La Filarmónica de la Ciudad: la pesadumbre

Jun 27 • Miradas, Música • 3869 Views • No hay comentarios en La Filarmónica de la Ciudad: la pesadumbre

 

POR IVÁN MARTÍNEZ 

 

No hablemos del sentimiento histórico de indiferencia que los músicos de la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México (OFCM) han padecido desde por lo menos las últimas tres administraciones del Distrito Federal, ni de los artistas que los han vetado por no confiar en esas administraciones luego de sufrir sus abusos burocráticos, ni de lo recortado de un presupuesto con el que prácticamente es imposible conjuntar carteles de atractivo internacional. No hablemos de ese sentimiento porque aun con él a cuestas, la orquesta venía trabajando y cuando tenían una batuta seria al frente, de pronto volvía a resonar la antigua gloria que caracterizó a este ensamble a finales de los años 70, en largas temporadas de la década de los 80 o en los últimos meses de los 90.

 

 

Cómo pueden estar los ánimos cuando a la franca apatía por una situación que parece no tener fin sucede el accidente –bien documentado y seguido con lupa en EL UNIVERSAL por Abida Ventura y Alida Piñón desde el 14 de febrero de este año– en el que la caída de una lámpara lastimó la mano del oboísta Kevin Tiboche y cuatro meses después, quienes debieran velar las condiciones físicas y artísticas de la mejor orquesta latinoamericana, sólo han atinado a dar dos “soluciones”: la salida de un director que la orquesta nunca aceptó y el cierre temporal de su sede. Cómo pueden estar los ánimos si la sala de ensayos es un lobby en el que poco pueden trabajarse tecnicismos musicales y acústicos y la sala de conciertos es un viaje itinerante por espacios que mantienen las siguientes temporadas en suspenso.

 

 

El resultado es inenarrable. Triste. Provoca una pesadumbre monumental en quienes vemos las caras largas de quienes otrora fueron el mejor ejemplo de ejecución orquestal en México. En quienes escuchamos el sonido afligido que alcanzan a pronunciar.

 

 

Para una orquesta, acompañar a uno de sus integrantes como solista, es motivo siempre de orgullo, hay una ilusión de compañerismo gustoso. Tener al violonchelista César Martínez Bourguet como solista en el penúltimo programa de temporada, escuchado por este reseñista el domingo 21 de junio en el Auditorio Blas Galindo del Centro Nacional de las Artes, no fue suficiente y no es banalidad comentar que la elegancia que distinguía a esta orquesta hoy vea reflejada su situación en músicos que, como ropa de concierto, visten prendas deportivas en colores desteñidos. Eso también se escucha.

 

 

Este programa, dirigido por el todavía titular del ensamble, José Areán, comenzó con el Preludio, aria y giga del compositor catalán Manuel Blancafort, pieza de la que se ofreció una lectura correcta, cuidada en matices, pero descuidada en unidad, de lo que en condiciones diferentes habría que ahondar; pareciera que hoy ya es mucho pedir que se toque en tiempo y afinación; y tristemente, es mucho también pedir un poco de interés en no solo tocar las notas dejando que ellas hagan su trabajo, sino brindarles un poco de vida y personalidad. Ni la música ni los artistas en el escenario merecen trabajar así.

 

 

Tras esta pieza, se escuchó el estreno mexicano del Concierto en tango, para violonchelo y orquesta, del uruguayo Miguel del Águila. Estrenado recién por Roman Mekinulov –a quien está dedicado– con la orquesta de Buffalo, en el estado de Nueva York, es una pieza simpática, estructuralmente clásica, en tres movimientos contrastantes, muy rica en ritmos y motivos, pero de pocos contenidos musicales profundos. Sus pasajes de tango son vibrantes, escritos con osadía sin llegar a deformar demasiado su naturaleza, de un lirismo muy puro que no llega a lo dramático y están intercalados con otros muy humorísticos de vasta influencia jazzística, estos escritos a soli en el que intervienen el primer violín, el primer contrabajo, un piano y un conguero, al lado del violonchelo solista. Martínez Bourguet brindó un sonido muy bien asentado e interpretó sus líneas en general con mucha imaginación. Es una pieza que requiere cierto virtuosismo rítmico y de control de los tempi, pero sobre todo, interés del ejecutante para sacarle jugo a cada una de sus ideas.

 

 

Luego del intermedio, la OFCM se encargó de acompañar al pianista Melani Mestre en otro estreno local: el del Concierto para piano de Enrique Granados. No se trata de un original, sino de un arreglo del mismo Mestre a bosquejos dejados por Granados para lo que hubiese sido su concierto; eso en el primer movimiento y para los segundo y tercero, el uso de otras piezas para piano solo, a las que les agregó acompañamiento. El resultado es un concierto de buena factura, bien orquestado y balanceado en forma, con un lenguaje que vacila entre el romanticismo de Schumann y las texturas de Ravel. Al ser preparado por Mestre, a quien se le deben otros rescates y mucha promoción del repertorio español, parece estar muy adecuado a posibilidades técnicas de no gran alcance. Más allá de la rareza de tener un “Concierto” del compositor de las Goyescas, no significa mayor aportación al repertorio pianístico, pero sí un ejercicio sobresaliente de orquestació

 

*FOTO:  La presentación del violonchelista César Martínez Bourguet en el Centro Nacional de las Artes gozó de un sonido muy bien asentado e imaginativo/ Fernando Aceves

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