La potencia del fracaso

Dic 3 • Lecturas, Miradas • 3871 Views • No hay comentarios en La potencia del fracaso

POR SALVADOR GALLARDO CABRERA

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En nuestros días el éxito es el misterio resuelto del tiempo. El éxito es el modulador universal de nuestros modos de existencia, y en él se entreveran políticas gubernamentales, pautas mediáticas y estructuras institucionales. El éxito se ha convertido en la desembocadura de nuestros saberes, de los procesos educativos y formativos, de la vida social, del trabajo creativo; una desembocadura paradójica, a la que nada ni nadie escapa, puesto que no se trata de una estancia a la que se arriba sino de un imperativo del que se parte. Desembocadura que antecede a todo proceso, abismo que todo lo traga, polo que no conoce opuesto: el fracaso ya no se opone al éxito, es, en la virtualidad aspiracional de nuestra cultura, un estado reconvertible. Pero como cualquier tiranía de sentido, la del éxito tiene fisuras, estrías, ángulos rotos.

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En Anotaciones para una teoría del fracaso (FCE, 2016) Gabriel Bernal Granados centra un periodo de tiempo relativamente corto, los siglos XIX y XX, para observar cómo opera la noción de fracaso en el devenir de la literatura y las artes. Es un proyecto en el que viene trabajando desde Viaje al país de la errata, un libro de 2012, y que ahora adquiere mayor densidad y precisión. Anotaciones para una teoría del fracaso está construido como un haz de planos, un conjunto de ensayos que concurren en una misma recta: los planos son ondulantes; uno irradia desde Un golpe de dados, el poema de Mallarmé, hace un rizo en torno al retrato que hizo Manet del poeta, gira y encuentra una razón analítica del naufragio en Poe, para volver a otro retrato, el que hizo Cézanne de un amigo pintor, Achille Emperaire, en el que las referencias se traslapan en una encrucijada imposible. De la imagen del buque aterido y del naufragio surge otro plano que tiende líneas entre las obras de Herman Melville, Caspar David Friedrich y Samuel Taylor Coleridge: palabras e imágenes sustraídas a su relación, pues la representación está rota, pero vinculadas en la errancia del trabajo artístico. ¿Cómo se crea un plano entre imágenes y palabras sin agotarse en la glosa, en el comentario histórico y biográfico o en la banalidad de las generalizaciones? Ese es uno de los retos de quien, desde la escritura, se acerca a las obras plásticas. A contracorriente del estilo que impera en museos y galerías, a contracorriente del estilo de los curadores y de muchos académicos, Gabriel Bernal Granados ha montado sus acercamientos con tres elementos: descripciones para movilizar las imágenes y las palabras; genealogías que aspiran a mostrar los dislocamientos en la historia de la literatura y de las artes, y bocetos existenciales que capturan el contorno de los escritores y de los artistas ante el desfiladero del fracaso. Los tres elementos rotan enlazados: las descripciones, que son creaciones en sí mismas, prefiguran los bocetos de los escritores y de los artistas y trazan los vectores para que el trabajo genealógico se afirme en un espacio específico, aunque inconmensurable, pues la relación de la palabra con la pintura es una relación infinita, no porque la palabra se quede corta frente a la imagen, sino porque son irreductibles una a otra.

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Otro plano se juega frente al espejo y parte de un escalonamiento diferente de la atención artística: Degas, muestra Bernal Granados, abandonó la escala de la perfección para buscar una pintura flexible e impura que se hiciera cargo de lo intrascendente, de la majestad de lo mínimo, como decía Ramón López Velarde. Una parte del desfile nimio transcurre frente a un espejo: ahí cada cosa aparece en un espacio irreal que se abre tras la superficie, en otra parte, lejos, donde no se está. Pero el espejo es completamente real y frente a él cada cosa se descubre ausente en el sitio en que está, ya que se ve allá lejos. ¿Qué han reflejado los espejos colocados en las pinturas a lo largo de la historia? ¿Cómo han funcionado en el juego de las representaciones? En Las palabras y las cosas, un libro fundamental para entender cómo se quebró la representación clásica, Michel Foucault se detiene en el espejo que aparece en “Las meninas”de Velázquez, un espejo que busca delante del cuadro lo que se contempla.

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Los pintores desde los que ensaya Bernal Granados -a los ya mencionados hay que agregar a Thomas Eakins, Vincent Van Gogh, Egon Schiele, Stanley Spencer y Lucian Freud- se encuentran en otras dimensiones con respecto al fracaso. Para el artista afincado en su vocación expresiva cada cosa está condenada a convertirse en motivo expresivo; pero si ese motivo aparece como un término inestable de la relación, el artista, que es el otro término, no lo es menos. Eso provoca una creciente ansiedad de la relación misma, como es notorio en los casos de Schiele y de Freud; sus pinturas son intentos por escapar de este sentido de fracaso por medio de renovados esfuerzos e insistencias.

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Hay que llegar a Beckett para encontrar un arte del despojamiento que sobrepasa la ausencia de relación, la ausencia de términos, un arte sin resentimiento ante su indeclinable pobreza, “demasiado orgulloso para representar la farsa de dar y recibir”. Tal vez por ello Bernal Granados hace aparecer a Beckett como un salteador de caminos que disloca nuestras comodidades y señala una nueva línea en la historia del arte. Me parece que esa es la línea en la que concurren los planos, los ensayos de Anotaciones para una teoría del fracaso. ¿Será posible hacer del fracaso una fuerza afirmativa? ¿No podría ser que en nuestros días el fracaso tuviese una potencia de afirmación ligada a la posibilidad infinita de la vida? La potencia del fracaso. Despertar estas preguntas es el gran mérito de Gabriel Bernal Granados.

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FOTO: Anotaciones para una teoría del fracaso, Gabriel Bernal Granados, México, FCE, 2016, 191 pp. / ESPECIAL

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