Grozeva-Valchanov y la diafanidad amarga

Sep 9 • Miradas, Pantallas • 4437 Views • No hay comentarios en Grozeva-Valchanov y la diafanidad amarga

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Cinta heredera del mejor posneorrealismo italiano, la opera prima de estos dos directores búlgaros aborda los conflictos personales que llevan a una maestra de un pueblo rural a convertirse en una delincuente

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POR JORGE AYALA BLANCO

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En La lección (Urok, Bulgaria-Grecia, 2014), elocuente debut ficcional de la dupla formada por los autores totales búlgaros Kristina Grozeva de 38 años y Petar Valchanov (también editor del filme) de 32 (tras el documental Una parábola de vida 09 y antes de la ficción Un minuto de gloria 16), primera parte de una trilogía supradidáctica que así empezará a darle triunfal vuelta al mundo del arte cinematográfico, la ensimismada profesora treintona de inglés en una escuela secundaria rural búlgara Nadezhda (Margita Gozheva de subrepticia densidad) lanza arengas morales y tiende trampas autodenunciantes sin mayor éxito para que un alumno chavo ladronzuelo devuelva el billete de 10 stotinki de una condiscípula, pero con impertérrita severidad, no obstante que la realidad extraescolar de la maestra se revele, y se rebele contra ella, como un desastre absoluto, con su demandante hijita semiabandonada Dea (Ivanka Bratoeva), con su borracho marido buenoparanada que le hizo desertar de sus estudios de abogacía Mladen (Ivan Barnev), con un inabordable padre viudo omnihumillador (Ivan Savov) cuya insulsa ilusa guapa amante orientalista sólo procura que no le arrojen malas vibras o chacras encima (Deya Todorova), por añadidura debiendo la profa arrostrar y arrastrar pavorosas deudas conyugalmente contraídas que amenazan con hacerle perder su casa, padeciendo dilaciones en el pago de una traducción (“Hasta el próximo martes”) y viéndose obligada a recurrir a un prestamista abusivo (Stefan Denolyubov) que la hace firmar pagarés criminales, los cuales, a punto de vencerse luego y so pena de saldarlos con cuerpo, la conminarán a ponerle calificación de excelente al sobrino del agiotista y asaltar un banco a mano armada con una decomisada pistola de juguete, exacto cuando ha producido buenos resultados el truco de darle seguimiento a un billete marcado para detectar al chavo ladrón de su clase en el colegio, y así consumar irónicamente la enseñanza moral buscada con tanta empeñosa y empeñada diafanidad amarga.

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La diafanidad amarga se consuma al modo de una parábola sombría, micropolítica, autodevastada, sobre una corrupción en cadena intangible aunque nefanda y atroz, a la vez que vehicula una efervescente fábula, con enseñanza moral sin moraleja, para acompasar relato fílmico y reflexión señera, por paradójica que esta sea, sobre la imposibilidad de “enseñar una buena lección”, mediante una rara mezcla de géneros realistas, pues en rigor los conflictos expuestos con laxa fotografía de Krum Rodríguez carente de cualquier efecto heredan sin duda al mejor posneorrealismo italiano, la figura del irresponsable esposo ebrio y dispendioso de lo ajeno parece arrancado a una novela naturalista corregida por Von Stroheim, el monstruo villano en frío del prestamista merecería presidir un envenenado sainete buñueliano, la heroína misma reclama con cámara itinerante el denuedo de la decepcionada obrera agenciadora de voluntades de Dos días, una noche (los Dardenne 14) o el de la doctorcita culpable de negligencia médica de La chica desconocida (los Dardenne 16), y la máxima sobriedad antienfática de la ficción en presunto grado cero remite al parco y transparente realismo social oestealemán de los 60-70s que apenas enaltecía a la anciana atracadora de Los intereses del banco no pueden ser los que tiene Lina Braake (Sinkel 75), todo ello a favor de una procrastrinación simulada, un aparente entretenerse en nimiedades y momentos muertos que simulan relegar los asuntos en verdad importantes, sin casi insistir en que esos detalles, deambulaciones en autobús o a pie, titubeos y hechos insignificantes son los realmente cruciales.

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La diafanidad amarga obtiene su egregia universalidad ético-estética gracias a su jamás enfática y terriblemente neutra colección de instantes de verdad, muy inesperados e inspirados, que en su conjunto logran imponer una falsa aunque dolorosa irrelevancia de trasfondo, como el paulatino descubrimiento de la estoica existencia omnifrustrada de la heroína en lo vil cotidiano desnudo hasta en la tentativa de fajar con el brutal marido inútil (“No te estoy oliendo, te estoy besando”/ “Bésame las patas”), el suspenso en conteo regresivo creado por las absurdas exigencias de la indiferente cajera del banco (comisiones, centavos-levas) en el último minuto que obligan a Nadezhda a mendigar infructuosamente y pepenar monedas en una fuente, los escorzos y las tensiones con los fueras de campo que esconden al prestamista (“Desde aquí no puedo verlo”), la última humillada degradación de pintarse los labios decidida a prostituirse con el ojete que da lugar a la repentina decisión de quitarse a media banqueta las pantimedias para usarlas como máscara en el robo, pero ante todo las dos grandes elipsis estructurantes del sentido global del filme, tanto el de la anécdota en apariencia inocua como el de su malvada corriente subterránea, un par de medianeras elipsis-mediación sólo comparables con la que partía por la mitad los Tacones lejanos de Almodóvar (91), o sean, la cruel elipsis de la visita de la secre de la editorial (Poli Angelova) que emboletó a la profa para solicitar el préstamo con el agiotista y la genial elipsis aventurada del asalto aventurero al banco en las antípodas de cualquier thriller o conato de thriller que en el mundo del cine hayan sido.

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Y la diafanidad amarga toma sarcásticamente en serio el simbólico nombre conceptual de su protagonista (Nadezhda: Esperanza) para romper con toda fácil esperanza presente, beata e inmediata, al ilustrar una filosofía pesimista a lo Schopenhauer, según la cual “Cualquier pequeño azar puede hacernos desgraciados” y “Ni la suma de la dicha de todos los seres es capaz de suprimir el padecimiento de un solo ser”, pero en versión más que expandida y cercana a la Moral de la Ambigüedad de Simone de Beauvoir, una vez experimentada, aprehendida y aprendida en carne propia la descarnadura abierta de la Lección.

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FOTO:  La lección, cinta que retoma lo mejor del posneorrealismo italiano, se exhibirá en la Cineteca Nacional hasta el 14 de septiembre.

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