La inventora de la literatura

Sep 26 • destacamos, principales, Reflexiones • 4379 Views • No hay comentarios en La inventora de la literatura

Clásicos y comerciales

POR CHRISTOPHER DOMÍNGUEZ MICHAEL

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Entre mis mujeres más amadas (a las cuales, a ratos y como debe de ser odio apasionadamente) están, en cuanto al siglo XVIII y su desenlace napoleónico, Madame de Staël y al XX y su horror, Simone Weil. Por haberse casado en 1786, tras rechazar a William Pitt, con el embajador de Suecia, Germaine Necker se convirtió en Madame de Staël. Fue políticamente rehabilitada (esa palabreja soviética) tras la caída del muro de Berlín en 1989. Aquel año se festejó también el bicentenario de la Revolución francesa que al confluir con la caída del imperio comunista, mandó al reciclable basurero de la historia a la versión bolchevique–jacobina de 1789, permitiendo el regreso de los intérpretes girondinos y más tarde orleanistas de aquel episodio, es decir, aquellos que reivindicaban la bondad liberadora del 14 de julio y su desenlace constitucional pervertido por el régimen terrorista de Robespierre, como puede leerse en Staël y sus póstumas Considérations sur les principaux événements de la Révolution française.

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Nacida en París, Anne Louise Germaine (1766–1817), la hija del banquero suizo Jacques Necker, el ministro de finanzas de Luis XVI cuando asaltaron la Bastilla, fue, más tarde la amante y socia intelectual de Benjamin Constant. Baronesa francesa asentada en Suiza, donde Napoleón la condenó al exilio, en Coppet plantó una corte intelectual sólo similar a las de Voltaire y Goethe. Al internarse por Alemania hizo del libro de viajes, historia de las ideas. Hija de la Ilustración y de la Revolución de 1789, ella, que se llevó a August Wilhelm Schlegel en 1804 como preceptor de sus hijos, casó al rígido espíritu francés con el genio endiablado del romanticismo alemán.

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Ya habrá tiempo de hablar de su autobiografía (Dix années d’exile, 1811), de su par de novelas (Delphine y Corinne oú I’ltalie, obras de índole muy personal donde aparece, al fin, la mujer emancipada) o de su importancia entre los fundadores del liberalismo político. Por ahora quisiera concentrarme en su papel como “inventora” de la noción de literatura que ha persistido, más o menos, desde entonces, gracias a De la littérature considérée dans ses rapports avec les institutions sociales (1800), la frontera entre una estética fundada en la exaltación de la belleza como la esencia del hecho literario (por eso lo de “bellas letras”) a la Literatura, concretamente a “las ficciones”, así llamadas correctamente por ella desde un texto de juventud, como una actividad de la imaginación y un estímulo de la virtud moral.

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Antes de Staël, las bellas letras eran una taxonomía de géneros, tras ella, una práctica y extendiendo un poco abusivamente su concepción, una escritura que fuese un espejo, fiel o no, de la sociedad. En cuanto a la imaginación y la virtud, Staël araña la modernidad e inevitablemente intenta la sobrevivencia del neoclasicismo en el seno del recién descubierto “romanticismo”, cuya interpretación les pareció a los alemanes (que no fueron reconocidos culturalmente como una nación hasta que ella publicó De Alemania en 1811) francamente turística y provocó la sustanciosa respuesta de Heine en 1834, cuya edición parcial prologó Max Aub en México. La empresa de un “romanticismo” francés parecía estéticamente imposible y políticamente incorrecta, pues los románticos alemanes eran conservadores y guardianes de la Cristiandad. Estaban inventando el nacionalismo contra Napoleón, quien, a su vez, como todos los tiranos, era de gusto artístico estrecho y pequeñoburgués. Así, el primer romanticismo francés, durante la Restauración, fue monárquico hasta que Stendhal, gracias a su lectura de Staël, realizó la combinación imperante a lo largo del XIX: modernísimo, el romanticismo sería liberal.

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Regresemos a De la littérature. En ella, como lo haría su amigo Sismondi en 1813, inicia el estudio comparado de la literatura anteponiendo los genios del norte y del sur, se introduce en las letras inglesas y alemanas como en las italianas y las españolas (tan bajo habían caído que Germaine no menciona el Quijote: no lo conocía o no le interesaba), reorganiza el canon aristotélico (según René Wellek era una ignorante de Grecia) concibiendo a la literatura como el dominio de toda escritura, desde las obras filosóficas e históricas hasta las creaciones de la imaginación. E inventa, también, lo que muchas décadas después se llamaría “literatura comprometida”, obligada a ser testigo de su tiempo.

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Como la gran mayoría de los críticos, desde Emerson hasta Sartre, pasando por los rusos, para Madame de Staël la literatura está destinada a inducir al hombre al ejercicio de la virtud pública. Por ser mujer (era gordita y poco agraciada), fue menospreciada y calumniada; Chateaubriand nunca le perdonó el habérsele adelantado en el sendero del romanticismo. Pero en tanto novelista, concebía al individuo romántico como un ser complejo –adoraba a Lord Byron y él a ella– en el cual, tras pasar por las pruebas de la desgracia –uno de sus últimos ensayos fue una condena del suicidio, escandalizada por el recuerdo del de Kleist y su novia– imperaría la felicidad. Pero sus novelas no tienen final feliz pues ella inaugura, en el género, la ordalía del genio femenino que no ha imponerse, libertario, hasta que no derrote las convenciones sociales. Pero, para ella y he aquí su límite tendrían que ser expulsados de sus confines, por ejemplo, los enemigos de la virtud como un Sade o un Céline. Tampoco entendía que la historia pudiese extrapolarse y por ello la novela histórica, nonata en 1800 pues Walter Scott no empezará a publicar sino hasta 1814, no entraba dentro de su horizonte. Le parecía imposible, dado el caso, que una comedia de Aristófanes les dijese algo a los hombres de otra época. Sin libertad, ella que fue perseguida por Napoleón, quien la admiraba y la temía, no podía haber literatura.

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*FOTO: A principios del siglo XIX, Madame de Staël dio un nuevo fundamento a la estética literaria del Romanticismo. En la imagen, uno de sus retratos, obra del pintor francés François Gérard/Especial.

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