Juan Antonio Rosado: el gran rescate

Jul 1 • Miradas, Música • 3453 Views • No hay comentarios en Juan Antonio Rosado: el gran rescate

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La obra de este compositor de origen boricua es por fin recopilada en este disco doble

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IVÁN MARTÍNEZ

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“La música de cámara yo la considero entre la música más pura, donde sí hay que demostrar ideas, la imaginación. En la orquesta sinfónica uno puede tapar ideas mediocres con la percusión. En la música de cámara se es o no se es”. Esta es la voz de Juan Antonio Rosado (San Juan, Puerto Rico, 1922-Ciudad de México, 1993) y es el track con que inicia el disco doble titulado Juan Antonio Rosado, producido por la Facultad de Música de la UNAM dentro del proyecto de rescate de la obra de quien fuera egresado y profesor de esa escuela, producido en 2014 y que apenas vio la luz.

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Este proyecto, impulsado por la compositora Lucía Álvarez, no ha sido recibido con la justicia que merece: ya de entrada, Rosado no es un nombre que aparezca en el público como una figura relevante en el quehacer artístico nacional y, por otro lado, el álbum discográfico y los demás materiales teóricos que se produjeron, sólo pueden conseguirse en esta Facultad (Xicoténcatl 9, Coyoacán).

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Urge corregir esto. Para lo primero es necesario desterrarlo de esa idea con la que él mismo y sus seguidores han elogiado su alejamiento del lugar que merece en el panteón de nuestra música nacional: “el maestro, de oficio impecable, no se encerró en un estilo. Lo mismo acudió al dodecafonismo, que a estilos románticos tonales, que a ritmos afroantillanos”. Es cierto, pero él es el mejor ejemplo de lo que más predicaba entre sus alumnos de composición: conjugaba una obsesión por la forma con una voz propia que sólo se puede evidenciar con talento. Aunque lo escuchemos a “lo Bártok”, a “lo Schoenberg” o a “lo Brahms”, su voz es inconfundible y está presente: llena de ironía, de imaginación, intuitiva, con un sabor humorístico muy particular.

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Entre lo que se escucha están las Tres piezas (1972) para flauta, violín y piano. Es inevitable pensar en el trío para la misma formación que escribió Moncayo, que no se caracteriza, como éste, por la perfección formal. Rosado también tuvo mejor suerte con el uso de los instrumentos, su combinación colorística y las texturas: el balance, en todos sentidos, es palpable. Su armonía suena un poco a “lo Bártok”, pero la mala calidad de la grabación no permite distinguir un buen ensamble entre Miguel Ángel Villanueva, Viktoria Horti y Karla López Sánchez. El diseño acústico hace que los instrumento parezcan alejados uno de otro y la sequedad obscurece los visos de interés en fraseo y musicalidad de los intérpretes, lo que no permite aquilatar su preocupación por mantener un tempo firme mientras se intenta ofrecer el acento especial que podría caracterizar esta obra más allá de su estructura. La amplitud del arco de Horti pasa casi inadvertida.

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Villanueva y López Sánchez también grabaron aquí el Romance (1957) para flauta, trombón y piano, junto con Gustavo Rosales, fallecido el año pasado. Es una combinación rara, difícil, de extremos, que el compositor resuelve con naturalidad sonora e ironía intelectual. Es una pieza lírica para interés del trombonista que quiera darse a apreciar, sin menospreciar las posibilidades flautísticas, que Villanueva usa aquí para dar cohesión al grupo. Es quizá la pieza mejor grabada en el proyecto.

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Un grupo formado por alumnos y maestros de la escuela se encargó de dos de sus quintetos de alientos. Son los tracks más débiles, tanto en la emisión sonora del quinteto como en interpretación. De éstas, el Divertimento I (1959) vale la pena para cuestiones culturales: su tercer movimiento, “Tropicana”, es una joya de simpleza formal llena de imaginación melódica, con un humor paródico de tal candor y un poderío rítmico que no se entiende que esté fuera del repertorio estable de los quintetos de Bellas Artes o de la Ciudad de México. Recuerda las Bagatelas de Ligeti, pero con sabor latino, y puede representar para esta dotación instrumental lo que a la música sinfónica son el Huapango, el Danzón no. 2 o los Sones de Mariachi.

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Otro caso que ejemplifica el sentido de su voz propia como compositor es la Sonatina (1961) para clarinete y piano, por Manuel Hernández y Arturo Uruchurtu, sin justicia de la ingeniería de audio. Cabe en una pieza de sonoridad tan transparente, tan rítmica e irónica, la experimentación teórica: hay un desarrollo matemático en el que se basa el material, pero a diferencia de otros compositores que olvidan lo importante, la música, aquí pasa al escucha imperceptible. “La música hay que escribirla para que se escuche”, solía decir el maestro.

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La indicación de tempo para el tercer movimiento de la Sonatina es “a gusto” y creo que eso sienten los intérpretes al acercarse a cualquiera de sus obras. Hay una veintena más de piezas en este disco que valen la pena para descubrir la valía de la música de Rosado.

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FOTO: Portada del disco Juan Antonio Rosado, producido por la Facultad de Música de la UNAM/ESPECIAL

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