Ladrón, ladrón, ¿qué vida llevas?

Ago 27 • destacamos, Ficciones, principales • 4872 Views • No hay comentarios en Ladrón, ladrón, ¿qué vida llevas?

POR: J.M.G LE CLÉZIO

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De La ronda y otras notas rojas, publicado por editorial Océano

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Dime, ¿cómo empezó todo?

No lo sé, ya no sé, hace tanto tiempo de eso y ya no recuerdo esa época, la vida que llevo es así. Nací en Portugal, en Ericeira. En aquella época era un pueblito de pescadores no muy lejos de Lisboa, todo blanco, dominando el mar. Mi padre tuvo que irse por razones políticas. Él, mi madre, mi tía y yo nos instalamos en Francia y jamás he vuelto a ver a mi abuelo. Aquello sucedió justo después de la guerra y me parece que mi abuelo murió por aquel entonces. A pesar de todo lo recuerdo bien: era un pescador y me contaba historias, aunque ahora ya casi no hablo en portugués. Después de eso trabajé como aprendiz de albañil con mi padre, pero luego murió. Mi madre también tuvo que trabajar y yo entré a una empresa, un negocio de remodelar casas antiguas al que no le iba mal. En aquel tiempo yo era como todo el mundo: tenía un trabajo, estaba casado y tenía amigos. No pensaba en el mañana, no pensaba en la enfermedad ni en los accidentes, trabajaba mucho y el dinero era escaso. No sabía que tenía suerte.

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Después de eso me especialicé en lo de la electricidad.

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Me encargaba de reinstalar los circuitos eléctricos, de colocar los aparatos domésticos y la iluminación, hacía el cableado. Era un buen trabajo y me gustaba.

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Todo eso es tan lejano que a veces me pregunto si fue cierto, si en verdad eso era así o si era más bien un sueño que tenía en aquel entonces. Cuando todo era tranquilo y normal. Cuando regresaba del trabajo a las siete de la noche y abría la puerta percibía el aire caliente de la casa, escuchaba el grito de los chiquillos, la voz de mi mujer que venía a recibirme y me besaba. Luego me recostaba un poco antes de comer porque estaba exhausto, y observaba en el techo las manchas de sombra que dejaba la pantalla del foco. No pensaba en nada, el futuro no existía en aquella época, tampoco el pasado. No sabía que tenía suerte.

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¿Y ahora?

¿Ahora? Todo ha cambiado. Lo terrible es que todo sucedió de golpe cuando perdí el trabajo porque la empresa quebró. Se dijo que fue el patrón, que estaba endeudado hasta el cogote y que todo estaba hipotecado. Un día se largó sin avisar. Nos debía tres meses de sueldo y acababa de cobrar el adelanto de un trabajo. Los periódicos hablaron de eso pero jamás se le volvió a ver: ni a él ni al dinero. Entonces todo mundo estaba en la calle y eso fue un como agujero enorme en el que todos caímos. No sé qué pasó con los demás, creo que se fueron a otro sitio, conocían a gente que podía ayudarlos. Al principio creí que las cosas se iban a solucionar; creí que volvería a encontrar trabajo con facilidad, pero no había nada porque los empresarios contrataban a gente sin familia, extranjeros: les resulta más fácil deshacerse de ellos. Y como no tenía ningún título técnico nadie me habría confiado un trabajo semejante. Entonces fueron pasando los meses y yo seguía sin encontrar nada; era difícil comer, pagar los estudios de mis hijos. Mi mujer no podía trabajar porque tenía problemas de salud: ni siquiera teníamos dinero para comprar sus medicinas. Luego uno de mis amigos que acababa de casarse me cedió su empleo y me fui tres meses a Bélgica a trabajar en los altos hornos. Era duro, sobre todo porque debía vivir en el hotel, aunque no me fue nada mal y pude comprarme un auto, la furgoneta Peugeot que todavía tengo. En aquella época se me metió en la cabeza que con una furgoneta podría acarrear cosas para las construcciones o ir a buscar verduras al mercado. Pero después la cosa se puso aún más difícil porque no tenía nada de nada, incluso había perdido mi pensión de desempleado. Mi mujer y mis hijos se iban a morir de hambre. Fue así como me decidí. Al principio me dije que era algo pasajero, que tendría tiempo suficiente para encontrar algo de dinero y esperar. Ahora ya han pasado tres años desde entonces, y sé que ya no cambiará.

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Si no tuviera mujer e hijos, quizá podría irme, no sé, a Canadá, Australia, a cualquier lado, cambiar de lugar, cambiar de vida…

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¿Ellos saben?

¿Mis hijos? No, no, ellos no saben nada, no puedo decírselo, son demasiado pequeños, no entenderían que su padre se ha convertido en un ladrón. Al principio no quería decírselo a mi mujer, le conté que había encontrado un trabajo como vigilante nocturno en las construcciones, pero ella bien que veía todo lo que llevaba a casa: los televisores, los estéreos, los aparatos electrodomésticos o las cosas de decoración como cubiertos de plata, porque yo metía todo al garaje. Entonces acabó por darse cuenta de que ahí había gato encerrado. No dijo nada aunque yo veía perfecto que ella pensaba eso. Pero ¿qué podía decirme? En el punto en el que estábamos ya no teníamos nada que perder. Era eso o salir a mendigar a la calle…

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No dijo nada pero un día se metió al garaje mientras vaciaba el coche esperando al comprador. Yo había encontrado a un buen comprador de inmediato, ya sabes, y él se llevaba la mejor parte sin correr riesgos. Tenía una tienda de electrodomésticos y una tienda de antigüedades en otro lado, cerca de París, me parece. Me compraba todo eso en la décima parte de su valor. Las antigüedades las pagaba mejor pero no se llevaba cualquier cosa, decía que debía valer la pena pues era algo arriesgado. Un día me rechazó un péndulo, uno viejo, porque me dijo que en el mundo había tres o cuatro como ésos y corría el riesgo de que lo descubrieran. Entonces le di el péndulo a mi mujer pero no le gustó y me parece que lo tiró a la basura unos días más tarde. Quizá le daba miedo. Sí, entonces, mientras vaciaba mi furgoneta aquel día ella entró y me miró, sonrió un poco aunque bien que me di cuenta que en el fondo estaba triste, lo único que me dijo fue, bien que me acuerdo: «¿No corres peligro?» Tuve vergüenza. Le dije que no y que se fuera, porque el comprador iba a llegar y no quería que la viera ahí. No, no me gustaría que mis hijos se enteraran de esto, son demasiado jóvenes. Creen que trabajo como antes. Ahora les digo que trabajo en la noche y que por eso tengo que irme durante la noche y dormir una parte del día.

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¿Te gusta la vida que llevas?

No, al principio no me gustaba para nada, pero ahora, ¿qué más puedo hacer?

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¿Sales todas las noches?

Depende. Depende de los lugares. Hay barrios en los que no hay nadie en verano, en otros es en invierno. A veces me quedo largo rato sin, vamos, sin salir. Tengo que esperar porque sé que me arriesgo a que me atrapen. Pero a veces necesitamos dinero en casa para la ropa, para las medicinas. O porque necesitamos pagar la renta, la electricidad. Tengo que arreglármelas. Busco los muertos.

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¿Los muertos?

Sí, ¿sabes?, lees el periódico y cuando ves que se murió alguien, un rico, sabes que el día del entierro vas a poder visitar su casa.

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¿Así es como sueles hacer?

Depende, no hay reglas. Cuando se trata de barrios alejados, hay golpes que sólo hago porque sé que estaré tranquilo. A veces puedo hacerlo en el día, hacia la una de la tarde. En general no me gusta hacerlo durante el día. Espero que llegue la noche, o incluso la madrugada, sabes, hacia las tres o cuatro, ése es el mejor momento porque no hay nadie en las calles, hasta los policías duermen a esa hora. Pero no me meto nunca en una casa cuando hay alguien.

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¿Cómo sabes que no hay nadie?

De inmediato se ve; cuando estás acostumbrado, claro. El polvo en la puerta, la hojarasca o los periódicos amontonados en el buzón.

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¿Te metes por la puerta?

Cuando es fácil, sí, fuerzo la cerradura o utilizo una ganzúa. Si se me dificulta, intento entrar por la ventana. Rompo un vidrio con una ventosa y me meto por ahí. Siempre me pongo guantes para no dejar huellas y para no lastimarme.

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¿Y las alarmas?

Si se ve complicado, lo dejo por la paz. Pero en general las instalaciones son básicas, lo ves a la primera, sólo tienes que cortar los cables.

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¿Qué prefieres llevarte?

¿Sabes?, cuando te metes así, en una casa que no conoces, ignoras lo que te vas a encontrar. Lo único que hay que hacer es actuar rápido en caso de que alguien te vea. Entonces tomas lo que se vende bien sin problemas, televisiones, estéreos, electrodomésticos; si no, los cubiertos de plata, la decoración, siempre y cuando no sea muy grande, cuadros, jarrones, estatuas.

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¿Joyas?

En general, no. Además, cuando la gente se va no suele dejar sus joyas. Las botellas de vino sí, eso también es interesante, se venden bien. Por otra parte, la gente no presta mucha atención a sus cavas, no les ponen cerradura ni tampoco vigilan tanto si hay algún movimiento. Luego hay que cargar todo muy rápido e irse. Por fortuna tengo un coche, de lo contrario no podría hacer esto. O tendría que formar parte de una banda, lo cual me convertiría en un verdadero gánster, vaya. Pero no me gustaría porque, según yo, lo hacen por placer más que por necesidad, lo que quieren es enriquecerse, llenarse los bolsillos, dar el gran golpe, mientras que yo hago esto para vivir, para que mi mujer y los chiquillos tengan una educación, un verdadero oficio. Si mañana encuentro trabajo de inmediato dejo de robar. Entonces podría volver a casa por la noche para acostarme en la cama con toda tranquilidad antes de cenar y ver las manchas de la sombra en el techo sin pensar en nada, sin pensar en el futuro y sin temerle a nada…

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Ahora tengo la impresión de que mi existencia está vacía, de que no hay nada detrás de todo esto, como si fuera una simple escenografía. Tengo la impresión de que todo es falso, de que todo está manipulado: las casas, la gente y los coches. También tengo la impresión de que un día van a decirme que todo es pura comedia y que las cosas no le pertenecen a nadie. Entonces, para dejar de pensar en todo esto, por la tarde salgo a la calle y me pongo a caminar sin rumbo definido. Camino, camino bajo el sol o la lluvia y me siento un extranjero, como si apenas acabara de llegar en el tren y no conociera a nadie en la ciudad, a nadie.

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¿Y tus amigos?

Oh, los amigos, ya sabes, al principio cuando tienes problemas, cuando saben que perdiste tu trabajo y que ya no tienes dinero son bien amables, pero luego tienen miedo de que vayas a pedirles dinero, entonces… No prestas mucha atención y un día te das cuenta de que ya no ves a nadie, de que ya no conoces a nadie… En serio, como si fueras un extranjero y acabaras de bajarte del tren.

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¿Crees que las cosas volverán a ser como antes?

No lo sé… En algunas ocasiones pienso que es un mal rato, que todo va a pasar y que voy a volver a mi trabajo en la construcción, o en lo de la electricidad, todo lo que hacía en otra época… Pero otra veces también me digo que esto no se acabará nunca, nunca, porque la gente rica no tiene consideración de los que están en la miseria, se burlan de ellos, se quedan con su riqueza y la encierran en sus casas vacías, en sus cajas fuertes. Y para tener algo, para tener una migaja debes entrar en sus casas y tomarlo tú mismo.

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¿Qué sientes cuando piensas que te has convertido en un ladrón?

Sí, siento algo que me cierra la garganta y me agobia. ¿Sabes?, en algunas ocasiones vuelvo a la casa en la noche, a la hora de la cena, y ya no es para nada como en otras épocas, sólo hay sándwiches fríos y como viendo la televisión con los chiquillos que no dicen nada. Entonces veo a mi mujer que me observa. Ella tampoco dice nada pero tiene un aire tan cansado, tiene los ojos grises y tristes y me acuerdo entonces de lo que me dijo la primera vez, cuando me preguntó si no había peligro. Yo le dije que no, pero no es cierto porque un día va a haber problemas, eso es inevitable. En tres o cuatro ocasiones las cosas estuvieron a punto de salir mal, hubo quien me disparó con un fusil. Voy vestido con pants, guantes y un pasamontañas, todo de negro. Por suerte no me dieron, gracias a eso, porque no me veían en la noche. Pero será en alguna ocasión, es inevitable, así debe ser, quizá pase esta noche, tal vez mañana, ¿quién puede saberlo? Tal vez me va a atrapar la policía y me encierren varios años en la cárcel, o quizá cuando me disparen ya no pueda correr lo bastante rápido y acabe muerto, muerto. En quien pienso es en ella, en mi mujer, no en mí, yo no valgo nada, yo ya no importo. En quien pienso es en ella y en mis hijos ¿Qué va a ser de ellos? ¿Quién pensará en ellos en este planeta? Cuando aún vivía en Ericeira mi abuelo se ocupaba bien de mí, recuerdo una poesía que me solía entonar y me pregunto por qué me acordé precisamente de ésa y no de otra, ¿acaso será el destino? ¿Entiendes algo de portugués? Se cantaba así, escucha:

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O ladrão! Ladrão!

Que vida e tua?

Comer e beber

Passear pela rua.

Era meia noite

Quando o ladrai veio

Bateu três pancadas

A’porta do meio.

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FOTO: La ronda y otras notas rojas, J. M. G. Le Clézio, México, Océano, 2016, 236 pp. / Especial

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