Historia de una suerte errada

Nov 22 • Lecturas, Miradas • 2555 Views • No hay comentarios en Historia de una suerte errada

 

POR ALEJANDRO GASPAR GUADARRAMA

 

Beirut, 1872, frontera del imperio otomano. Un humilde comerciante de huevos, Hanna Yaqub, regresa a casa después de 12 años de exilio. En el umbral de su casa no distingue si lo que está pasando es una alucinación o un sueño, no sabe si está ahí de pie o si es el cadáver viviente que ocupa una mazmorra en Belgrado, Herzegovina o Montenegro. Cree mirar a su esposa y no comprende cómo es que esta sigue siendo la misma después de tantos años; entonces aparece otra persona, es Haylana Constantin, su mujer, y cae en la cuenta de que la ha confundido con su hija Bárbara, a quien vio por última vez cuando tenía apenas unos meses de nacida. Hanna Yaqub piensa que ya puede morir en paz en los brazos de su hija y esposa, aunque sabe también que una parte de sí vivirá para siempre en una prisión de los Balcanes.

 

Los drusos de Belgrado, novela del escritor libanés Rabee Jaber, galardonada en el 2012 con uno de los premios mejor dotados económicamente en el panorama cultural árabe, el Premio Internacional de Ficción Árabe, parte de un hecho histórico: la deportación en 1860, por decreto del sultanato otomano, de un sector de la comunidad religiosa de musulmanes libaneses drusos a diferentes provincias del imperio a causa de la guerra civil en Monte Líbano entre estos y cristianos.

 

Jaber toma como punto de arranque este acontecimiento para contarnos la historia de Hanna Yaqub, un joven cristiano que es capturado de manera injusta para suplantar a uno de los 70 drusos que serán deportados a Serbia. La detención de Hanna se produce porque el jeque Gaffer Izzedín logra sobornar a las autoridades otomanas para salvar del exilio a uno de sus cinco hijos, los hermanos Izzedín, cinco guerreros drusos que tienen en su haber más denuncias cristianas que su propio líder el jeque Saíd Yumblat.

 

El resentimiento por la guerra provoca que inicialmente ninguno de los drusos dirija la palabra al cristiano; y no será sino hasta después de varios años y luego de largos caminos recorridos de una prisión a otra que Hanna se ganará el respeto de los inaccesibles drusos y el cariño de sus falsos hermanos quienes lo salvarán de una muerte segura en más de una ocasión. La injusticia cometida contra Hanna llevará a los drusos a creer que una terrible maldición se ha posado sobre ellos: un castigo divino que no será redimido hasta que Hanna recobre su libertad. Una desesperanzada rutina de hambre, enfermedades y torturas, que la novela transmite de forma excepcional, vuelve verosímil una idea tan descabellada como lo es una maldición en el contexto simbólico-religioso de los drusos.

 

Las prolongadas estancias en celdas y mazmorras en condiciones infrahumanas y las agotadoras caminatas dibujan un panorama de horror. El persistente tufo a muerte que se respira nos asoma a una realidad salvaje, llena de crueldad, un mundo absurdo en el que el concepto de humanidad se reduce a nada.

 

La historia da un giro cuando, una vez obtenido el perdón del sultán, una emboscada de rebeldes asesina a un gran número de drusos mientras estos trabajaban en la construcción de un puente en las afueras de Sofía. Hanna consigue sobrevivir no sin antes atestiguar la muerte de sus hermanos. En su huida será nuevamente aprehendido y obligado a pasar cinco años más en prisión, los que pasará en completo silencio hasta que logre escapar en Montenegro y comenzar así su regreso a casa; un retorno animado por una caravana de peregrinos musulmanes que se dirigen a La Meca desde la península balcánica. Este segundo viaje, el de la repatriación a Beirut, provocará en Hanna su segunda transformación: se convertirá al islam con la misma naturalidad con la que antes fue cristiano y druso.

 

Parece engañoso cómo el autor dirige los designios del protagonista que, para sobrevivir, cambia de identidades y de credos; sin embargo, el autor lo hace —o eso me parece— con la intención de exponer cómo un hombre puede estar y sobrevivir por encima de sus costumbres o creencias, de su cultura o su pertenencia a un grupo; cómo hay identidades que se resquebrajan porque son aparentes; cómo hay ficciones que se plasman en el mundo y se tornan dogmas y cómo hay verdades a las que les pesa la Historia.

 

El libro contiene un aparente final, y es aparente porque Hanna logra regresar a casa vivo, pero cabe la sospecha de que poco en él está curado: “¿Vas a morir aquí, Hanna Yaqub? ¿Has venido al fin del mundo para encontrar tu muerte?” O en otra parte de la novela: “¿Es que está escrito en los cielos que me entierren vivo, estando preso sin culpa alguna en esta tierra extraña?”

 

Con una estilística breve y certera, dueño de una prosa poética admirable, Rabee Jaber sacude al lector por su capacidad para referir situaciones límite, describir horribles brutalidades o revelar paisajes asombrosos llenos de una profunda belleza. En suma, una terrible injusticia envuelve Los drusos de Belgrado “por la suerte errada y por la presencia de aquel hombre de mediana estatura, moreno, de pelo y ojos negros, vendedor de huevos, en el lugar equivocado y en el momento equivocado”. Y aunque los temas abordados en el libro no son nuevos, sorprenden por su tratamiento. La justicia, el perdón, la libertad o la muerte son cuestiones recurrentes que nos hacen volver una y otra vez, en el drama mismo de los personajes, a su reflexión y naturaleza. Héroes caídos en desgracia, los drusos que osaron levantarse contra Europa y el sultanato otomano encarnan el espíritu de un pueblo que defendió su identidad y reconocimiento.

 

Rabee Jaber, Los drusos de Belgrado, traducción de Francisco Rodríguez Sierra, Océano, México, 2014.

 

* Fotografía: En esta novela, el escritor libanés Rabee Jaber explora el sentimiento de alejamiento de un ex prisionero cristiano druso en Serbia / Especial

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