La fascinación de los extremos

Jul 28 • Miradas • 3167 Views • No hay comentarios en La fascinación de los extremos

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Una novela criminal, de Jorge Volpi, y El cielo es azul, la tierra blanca, de Hiromi Kawakami exploran dos orillas de la existencia: el vértigo del aparato judicial mexicano y las indagaciones íntimas sobre la trascendencia del amor

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POR ETHEL KRAUZE

Hay en todo extremo una satisfacción inmediata y largamente deseada. Una fiesta interior tiene lugar en nuestra alma porque ha ocurrido lo excepcional, aquello que siempre se teme o que siempre se anhela. Como cuando vemos nuestra imagen en los espejos deformantes de la casa de la risa, en las ferias y carnavales. Gordos como bolas, flacos como escobas, chaparros como tapones, altos como garrochas. Nos acercamos y nos alejamos para estirar la cuerda de las imágenes a su máximo horror, para soltar la carcajada que conjure el peligro. Nos atrevemos a experimentar lo que no soportaríamos, por miedo o por placer, en la vida real.

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Así las cosas, Una novela criminal de Jorge Volpi nos mantiene al vilo de la cuerda floja, bajo nuestro propio riesgo. La obra se ofrece como una novela sin ficción, y trata el caso de Florence Cassez, la francesa acusada de secuestro en México, como miembro de una banda, y luego liberada por faltas en el debido proceso. El caso Cassez ha causado revuelo internacional no sólo porque puso en jaque a los gobiernos de México y de Francia, en controversia por su tratamiento, sino por la falta de credibilidad en las autoridades y las sospechas que ha dejado a su paso.

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El lector mexicano es presa perfecta de esta lectura reveladora por la investigación documental que trae consigo del proceso judicial, con entrevistas directas a los protagonistas. Cada párrafo es una declaración de fuego, una capa de cebolla de menos y de más, en la búsqueda frenética de las respuestas. Aunque ostenta el título, la obra de Volpi no parece ser una novela en el sentido en el que los lectores asumen el término. Es, sí, un testimonio sobrecogedor del extremo al que puede llegar nuestro país en aras de manejar un caso criminal cuya consigna parece ser difuminar los hechos a fin de mantener en permanente contradicción el “proceso del proceso”.

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La violencia extrema de un secuestro representa a la vez la violencia extrema de una acusación. Violencia extrema que procuran y que reciben delincuentes, autoridades, víctimas, todos por igual, de ida y vuelta. Y en medio, la gente de a pie, nosotros, atenidos a los golpes de ambos lados, en perfecta indefensión, en desconocimiento total de una verdad posible.

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En el otro extremo de esta tragi-cultura occidental, plena de estridencias, está la delicada y paciente mirada oriental ante los dramas cotidianos. Desde su título, El cielo es azul, la tierra blanca, la autora japonesa, Hiromi Kawakami, prácticamente contemporánea de Volpi, ofrece una novela llena de silencios y de pausas. Una mujer encuentra fortuitamente a un viejo maestro en un merendero. Sin más insinuaciones, se repetirán las casualidades para compartir el sake y degustar los platillos tradicionales de la región. No hay nada qué contar más que el sabor y las despedidas que no conducen a ninguna parte.

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Pero el lugar al que llegan, sin que los protagonistas lo sepan, es a una de las historias de amor más puras en las que el lector pueda abrevar. No sabemos cómo la naturaleza de la prosa, que hace de la Naturaleza del paisaje, una misma naturaleza humana, nos lleva a ciegas, gustosamente, al extremo de una relación casi intocada, casi etérea, que no se explica ni se busca, que no se espera ni se mantiene. Acaso tampoco ésta responde al término “novela” que los lectores de occidente están acostumbrados a leer, con acciones visibles y una trama explícita.

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Pero pasear por esta obra es, sin duda, una experiencia extrema. A diferencia de la montaña rusa de Volpi a punto de descarrilarse, el sendero bajo el claro de luna de Kawakami no tiene señales ni asegura un final. Ambas son la existencia pendular que bombea el corazón a todo vuelo.

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Las dos obras, enfrentadas, nos obligan a replantearnos las preguntas de oro: ¿por qué leemos? ¿qué esperamos encontrar? ¿por qué nos interesa más una obra y no otra? Y estas son preguntas legítimas de todo lector, casi independientemente de lo que el statu quo de la crítica oficial pueda decir. No leemos lo que “deberíamos” leer según las recomendaciones de expertos, sino que nos apegamos a nuestro propio instinto. Tal vez iniciemos algunas lecturas que otros nos sugieren, pero sólo las continuamos cuando las obras nos han tocado alguna fibra.

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Seguramente las respuestas no están en las obras mismas, sino en el momento en el que aparecen en la vida de los lectores. Especialmente para el lector mexicano, Una novela criminal es ahora la gota que derrama el vaso de la indignación. Una indignación largamente construida y perfeccionada con la contribución de ministerios públicos, jueces, abogados y funcionarios públicos. Una indignación macerada, burilada, engrandecida, que se ha convertido en una obra de arte del México contemporáneo y que llevó a los resultados de las elecciones presidenciales del pasado primero de julio en nuestro país.

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También, especialmente para el lector mexicano, El cielo es azul, la tierra blanca resulta en este momento la otra cara de vida. Es necesario para nosotros mirarnos de cerca, de frente, sentarnos a conversar, compartir la comida y la bebida, encontrarnos y reencontrarnos, caminar bajo el sendero de la luna y descubrir que habita una historia de amor en cada uno. Sobre todo ahora.

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La estridencia y el silencio. El ritmo de la vida. Para eso leemos. Para encontrarlo.

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FOTO: El cielo es azul, la tierra blanca, novela de Hiromi Kawakami (en la imagen) es una historia de amor puro entre una mujer y un antiguo maestro. / Alfaguara

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