Gil de Biedma y la vida privada de los sueños

Ene 7 • Conexiones, destacamos, Lecturas, Miradas, principales • 3421 Views • No hay comentarios en Gil de Biedma y la vida privada de los sueños

POR SERGIO TÉLLEZ-PON

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A Pablo Sycet

La primera edición de Moralidades apareció hace 50 años: según reza el colofón, se acabó de imprimir el 14 de abril de 1966; “los años terminados en seis siempre han sido importantes en mi vida”, escribió su autor, Jaime Gil de Biedma (Barcelona, España, 1929-1990). Se publicó en México bajo el sello de Joaquín Mortiz pues la censura franquista no habría permitido que un libro como éste, con su evidente tono social, apareciera y se leyera todavía en los años de pleno franquismo. Justamente uno de los temas que recorre las páginas de Moralidades es la ruina y miseria en que se encontraba España, que los censores podían tomar como una crítica al Generalísimo. Así se puede leer, por ejemplo, “Apología y petición” en el que Gil de Biedma dice que la pobreza y el mal gobierno no son inherentes a lo español, es algo de lo que se podrían despojar pues son provocados por los hombres; es en este poema donde ese encuentran unos versos citados por Javier Cercas en su espléndida novela Soldados de Salamina: “De todas las historias de la Historia / sin duda la más triste es la de España / porque termina mal”. O cuando en “Elegía y recuerdo de la canción francesa” recuerda que finalmente la pobreza y la devastación después de años de guerra civil han unido a España con una Europa arruinada por la Segunda Guerra Mundial. La actual ruina de España y Europa, como consecuencia de una crisis política, económica y la mala solución para la migración, hacen a estos poemas asombrosamente vigentes.

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Gil de Biedma creció prácticamente durante la dictadura de Francisco Franco, como lo recuerda en el poema “Intento formular mi experiencia de la guerra”, y los poemas de Moralidades los escribió a finales de los años cincuenta y principios de los sesenta. Pero, como ha sucedido en otros casos, esas generaciones son las que emprenden la crítica y, no pocas veces, la revolución contra el orden establecido; en este mismo poema escribió: “Quien me conoce ahora / dirá que mi experiencia nada tiene que ver con mis ideas, / y es verdad”. En medio de una dictadura oscurantista, los escritores más jóvenes asumieron una posición política así que la suya fue una generación de “señoritos de nacimiento / por mala conciencia escritores / de poesía social”: Juan Goytisolo, Carlos Barral, los hermanos Joan y Gabriel Ferrater, Josep María Castellet, Juan Marsé y José Manuel Caballero Bonald.

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Al hablar de esa vertiente de la obra poética de Gil de Biedma, Luis Antonio de Villena los llama “poemas cívicos”, es decir, que en ellos el poeta “trata de reflejar una pasión o una necesidad que afecten a los hombres en cuanto colectividad humana” pero su efectividad reside en que hay una “individualización de lo social” donde, según De Villena, “el poema se nos presenta como una sensación meditativa y no como un discurso. Y esa meditación –que es ética– aquieta el ritmo de las palabra, y hace que nos lleven a la mente connotaciones de intimidad, de personalización, de atmósfera de individuos, aunque el tema y el donde sean siempre situaciones cívicas” (en Retratos (con flash) de Jaime Gil de Biedma, Seix Barral, 2006). Una de la influencias para escribir este tipo de “poesía social” fue el poeta inglés W. H. Auden, a quien Gil de Biedma sin duda leyó y admiró desde que vivió una temporada en Inglaterra.

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La otra vertiente de Moralidades es la “poesía íntima” en la cual, al decir de De Villena, hay “algo [que] nos llega a todos. Y no porque no hable de un ser, o de unas circunstancias individuales –individualísimas– sino porque se presenta a nuestros ojos de lector, bajo la bandera de la gama de lo humano, porque aunque sea un yo, nosotros lo sentimos como un tono especial del hombre, una manera de ser humana. Y los abstractos se vuelven en colectivos”. Algo similar descubre en su lectura José Joaquín Blanco cuando escribe que los lectores de Gil de Biedma no pueden sino agradecerle encendidamente que “haya escogido la contemporaneidad íntima, la vida privada de los sueños y las pasiones de nuestros días, las secretas aventuras del deseo y sus abiertos encontronazos con la realidad, como campo de su lírica” (en Sentido contrario, BUAP, 1993). Gracias a todos estos rasgos en su poesía, Gil de Biedma estableció un diálogo y una complicidad con sus lectores de manera que su obra literaria no ha hecho sino ensancharse y enriquecerse, además, con la lectura, interpretaciones y exégesis de buen número de estudiosos.

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En la lectura de esta poesía íntima de Gil de Biedma hay, además, un desdoblamiento del poeta. De Villena toma como muestra otro de los poemas más conocidos “Contra Jaime Gil de Biedma” y escribe: “El autor, en alguna forma, se dispone a hablarnos de sí mismo. Y nos presenta las barras de la noche, la atracción poderosa de los cuerpos, la sensación de alcohol y de agotar la vida. Un mundo de bohemia y calles estrechas, y luz amarilla de ascensores, en el regreso, de madrugada, destruido… ¿Intimismo? Mejor diríamos confesión. Sin embargo no percibimos nada que suene a tragedia o lágrima (¡antes al contrario!) ni ese tono meloso de la confesión, cuando se dice, mira, así soy yo, fíjate qué cosa. Notamos distanciación, ironía y romanticismo. Un todo de complacencia ante el espejo sin darle al hecho, por otra parte, mayor importancia. La distanciación objetiva aparece muy clara, porque el poeta ha utilizado el truco (bueno para hablar de sí mismo) de desdoblarse, un Jaime-Jekyll y un Jaime-Hyde, con el bueno hablando al malo […] De esta manera hablar de sí es hablar de otro”. Es una dualidad, o las dos versiones de un suceso, que también está presente en su poema homoerótico más citado, “Pandémica y celeste”, donde el poeta vive en una tensión: es jalado por un amor alto y noble y por otro que lo arrastra a la vida nocturna donde sólo encuentra placeres fugaces:

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Porque no es la impaciencia del buscador de orgasmo

quien me tira del cuerpo hacia otros cuerpos

a ser posible jóvenes:

yo persigo también el dulce amor,

el tierno amor para dormir al lado

y que alegre mi cama al despertarse,

cercano como un pájaro.

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Como Luis Cernuda, otro gran poeta español con el que Gil de Biedma tenía varias afinidades, una figura medular de su poesía es la juventud, esa etapa idealizada que aún en su madurez, dice José Joaquín Blanco, “lo sigue arrastrando a las noches que ya no son mágicas, a los sentidos que ya no son místicos, a las esperanzas que ya son mera parodia, a los cuerpos que ya no ofrecen sino dones terrenos”. Como en Cernuda, el inspirador de varios de los poemas de amor que escribió Gil de Biedma es el cuerpo juvenil masculino, sin embargo, el poeta se las ingenia para no hacerlo explícito y por lo general recurre a usar adjetivos o sustantivos no masculinos y menos femeninos pero sí neutros: “Para ti, que no te nombro”. (Salvo en algún poema donde se le olvida: “oh joven pirata de los ojos azules”.) Una vez más la dualidad: el Gil de Biedma-Hyde libertino y promiscuo del que ahora se saben muchas cosas, contrastaba con el Gil de Biedma-Jekyll, criado en una burguesa y conservadora familia catalana, el alto ejecutivo de la empresa familiar que intentaba –en vano– ocultar su vida privada hasta en su poesía.

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Además, en Moralidades Gil de Biedma perfecciona su técnica de composición gracias a los años dedicados al detallado estudio del arte poético: “Apología y petición” es una sextina, estrofa máxima de la poesía trovadesca que uso intencionalmente para que el tono cívico que mencioné líneas atrás no convirtiera al poema en un panfleto; tres poemas que aparecen seguidos (“Mañana de ayer, de hoy”, “Días de Pagsanján” y “Loca”), también son de metro y ritmo medievales; y “Auden’s At last the secret is out” es su traducción de ese poema de Auden pero en una composición característica de la lengua española, el romance. Pero también hay “pastiches”, como él los llamaba, o mejor sería llamarlos ejercicios inspirados en Baudelaire, Rubén Darío, T. S. Eliot, Rilke y Cernuda.

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Ahora, los cincuenta años de la primera edición de Moralidades coinciden con la aparición de Diarios 1956-1985 (Lumen, 2015), que finalmente han visto la luz completos pues por orden expresa del poeta sólo se podían publicar 25 años después de su muerte y así lo cumplió su agente literaria, Carmen Balcells. Ya en 1974 el mismo Gil de Biedma había publicado un fragmento muy editado, Autorretrato del artista seriamente enfermo, unos diarios que escribió mientras convaleció de tuberculosis, y que luego preparó para que después de su muerte se publicara sin autocensura en una segunda edición corregida y aumentada bajo el título Retrato del artista en 1956 (1991) y que contribuyó a acrecentar su leyenda. Sin embargo, el resto seguía sin conocerse porque él temía por la personas que aún vivían y que mencionaba en sus páginas y, una vez más, no quería que su escandalosa vida de “burguesito en rebeldía”, como él mismo se llamó, importunara a su recatada familia.

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A ese diario de 1956 ahora lo complementan tres partes más: “Diario de Moralidades”, “Diario de 1978” y “Diario de 1985”. Esta edición está minuciosamente anotada por Andreu Jaume, quien además ha incluido un prólogo extenso y detallado aunque a veces un poco excesivo. Más que un diario, esa primera parte ya conocida como Retrato del artista en 1956, es una autobiografía en la que puede verse cómo en 1955, para salir de la España opresiva y pacata, Gil de Biedma primero intentó ingresar a la diplomacia y luego aceptó trabajar en la empresa de tabaco así que se fue a Manila, Filipinas, donde pudo dar rienda suelta a su sexualidad. Las tres partes nuevas sí son propiamente un diario pues son notas al vuelo, están menos desarrolladas e hiladas y algunas son más esquemáticas. El “Diario de Moralidades” fue escrito entre 1959 y 1965, es decir, los años en que fue escribiendo los poemas de su segundo libro, de mayor complejidad que el primero, Compañeros de viaje, y muestra la exigencia autoimpuesta para ser “un gran poeta”; el segundo fragmento nuevo muestra al hombre maduro, de 48 años, al que ya no le entusiasma Manila para sus aventuras sexuales mientras toma conciencia de que prematuramente ha dejado de ser escritor; y el último es el más breve y desolado pues es el año que le detectan “la enfermedad”, como él llama al sida, y empieza el tratamiento experimental en un hospital de París. Si en algunos de sus poemas es ambiguo con esos sustantivos y adjetivos neutros, en sus diarios ya no puede serlo y puede verse al poeta en toda su desnudez.

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Gil de Biedma murió los primeros días de 1990, en una España totalmente distinta a la que había crecido, con la democracia restaurada y algunas libertades sociales conseguidas, pero donde todavía su muerte por complicaciones de sida fue primero un tabú y luego un escándalo. Por fortuna, eso no logró opacar al gran poeta que ciertamente fue y que sigue siendo para quienes lo leemos.

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