Erik Poppe y el abismo fotográfico

Ene 16 • Miradas, Pantallas • 3544 Views • No hay comentarios en Erik Poppe y el abismo fotográfico

POR JORGE AYALA BLANCO

 

En Mil veces buenas noches (Tusen ganger god natt, Noruega-Irlanda-Suecia, 2013), visualista y netamente autobiográfico filme 4 del exfotógrafo de guerra noruego vuelto formidable especialista en vidas cruzadas osloenses (a la vez el Altman y el Paul T. Anderson escandinavo) de 54 años Erik Poppe (Schpaa 98, Hawaii, Oslo 02, Aguas turbulentas 10), sobre un guión suyo y de su colibretista habitual Harald Rosenlow-Eeg, la estupenda y cotizadísima fotógrafa de prensa internacional en zonas de conflicto Rebecca (Juliette Binoche) presencia, con chador oscuro y muy profesional impasibilidad, los hipnóticos rituales islámicos de la preparación de una mujer-bomba en Afganistán (simulacro de entierro en vivo, lavado corporal como de ceremonia nupcial, investidura blanca) e incluso, con el objeto de proseguir su reportaje gráfico, obtiene el permiso de acompañarla dentro del vehículo que la llevará a Kabul, aunque a la mera hora, ante el primer retén de soldados citadinos, se quiebra y exige a gritos que la dejen salir de la camioneta, poniendo en riesgo la operación terrorista, provocando el estallido prematuro del explosivo humano a media calle y saliendo ella misma ensangrentada y malherida, para despertar en una cama de hospital de Dubai, acariciada por su cariñoso marido biólogo marino barboncillo Marcus (Nicolaj Coster-Waldau en plan de blando-blando), y regresar con él a la melancólica costa irlandesa en donde ambos viven, al lado de su sensible hija puberta Steph (Lauryn Canny) y la pequeña hermanita Lisa (Adriana Cramer Curtis) ávida de volcar su afectividad baldía sobre algún gatito, pues esta vez la zozobra de la espera ha hecho estallar también, como bomba, la estabilidad de la perfecta unidad familiar, conflictuando a todos y orillando al sereno Marcus a desmovilizar a Rebecca, haciéndola que renuncie a su arriesgado oficio, a aceptar que sus fotos sean prohibidas por presiones el Pentágono como presuntas promotoras del terrorismo y a intentar satisfacerse a duras penas con su idílica existencia hogareña, hasta que un tranquilo viaje con su hija puberta, por razones escolares y supuestamente sin riesgo, a un campo de refugiados sudaneses en Kenia, derive en un sanguinario enfrentamiento tribal y, luego de poner a salvo a la chavita ya siguiendo los pasos fotográficos maternos, se oculte en una tienda de campaña para arrostrar la muerte capturando las imágenes que pondrán en evidencia a los tiroteantes agresores y de inmediato redundarán en mayor seguridad armada para los agredidos, si bien acabarán, ya en Irlanda, con cualquier posibilidad de remanso familiar para esa temeraria practicante del abismo fotográfico.

 

El abismo fotográfico se define, peligrosa y nietzscheanamente, como exterior e interior, apoyándose en la aventadaza e hipotética Rebecca de una ardiente Binoche, ajada y madura pero aún en estado de gracia fílmica, palpitante, íntima y dramática, llena de matices y subtextos insospechados, con algo de la enclaustrada a cielo abierto Camille Claudel 1915 (Dumont 13) y mucho de aquella inconsolable viuda de esposo e hijo de Tres colores: azul (Kieslowski 93) hoy ávida de intoxicarse de imaginaría natural, cual perfecto alter ego idealizado del realizador, su mejor aliada y guía para descender a los infiernos africanos o asiáticos, con millones de infelices pobladores sometidos por las armas o desplazados, anónimos por fin personalizados, vistos a través del experto ojo mecánico de esa admirable mujer, también ella convertida en abismo ella misma, dolorosa y perturbadora con la sola elocuencia inminente y eminente de su lenguaje gestual e incorpóreo corpóreo, Virgilio y Dante de sí misma, vulnerada practicante y víctima de propio oficio, concediéndole verosimilitud inclusive a los hechos mínimos o convencionales, a los precisos poderes virtuales de las imágenes verídicas e impactantes destinadas a descomponer el desayuno de los opulentos seres insensibles y usufructuarios, imágenes categóricamente agenciadas por una espléndida ambientación foránea superrespetuosa, en homenaje tácito al valor y la valentía de todos los fotógrafos de guerra a través de esa hipersensitiva criatura de ficción, aquí por el momento al servicio del fino camarógrafo noruego John Christian Rosenlund de súbito furioso o compartiendo su ponderado espacio con ciertas informes tomas con agitada cámara amateur en la mano: aquellas atribuidas a la joven hija de la protagonista que, subidas a la laptop, funcionarán para denunciar ante el padre el segundo terrible incidente en el que la madre hubo de mostrar y demostrar su instinto y su casta.

 

El abismo fotográfico impone un régimen de belleza visual telúrico casi perversamente envolvente, aunque dudosamente comprometida por las largas disolvencias engolosinadas que se sienten obligadas a prodigar la edición preciosista de Sofia Lindaren y el meloso fondo musical de Armand Amar, en contraste con la severidad de los momentos de violencia, con la impersonal comunicación que se establece a través de skype y una tal Jessica (Chloë Annett) como único lazo umbilical posible hacia el mundo circundante, o con el enlace in situ africano Stig (Mads Ousdal el duro-duro del cine nórdico) más protector de lo deseado, contrastes y distanciamientos que permiten remitir a una serie de temas colaterales y eticosociales de primera magnitud como los límites del involucramiento individual, del testimonio necesariamente pasivo, del seudopoder informativo y del autosacrificio útil/inútil como una absurda gota de agua en un mar de aguas turbias (“Me quedo”).

 

Y el abismo fotográfico pretende finalmente darle dimensión trágica a un melodrama familiar, con implosiva ruptura racional y consciente de todos los airados miembros entre sí, pero no por ello menos desgarrado y sufridor, cuando nuestra fotógrafa-testigo quede tan vencida y ovillada como la madre de una fémina demasiado jovencita ya inevitablemente aprestada para bomba fanática.

 

 

*FOTO: Mil veces buenas noches, del director Erik Poppe, se exhibe en el circuito de salas comerciales de la Ciudad de México desde el 8 de enero/Especial.

 

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