La piedad también es nuestra

Ene 23 • Reflexiones • 2211 Views • No hay comentarios en La piedad también es nuestra

POR GERARDO ANTONIO MARTÍNEZ
@Gerar_martinezv

 

En uno de los aparadores del Museo Internacional del Espionaje, en Washington, un cartel de los años 40 exhorta a la población soviética: “No murmures. Los rumores ayudan al enemigo”. Esta letanía condensa la paranoia del gobierno de Josif Stalin que desde la segunda década del siglo XX minó la confianza de los habitantes del paraíso socialista.

 

Con La facultad de las cosas inútiles, Yuri Dombrovski se suma a esa vena de autores soviéticos que abordaron este periodo que nace en los Procesos de Moscú (1936-1938) y que se atrevieron a nombrar la existencia de campos de trabajo forzado (gulags).

 

La obra más importante de Dombrovski (1909-1978) vivió una ruta similar a la de Vida y destino, de Vasili Grossman y Archipiélago Gulag, de Aleksandr Solzhenitsyn, entre otras. Ante la censura de las autoridades soviéticas, el recurso consistió en trasladar ilegalmente el mecanuscrito a París donde la editorial YMCA publicó en 1978 la versión íntegra en ruso, sin correcciones ni precisiones del autor por las dificultades de correspondencia. En ella, a través del suplicio de un joven arqueólogo se describe el ecosistema de seguridad y el know how de un aparato judicial que se alimenta del miedo y la venganza.

 

La invocación a Dombrovski –él mismo ex prisionero del gulag– equivale a aquello que los defensores de derechos humanos han llamado “desaparecidos aparecidos”, personas arrastradas por la marejada represiva de un gobierno y que (¡oh, sorpresa!) se atrevieron a volver. Si esta novela supera el evidente sello de disidencia política y los mensajes entre líneas que el autor lanza a los “hombres nuevos” del socialismo es por el diálogo de dos ideas que dan sentido a la justicia: la verdad y la memoria del sufrimiento.

 

La desgracia de Gueorgui Nikoláievich Zibin, joven pero experimentado explorador encargado del inventario en el Museo Central de Kazajistán, inicia la tarde en que una pareja de forasteros reporta el hallazgo de un entierro mortuorio de la Edad de Bronce a 40 kilómetros de la ciudad de Alma Atá. El despreocupado Zibin –más atento a la visita que esa noche le hará su enamorada Lina Potótskaia– reacciona de manera tardía cuando se descubre que la tumba contenía piezas de oro y que éstas han sido saqueadas. Las dudas de la NKVD (policía política) recaen sobre él. Luego de un breve interrogatorio y una noche tormentosa en la que alucina la presencia de un picaresco Josif Stalin en su dormitorio, pero en la que también recibe consuelo de su querida Lina, el joven arqueólogo es arrestado.

 

Durante las semanas que dura la instrucción de su caso, Zibin enfrenta interrogatorios del jefe local de la NKVD, Yakov Neiman (dramaturgo frustrado y un pillo por los cuatro costados), y del primer juez instructor de su “proceso penal”, el salvaje Jripushin, quien entre otras delicadezas lo priva del sueño durante días. En una conversación, ambos interrogadores exponen cínicamente algunas de sus técnicas en el fino arte de la tortura para después sobar las heridas con “conversaciones suaves, té con bombones de chocolate” y las novedades literarias.

 

En toda novela seria los personajes se alejan siempre de caracterizaciones asépticas. Gracias al combustible confesional que es el alcohol, Neiman y su primo Román Lvovich Shtern son capaces de expresar los derrumbes éticos que les genera la infausta tarea de torturadores. Como sólo pasa con los borrachos y las parejas que en su primera cita saltan de un tema a otro, estos oficiales de la NKVD terminan hablando del suicidio, recurso que consideran indigno pero factible para escapar de un inminente arresto de la policía política: “Al fin y al cabo, la vida no es tuya, es del Señor, pero el dolor sí que es tuyo y de nadie más”, sentencia Neiman.

 

La autodefensa que Zibin hace frente a su segunda jueza instructora va dirigida a los hombres que en la historia soviética hicieron una farsa del sistema de justicia. En su intención por emular los Procesos de Moscú –con autoinculpaciones ensayadas y súplicas de “corte y queda”–, el comisario Neiman lanza a los reflectores a su primera actriz, Tamara Dolidze, quien termina vapuleada por el arqueólogo: “La compadezco, por su juventud y frescura. Quizá también por su alma, que en el fondo no es tan vil como usted imagina, teniente Dolidze. Sólo es caprichosa y estúpida. En este momento representa su papel, no conduce una instrucción. Su vocación es ser actriz, no jueza instructora. Pobre niña, ¿dónde fue a parar? Sólo yo lloraré por usted”.

 

Los recursos de Dombrovski no se guían por la experimentación. No la necesita. Los cinco capítulos recurren a la narración convencional en tercera persona, aunque todos los personajes tienen algo que contar. De la mano de dos compañeros de celda, Zibin adquiere también los códigos carcelarios, escucha historias de chivatones que decidieron abrir el pico para salvar el pellejo –como Vladímir Kornílov, su compañero de trabajo y delator–, de los guardias penitenciarios que se vuelan los sesos como única opción ante el alcoholismo, y testimonios de cuadrillas enteras que fueron fusiladas con el ruido de fondo de dos tractores para que sus gritos, eso sí, no molestaran a los cuervos.

 

El cuidado de la traducción también demuestra la solvencia de Marta Rebón, quien ha traído al español El maestro y Margarita, de Mijail Bulgákov; la monumental Vida y destino, de Vasili Grossman y El fiel Ruslán, de Gueorgui Vladímov, cruel historia del deshielo estalinista en la visión de un perro celador arrojado al desempleo.

 

Aunque algunas lecturas puedan juzgar esta novela desde los extremos políticos, en realidad existe una reconciliación entre los tres personajes principales: Neiman (el fiscal), Kornílov (el delator) y Zibin (la víctima). Porque todo pueblo tiene sus verdugos, víctimas y chivatones. Unos no existen sin los otros en la industria local de la tortura y en el juego por ocultar o nombrar la verdad. La facultad de las cosas inútiles resulta un diálogo de nuestros miedos liberales con nuestras utopías traicionadas.

 

La facultad de las cosas inútiles, de Yuri Dombrovski, es un llamado a la reconciliación sin olvidar la justicia, apela al perdón pero también a la memoria. Si Neiman dice que “el dolor sí que es tuyo y de nadie más”, podemos subvertir sus palabras para decir que la piedad también es nuestra.

 

La facultad de las cosas inútiles, Yuri Dombrovski, México, Sexto Piso, 2015, 678 pp. Traducción de Marta Rebón.

 

 

*FOTO: La facultad de las cosas inútiles, Yuri Dombrovski, México, Sexto Piso, 2015, 678 pp. Traducción de Marta Rebón/Especial. 

 

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