El misterio de leer

Ago 23 • destacamos, Lecturas, Miradas, principales • 3247 Views • No hay comentarios en El misterio de leer

 

POR EDUARDO ANTONIO PARRA

 

Hace dos años Norma Lazo dio a conocer un ensayo sobre la importancia del silencio en el ejercicio tanto de lectura como de escritura, titulado La luz detrás de la puerta. Este volumen, como la mayoría de los que se publican fuera de las editoriales de mayor circulación, ha encontrado poco eco entre la crítica, a pesar de que las reflexiones que contiene, encaminadas a iluminar ciertos rasgos del proceso creativo y de recepción de la literatura, deberían ser fundamentales en el interés de escritores y comentaristas de libros. Ahora, en 2014, Tusquets ha puesto en circulación su más reciente novela, Lo imperdonable, lo que abre la oportunidad de relacionar ambos textos en un intento de trazar una línea de coherencia entre las meditaciones de la autora sobre el oficio y su trabajo de ficción. ¿Por qué esta búsqueda de coherencia? Porque, en mi experiencia como lector, he advertido que la mayoría de los narradores —con los poetas es distinto— que abordan el género del ensayo sufren una suerte de desdoblamiento en el que el pensamiento sobre la escritura o las críticas a la obra de otros parecen divorciadas de sus propios cuentos y novelas, como si al teorizar fueran más agudos o más exigentes que al emprender la creación de sus ficciones, o como si al escribirlas se olvidaran del rigor autocrítico que demandan en los demás. El caso contrario, donde el genio narrativo supera lo planteado en las reflexiones teóricas también suele darse, pero en menos ocasiones.

 

Lo imperdonable narra la historia de Eddie, una mujer silenciosa y arisca que toma empleo como traductora de Michael, con quien poco a poco entabla una amistad íntima. El hecho de que su nuevo jefe y amigo sea homosexual anula la resistencia de la protagonista hacia los afectos, aunque no elimina el aura de misterio que la envuelve. Porque se trata de una mujer atormentada por el pasado, por las pérdidas, por lo que no se puede perdonar: una mujer cuyo semblante está “marcado por las ausencias, que si bien no matan, debilitan el cuerpo”. Cuando recibe una llamada de alguien de ese pasado a quien creía haber dejado atrás, decide contarle su historia a Michael. Huérfana de padres, adoptada por unos tíos, encontró su verdadera familia en un grupo de amigos con los que se dedicó a correr aventuras en su natal Veracruz, que incluían expediciones de buceo en busca de los tesoros de los galeones hundidos durante la Colonia. Pero uno de los miembros de la pandilla cometió una traición que le costó la vida a otro, y lo único que Eddie no puede perdonar es la traición. Conforme la trama se desenvuelve, nos encontramos ante un grupo de adolescentes que abandonan la inocencia para conseguir armas, no con el fin de cometer delitos, sino por la pura emoción de cargarlas. Adictos a la adrenalina, sus locuras suben de intensidad hasta asociarse con una especie de mafioso que anda en busca de la carga de un galeón sumergido en un abismo marino, el Ojo del Diablo, donde al final ocurre la tragedia. La joven Eddie, quien aspira a ser escritora, opta por abandonar el puerto para buscar su destino en otra parte, huyendo de los demás, de la culpa, de la tristeza, y se sumerge desde entonces en un silencio semejante al olvido. Sin embargo, años después, cuando parece haber encontrado de nuevo, en Michael, algo parecido a un cariño familiar, vuelve a desaparecer.

 

Dos ideas fundamentales de La luz detrás de la puerta plantean, la primera, que “la palabra no interrumpe el silencio, lo afirma”, y la segunda que “la palabra está impedida para darnos el significado completo de algo; la totalidad de su sentido es rehén en el reino del silencio”. Tal vez por ello, ni siquiera al contarle a Michael la historia de sus amigos del pasado, Eddie deja de ser un misterio para él —ni para el lector, quien debe buscar en su imaginación los rasgos de la esencia de la protagonista que Norma Lazo calla—. Huidiza, como la de cualquier persona que conozcamos, la imagen cabal de Eddie permanece borrosa en lo que nos es imposible escuchar o leer, pero que excita nuestra imaginación a complementar lo que no se nos dice. Lo mismo ocurre con la tragedia —un verdadero infierno existencial— que vibra en el interior de Eddie y que nunca se nos revela del todo; sobre esto, Lazo afirma en su ensayo: “El silencio es un laberinto y, a través de éste, puedo acaso percibir el leve murmullo de lo secreto”. Claro, al ensayar la autora habla del acto creativo y no de su resultado, pero aun así es posible notar la persistencia de un mismo pensamiento en uno y otro libro, en uno y otro género.

 

Norma Lazo, La luz detrás de la puerta. El silencio en la escritura, Fondo Editorial Estado de México, Toluca, 2012, 119 pp.

 

Norma Lazo distingue cuatro tipos de silencio relacionados con la literatura, su creación y su recepción: ontológico, contemplativo, exegético y ético. El primero nos resulta inefable, el segundo nos impulsa a pensar y escribir, el tercero nos ayuda a interpretar lo leído, el último tiene que ver con la no interferencia del autor en la recepción de la obra. Cuatro especies que responden a cuatro tiempos de la escritura. Desde el ontológico, algo semejante a un abismo sin fondo donde se ocultan las fuentes más puras de la creación —como en el Ojo del Diablo los doblones coloniales que buscan Eddie y sus amigos—, pasando por el contemplativo y el exegético, que es donde la escritura toma forma a través del pensamiento y el alimento de otras lecturas —como en el relato de su pasado que la protagonista de Lo imperdonable le hace a Michael—, hasta el ético, que permite a los lectores creen en la mente su propia historia de lo leído —como le ocurre a Michael cuando Eddie desaparece de su vida—, La luz detrás de la puerta intenta iluminar esas zonas ignotas donde se gesta, se desarrolla y se digiere eso que llamamos literatura, en un texto ensayístico que, al seguir una línea lógica, tiene también mucho de aventura narrativa. Porque a la larga, leer esta escritura “sobre el propio acto de escribir” cuyo protagonista es el silencio, que nos advierte sobre no ser engañados por el disfraz de la palabra, que piensa en el lector —aunque afirma que nunca se escribe pensando en él—, resulta tan estimulante como recorrer las páginas de un buen cuento o una buena novela. Lleno de ideas inquietantes, de líneas subrayables, de emociones reconocibles para cualquiera que se dedique a la escritura, este ensayo nos reconcilia con la incapacidad de expresar lo que queremos, señalándola como el germen de todo acto creativo: “Es el lenguaje quien habla desde el silencio y, cuando más parece oscurecerse, es tal vez cuando más se aclara”.

 

Lo imperdonable es un buen ejemplo de esta última idea. Al recorrer sus páginas, al enterarnos de varios de los hechos que marcaron el pasado de Eddie convirtiéndola en una mujer retraída, silenciosa, como el suicidio infantil del hermano de varios miembros de la pandilla, la traición de uno de ellos que le cuesta la vida al joven de quien ella estaba enamorada sin decirlo, la culpa que pesa sobre sus espaldas —el peso de un muerto—, y su pasión casi secreta por la escritura sumada a la timidez que la lleva a publicar siempre con seudónimo, todo ello expresado con una combinación constante de palabras y silencios explícitos, nuestra mente de lectores configura una historia, única en cada uno de nosotros, mucho más completa que la plasmada en el libro, adecuada a nuestra experiencia personal. Una historia que tiene que ver con la diferencia entre los que nacieron para quedarse, y los que siempre se están yendo, con los mecanismos y fallas de la amistad, con los anhelos de juventud y los desengaños de la edad madura, con la necesidad de contarlo todo y el impulso de callar.

 

Y con la literatura misma: mientras Eddie vive rodeada de sus amigos, lo único que la afirma ante ellos, que son más hermosos, fuertes y audaces, es su pasión por la lectura. Ella lee, y eso la sitúa por encima de los demás. Ella pretende convertirse en escritora, por lo tanto su horizonte es distinto. Hay, además, a lo largo de los capítulos de Lo imperdonable un constante homenaje a la novela El corazón es un cazador solitario, de la norteamericana Carson McCullers, donde uno de los protagonistas es mudo, lo que no es casualidad: “El silencio tiene la fuerza primitiva que en vez de aislarme me engarza a toda existencia humana y me hace fluir rebosante de hospitalidad en la vecindad del mundo”, dice Norma Lazo en su ensayo.

 

Norma Lazo, Lo imperdonable, Tusquets, México, 2014, 207 pp.

 

Quizá los pensamientos de un narrador en torno a su oficio no deberían relacionarse por fuerza con sus obras de ficción. Acaso se trata de dos ejercicios por completo distintos. Ensayo y novela. Narrativa y reflexión. No obstante, La luz detrás de la puerta y Lo imperdonable nos muestran a Norma Lazo como una escritora presa de sus obsesiones que, al practicar ambos géneros, al mismo tiempo nos aclara y nos llena de cuestionamientos sobre el proceso de la escritura y nos deja inmersos en el misterio de leer.

 

*Fotografía: La narradora y ensayista Norma Lazo/RAQUEL ZÁRATE GRUPO PLANETA.

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