La última pasión de Kafka

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POR GERARDO OCHOA SANDY

A Gregorio Samsa, en su centenario, por el diario saludo matinal

 

La señorita Dora Diamant, una humilde judía polaca de 26 años de edad con aspiraciones teatrales, y el señor Franz Kafka, el único sobreviviente hijo varón de una familia acomodada de origen judío checo, graduado como doctor en derecho en 1906 y escritor con una discreta obra marginal publicada a sus 39 años de edad, se conocieron el 19 de julio de 1923 en Müritz, en las cercanías del Mar Báltico, al noreste de Alemania, en un campamento de verano. La señorita Diamant se ocupaba de la cocina para allegarse algunos ingresos para su manutención, y el doctor Kafka iba en busca de que el clima contribuyera en la medida de lo posible a la cada vez más remota mejoría de la tuberculosis que le fue diagnosticada en 1917, una sentencia de muerte para la medicina de la época.

 

Diamant era una joven de ideas sionistas de izquierda, independiente para las convenciones sociales de entonces, que había roto con un padre de fe ortodoxa, aunque devota a su manera, y había emigrado al oeste en busca de nuevos horizontes. Era diminuta, cinco pies y tres pulgadas, con tendencia al sobrepeso, el rostro redondo y los labios gruesos, que no alcanzaban a ocultar las encías cuando sonreía, por lo que solía limitarse a una discreta expresión, que emulaba a la Mona Lisa. El doctor Kafka medía seis pies y era delgado y apuesto, con el rostro y los labios afilados y los ojos enigmáticos, lidiaba como podía con un padre estricto que había construido su patrimonio partiéndose el lomo, y salía avante con una pensión mensual de mil coronas que recibía del Workers Accident Institute, más las distintas providencias en especie que le proporcionaba su familia, a resultas de los buenos oficios de su madre y sus tres hermanas.

 

A la vista, no había la más remota posibilidad de que la expansiva, silvestre y a veces testaruda señorita Diamant, Piscis, y el refinado, vulnerable y melancólico doctor Kafka, Cáncer, pudiesen compartir siquiera un par de horas de amena conversación, pero la grandeza de la vida quiso que se amasen desde la cena en la que se conocieron en el campamento de verano el 19 de julio de 1923, hasta el tres de junio de 1924, fecha en la que en el sanatorio del doctor Hoffmann en Kierling, a veinticinco minutos de Viena, el doctor Kafka muere de asfixia por una complicación de la tuberculosis en la garganta y la epiglotis, en brazos de la señorita. El reloj astrológico de la Plaza Vieja de Praga decide acogerlo como una más de las constelaciones que divisa desde 1410, y detiene sus manecillas el soleado y caluroso 11 de junio de 1924 a las cuatro de la tarde, el día y la hora de su inhumación.

 

Michael Kumpfmüller (Múnich, 1961), historiador, escritor y periodista, se ocupa en La grandeza de la vida (Tusquets, 2015, traducción de Belén Santana), de la relación entre Dora Diamant y Franz Kafka, suceso editorial en español que coincide con el centenario de La metamorfosis, difundida inicialmente en octubre de 1915 en la revista Die weissen Blätter dirigida por René Schickele, de Leipzig, vuelto libro en noviembre, en la colección Der Jüng Stegtag de la editorial Kurt Wölf. Kumpfmüller escribe una novela sustentada en los sucesos verídicos de la vida compartida entre Diamant y Kafka, en el para los dos definitivo y aciago año que transcurre de julio de 1923 a junio de 1924.

 

Luego de una vida de veleidades sentimentales y tres descalabros de compromisos amorosos, Kafka comparte techo en Berlín con Diamant, la primera ocasión en su vida que lo decide, coloca distancia con el padre, rompe en buena medida la dependencia familiar y, a sabiendas de que trastabillaba hacia la muerte, le propone matrimonio, para dejarle alguna pensión, aunque será otro padre, el de Dora, el que se opone. Después de su muerte, Max Brod, su amigo desde 1902 cuando ambos eran estudiantes en la Universidad Carolina de Praga, y el doctor Robert Klopstock, igualmente enfermo de tuberculosis y quien suspendió sus estudios de medicina para acompañarle durante la etapa final, se ocuparán de que las escasas regalías de sus libros y los textos publicados en revistas lleguen a Diamant, con la aprobación familiar. El relato de Kumpfmüller concluye poco después de la muerte de Kafka, en 1924. Dora Diamant muere en 1952, veintiocho años después.

 

La de Kumpfmüller es una novela romántica y trágica, pues así fue como sucedió esa historia de amor. La cuenta desde un ángulo oblicuo, al lado de Diamant y Kafka y desde sus voces, las dichas uno al otro, las que pudieron y debieron decirse, las escritas en sus cartas, y las compartidas por Kafka a Diamant en papeles diminutos, cuando la tuberculosis le impedía el habla. Lo escrito, lo dicho, lo pensado y lo imaginado lo intercala con frecuencia con la intención de darle más énfasis a la cercanía sentimental. Para acentuar esa intimidad difumina el clima histórico del Berlín y de la Europa de entreguerras, llama a los distintos protagonistas, la familia y sus cercanos, por sus nombres de pila, y a Kafka simplemente como el doctor. Sólo hasta avanzada la narración, aparece el primer “Franz”, que susurra Diamant. Felice Bauer y Milena Braun son, lacónicamente, “F” y “M”, dándole realce a Dora sobre los otros dos grandes amores de Kafka, que nos han llevado a olvidarla.

 

La narración tiene la agilidad y claridad de un cultivado periodismo, construye series de párrafos y capítulos que no es difícil visualizar como escenas y secuencias de un guión cinematográfico, y la prosa es sobria, condensada, evocativa. Es brillante el equilibro entre el tono narrativo, de un susurro en claroscuros, como si se tratase del roce de la pluma sobre el papel de las notas del doctor a la señorita, con la cuidadosa investigación documental, y los contrapuntos de los goznes de ficción, asociadas a las charlas y conductas de Diamant y Kafka, sobre las cuales no hay testimonio. La idea convencional del sombrío Kafka es trascendida y el relato registra otras tesituras tales como el refinamiento de sus modales, su sentido del humor, su eventual interés por la paternidad, sus espontáneos arrebatos de bondad, su disfrute por la buena mesa en la medida que se lo permitía la tuberculosis, su relativamente frecuente práctica de rezos dentro de la tradición judía y la capacidad de entrega sentimental, al final de su vida. Kumpfmüller ha escrito una novela entrañable y un homenaje comprometido con una inolvidable historia de amor.

 

Kumpfmüller se permite licencias literarias. Según Brod, en Kafka, Dora Diamant le relata que una lechuza se había posado en la ventana de Kafka en el hospital (al paso: la traducción al español de Emecé señala que eso sucedía todas las noches, aunque en Kathi Diamant, Kafka´s Last Love. The Mystery of Dora Diamant. UK, Vintage Random House, 2004, Premio Theodor Geisel, “el ave de los muertos” se habría aparecido justo solo la noche que Kafka recibió la carta del padre de Diamant mediante la cual rechaza las nupcias, según su confesión a Brod). Kumpfmüller elige que sea Diamant quien sueñe a menudo a la lechuza sentada ante ella, mirándole sin más. De manera similar, llama Mia a la niña que extravió su muñeca en un parque, a quien Kafka escribió a diario durante al menos tres semanas las cartas imaginarias de la muñeca, hasta consolarla y hacerle olvidar la pérdida, si bien en realidad no se sabe su nombre. La historia se publicó en francés en 1952 y en inglés en 1984 y años después académicos de Estados Unidos y los Países Bajos iniciarían la búsqueda de quien para entonces sería una anciana, en pos de las cartas. Un diario de Berlín, reporta Khati Diamant, tituló su nota: “¿Con quién se encontró Kafka en el parque?” Nadie respondió.

 

Kumpfmüller modifica también los detalles de la muerte. Ante el doloroso suplicio que se habían vuelto las inyecciones de morfina, ocurre el reclamo de Kafka antes de caer inconsciente el día de su muerte, al doctor Klopstock, registra Brod. “No me tortures más (…) ¿Por qué prolongas la agonía? (…) Me lo has estado prometiendo durante los últimos cuatro años (…) Estás torturándome. No voy a hablar más contigo. Voy a morirme. No me engañes. Me estás dando solo un antídoto. Mátame, o de otra manera eres un asesino” (en la referida traducción de Emecé, Kafka se refiere a Klopstock como usted). Momentos después, le habría exigido a la enfermera que se retirara, con un brusco ademán, arrancaría con violencia el cardioscopio y lo arrojaría al piso. “Ya no más torturas” –exclamaría—“para qué alargarlo”. Kathi Diamant recupera el testimonio de la enfermera, la Hermana Anna, brindado a sus 73 años de edad a Willy Hass. Dora habría entrado con un ramo de flores al momento de la agonía de Kafka, de vuelta de haber llevado al correo la carta de Kafka a su familia donde les pide pospongan su visita, rogándole aspire su aroma, y Kafka se sobrepone de la inconciencia, sigue sus indicaciones y muere. Kumpfmüller omite ambos eventos. Tal vez el primero le pareció demasiado doloroso para el tono de su relato y el segundo un tanto cuanto fantasioso o inverosímil por parte de la septuagenaria.

 

Brod se ocupó de la publicación de la obra de Kafka contra su última voluntad. El padre de Kafka le facilitó que revisara los cajones de su hijo en la casa de Praga, donde encontró varios manuscritos. Le consultó también a Diamant si conservaba algunos textos. Diamant lo negó. Brod volvió a insistirle más tarde, Diamant volvió a negarlo, el encuentro fue ríspido, y la relación se deterioró. La señorita Diamant sabía de la decisión del doctor Kafka para que sus escritos que no autorizó se publicasen en vida no lo fuesen después de su muerte. En algun momento de la relación, Kafka le solicitó que quemara varios de sus cuartillas y Diamant cumplió con su instrucciones, pero luego de su fallecimiento conservaba las cartas de amor, varias de las notas con las cuales se comunicaba con ella cuando la tuberculosis había llegado a su garganta y epiglotis, y los diarios que Kafka escribió durante el año de la relación.

 

Los Diarios de Kafka que editó Brod cubren el periodo 1910-1923, más un par de diarios de viajes, dos en 1911 y uno en 1912. Diamant conservó veinte cuadernos, de 10.5 x 17.5 cms (50 pp) y 14.5 x 20 cms (90-95pp) escritos entre julio de 1923 y junio de 2014, y 35 cartas y tarjetas postales escritas entre agosto y septiembre de 1923 y mediados de marzo y principios de abril de 1924, que le fueron confiscados por la Gestapo en un cateo a su domicilio ocurrido en 1933. Kathi Diamant, quien no ha podido confirmar si tiene algún lazo familiar con Dora, búsqueda que la orilló a la investigación de la vida de Dora, fundó en la Universidad de San Diego The Kafka´s Project, en 1997, en pos de ese manantial de amor. Los manuscritos confiscados habrían sido recibidos, de acuerdo con los investigadores del proyecto, por la Oficina de Finanzas nazi, responsable de su almacenamiento. En 2000, el biógrafo, editor y archivista Klaus Wagenbach informó que el jefe de la policía de Berlín corroboró que los manuscritos iban en un tren que salió de esa ciudad en los años 40 para su resguardo en Silesia, una región localizada en la actualidad en buena parte al sur de Polonia y el resto al norte de la República Checa y al sureste de Alemania.

 

La investigación continúa.

 

Tal vez la señorita Diamant tenía razón y los diarios del doctor Kafka y las cartas y las tarjetas postales que le escribió sean solo de la incumbencia de ambos.

 

Tal vez no.

 

Kafka, y Diamant, lo decidirán.

 

 

*FOTO: Tras la muerte del escritor Franz Kakfa en 1924, Dora Diamant conservó decenas de diarios y manuscritos del autor de La metamorfosis/Especial

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