Encuentros de amor y sangre

Mar 24 • Lecturas, Miradas • 4644 Views • No hay comentarios en Encuentros de amor y sangre

Las novelas más recientes de Beatriz Rivas y Kyra Galván son un cruce de miradas entre tres culturas: la mexicana, la japonesa y la china

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POR ETHEL KRAUZE 

No sólo las personas viven encuentros tan felices como trágicos. También los pueblos, las culturas, los idiomas, las historias colectivas que moldean y construyen civilizaciones. ¿Es, en verdad, una necesidad humana esta contradicción? ¿Tenemos que matarnos para aprender a amarnos? ¿Es el odio la cara oscura del amor y sólo con violencia se conoce el fondo de la pasión?

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Parecería que en toda trama de amor hay un río de sangre de por medio. Tan material como simbólico. Tan decisivo como permanente. Y la literatura es el mejor crisol para contenerlos, exponerlos, y hacérnoslos beber para nuestro conocimiento, nuestro tormento y nuestro gozo. Literatura que conquista la realidad desde los hilos de una ficción que sólo surge para poner aumento, es decir, precisión y hondura, en los lentes del lector.

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Encuentros de amor y sangre que han surcado la historia entre continentes y que han sido dramáticamente vividos en ambos lados en costas mexicanas y asiáticas. Encuentros que se cuentan a partir de un acontecimiento indeleble en ambas culturas bajo la pluma de dos de nuestras autoras contemporáneas que se han destacado, precisamente, por atender estos registros histórico-literarios penetrados por sus distintivos signos de identidad.

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Es el caso de las novelas de reciente aparición El sello de la libélula, de Kyra Galván y Jamás, nadie, de Beatriz Rivas. La primera, es un encuentro mexicano con el mundo japonés; la segunda, un encuentro chino con el mundo mexicano.

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En este mismo orden, una joven mujer mexicana recién casada y con una hija pequeña, se muda a Japón por el trabajo del marido. Es el final de la década de los ochenta del siglo pasado. Ella tiene que pasar por la pesadilla de un idioma imposible y unas costumbres incomprensibles, no sólo en el terreno social y cultural, sino, incluso, para las tareas domésticas más elementales.

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No ceja. Tiene que entrar al misterio japonés. Camina por sus calles, en sus letras, se pierde en sus parques. Hasta que ocurre lo inesperado. En verdad, entra. De pronto, una joven mujer cazadora de perlas en las islas de Japón, salta bajo las olas para rescatar un barco español que naufraga mientras corre el año de 1609, lo que es un hecho registrado históricamente. Érika, la joven mexicana, y Tonbo, la japonesa, se trenzan, se cruzan, se imantan en un destino que ha sido prefigurado y que deberá ser cumplido más allá de la dimensión del tiempo.

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Pero no sólo a ellas las toca el sello de la libélula, que una tarde milagrosa las conecta, sino que sus mundos son también arrastrados y reciben las consecuencias de ese lazo tan inexplicable como necesario. El marido de Érika, importante ejecutivo de un banco, y Álvaro de las Casas, náufrago del barco español, verán los hilos de su historia trabándose entre las olas que bañan a las islas japonesas. Odio, celos, discriminación racial y cultural. Sangre y muerte, frutos compartidos para futuras simientes.

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Lo que una hace, atañe a la otra, y viceversa. Cada acto producirá una consecuencia que, tarde o temprano, producirá un nuevo acto que restablecerá el equilibrio.

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El círculo del karma desde la visión oriental; la culpa y la redención, desde la visión occidental. Desde cualquiera de estos paradigmas, la condición humana transita por la vida con propósito y sentido. La escritora logra reunir en una misma novela ambas cosmovisiones, con una delicadeza y una pericia tales, que el lector no puede poner en duda la trama; es decir, el lector termina convencido que todo es absolutamente verdadero, y que no pudo haber sido de otra forma.

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No es la primera vez que me ocurre como lectora de Kyra Galván, esta sensación de que lo que cuenta es tan histórico como novelístico. Es decir, sus historias que cruzan documentos y eventos históricos con personajes de ficción provocan el fenómeno emergente en literatura que me atrevo a llamar “conquista de la realidad”.

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En la segunda novela, Beatriz Rivas retoma la masacre de chinos ocurrida en Torreón, Coahuila, en mayo de 1911, uno de los acontecimientos de barbarie más contundentes del pueblo mexicano contra una comunidad inmigrante, sin que mediara amenaza, defensa o motivo racional alguno. Un acto absurdo y vergonzoso que cuestiona nuestra tradicional hospitalidad y el dicho universalmente conocido de “mi casa es su casa”. La imagen que tenemos de nosotros se bifurca en la grieta que esta obra recrea. A través de She Yan el joven chino que llega en los albores de la Revolución Mexicana para encontrar una vida mejor, los lectores podemos mirar nuestras más oscuras pasiones. Un día se enciende la chispa de odio y los pobladores se lanzan a matar a más de trescientos chinos, hombres, mujeres, niños, sólo porque los chinos son puntuales, eficientes, trabajadores, ahorran y no se quejan, lo que hace que progresen en poco tiempo.

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La trama ocurre entrecortadamente entre las épocas de los abuelos, los padres y los nietos, cruzándose de idiomas, tradiciones y sabores que se mezclan, no sin el regusto de estupor y de nostalgia que prevalece en todo encuentro de amor y de sangre.

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Beatriz Rivas es una maestra en el arte de tomar un acontecimiento, o un personaje de la Historia, y llevarnos con su pluma a las palpitaciones que seguramente los provocaron, los incitaron y los consumieron. Con ello, nos revela el revés de la trama mayúscula, para entender por qué nos escandalizamos cuando no queremos creer lo que pasa en la realidad.

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Foto: Jamás, nadie, Beatriz Rivas, México, Alfaguara, 2017, 304 pp. / El sello de la libélula, Kyra Galván, México, Vergara, 2017, 345 pp. / Especiales

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