando el protagonista es acusado de realizar un acto que no cometió, aclara que no lo hizo pero agrega que quizás en otro plano lo hizo, y su interlocutor aprueba la gracia. Estos episodios solo son distractores del asunto central, intentonas frustradas de incorporar lo sobrenatural a la materia narrativa, aun a costa de restar persuasión a algunos pasajes de la trama, o una forma de no comprometerse a fondo con las caracterizaciones de los personajes, que se resuelven con ocurrencias.

 

 

Epítome de las virtudes y defectos como narrador de Murakami, Los años de peregrinación del chico sin color se lee con agrado, pero es también un signo alarmante de que el mundo característico de este ilusionista nipón está siendo agotado y no resistirá muchos embates más sin el riesgo de convertirse en una caricatura de sí mismo.

 

 

*Fotografía: Haruki Murakami, “Los años de peregrinación del chico sin color”, traducción de Gabriel Álvarez Martínez, Tusquets, México, 2013, 314 pp.

 

 

 

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