Las novelas del país fracturado de Donald Trump

Ene 14 • destacamos, principales, Reflexiones • 6183 Views • No hay comentarios en Las novelas del país fracturado de Donald Trump

POR ROBERTO CAREAGA / EL MERCURIO-GDA

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Si para los encuestadores fue una sorpresa la elección del próximo Presidente de Estados Unidos, quizás los literatos sospechaban algo. De Philip Roth a George Saunders, pasando por Lionel Shriver, Jonathan Franzen y Richard Ford, se han escrito novelas sobre una sociedad dividida, anunciando que las frustraciones íntimas serían también sociales y políticas. Es decir, visibilizando a los votantes de Trump

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Empieza la Segunda Guerra Mundial y en Estados Unidos, el Partido Republicano logra vencer en las elecciones presidenciales con heroico y patriota aviador Charles A. Lindbergh. Es una sorpresa y, para algunos, una fuente de terror: Lindbergh era un aislacionista que sospechaba de una “infiltración de sangre inferior” entre los ciudadanos estadounidenses, y lo primero que hace tras llegar a la Casa Blanca es reunirse con Hitler. Y firma un pacto de no agresión con los nazis. Los judíos entran en pánico. “El temor gobierna estas memorias, un temor perpetuo”, escribe Philip Roth en la apertura de La conjura contra América (2004), la novela en que imagina otra historia para su país. Algunos creyeron que era una alegoría sobre el ascenso de George Bush. Hoy algunos creen se trataba de una profecía.

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Una década después hay quienes interpretan la novela de Roth y su Lindbergh que no era el real, por supuesto podría aludir al recién electo mandatario estadounidense, Donald Trump. Misógino, xenófobo y aislacionista, el empresario ha desatado un miedo verdadero: “Necesitamos conectarnos valientemente con el rechazo, el miedo y la vulnerabilidad que la victoria de Trump nos ha infligido, sin adormecernos ni caer en el cinismo”, escribía en The New Yorker al día siguiente de la elección el escritor Junot Díaz, dominicano de nacimiento que desde los seis años vive en Nueva Jersey.

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Mucho antes que Roth, en 1935, Sinclair Lewis imaginó en la novela Esto no puede pasar aquí que un fascista se convertía en Presidente de Estados Unidos e instauraba una dictadura, y también ahora ha sido recordada como un inesperado antecedente de Trump. Pero aunque Lewis y Roth tenían evidentes ambiciones políticas al escribir sus libros, las grietas y quiebres de la sociedad norteamericana que hoy sobresalen con el próximo Presidente aparecen con más realismo en otros autores. “Soy un ciervo con un contrato. Este no es un país libre en ningún sentido de la palabra. Si quieres la libertad tienes que comprarla”, decía un personaje de Todo esto para qué (2010), una novela de Lionel Shriver que se hunde en un problema aún sin solución para la clase media estadounidense: cómo financiar una enfermedad catastrófica en un país donde son prohibitivos los seguros de salud.

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Ácida y provocadora, Shriver observa a su país desde las heridas: su novela más famosa, Tenemos que hablar de Kevin (2003), narra la tensa relación de una madre y su hijo, un adolescente que termina matando a varios compañeros de colegio con un arco y una flecha. De fondo, en todos sus libros iluminan las miserias del país del norte, sumándose a una tradición arraigada y fecunda de las letras estadounidenses: de John Cheever a George Saunders, pasando por Raymond Carver, Richard Ford, A. M. Homes o Jonathan Franzen, entre otros, tantos otros, han venido narrando el país que en noviembre pasado decidió que Trump fuera su Presidente. “Ahora somos dos países ideológicamente separados, TierraIzquierda y TierraDerecha, hablando en lenguas diferentes. En uno sólo se ve Monthy Python y los caballeros de la mesa cuadrada y en el otro, solo Juego de tronos. No tenemos ninguna base común para discutir”, escribía Saunders durante las campañas presidenciales.

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Angustia en los suburbios

El suburbio de Haddam, en Nueva Jersey, no existe. Pero es donde vive Frank Bascombe, el personaje más célebre de Richard Ford. Protagonista de una gruesa trilogía El periodista deportivo, El día de la independencia y Acción de gracias, es un ciudadano medio americano, un agente inmobiliario alejado de las grandes ciudades que ha conseguido un pasar económico estable. Ford decidió retomarlo el año pasado en el libro Francamente, Frank, donde aparece como un jubilado de 68 años, orgullosamente demócrata, viviendo nuevamente en Haddam, una zona casi totalmente blanca con vecinos que ya en 2013 parecen estar esperando que aparezca un candidato como Trump para encauzar sus frustraciones. Justo frente a Bascombe vive Mack Bittick, un hombre que todavía mantiene en el jardín un letrero de apoyo a Mitt Romey, el candidato republicado vencido por Barack Obama.

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“Ingeniero y antiguo Navy Seal, su puesto de trabajo fue suprimido por una empresa de Jamesburg que fabrica material para tuberías. Acumula enormes facturas de tarjetas de crédito y está a punto de que se le venga encima la ejecución de la hipoteca”, describe Ford. Y sigue: “Mack tiene las Barras y las Estrellas ondeando en mástil, día y noche, y es uno de esos tipos que abogan por una brusca y enérgica educación casera, que almacena latas de conserva, son partidarios del libre mercado pero nunca dan propina y se niegan a pagar comisiones de ningún tipo (‘Es un maldito impuesto’), además de no gustarle los inmigrantes. También es un individualista chiflado que quiere que los nonatos tengan votos, detenten carnet de conducir y posean pistolas para que puedan alzarse en armas y protegerlo a él de la revolución, cuando venga”.

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Asumiendo la voz de Bascombe en el 2013, Ford no es sutil en sus preferencias políticas. Pero antes sí lo ha sido. Más allá de las novelas de aquel personaje, en un volumen de cuentos como Rock Springs retrata a personajes periféricos, en los límites sociales, muchas veces en medio de una fuga, lejos de las ciudades, lejos de la política. Sujetos marginales que, quizás, jamás siquiera se presentarían a una elección. Eran, en parte, similares a los que pueblan los relatos de su amigo y compañero de generación, Raymond Carver. Muerto en 1988, el autor de ¿De qué hablamos cuando hablamos de amor? narró con maestría escenas de solitarios y desesperados, hombres dañados existencialmente que, además, estaban desempleados o iban a estarlo.

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Escribiendo con los recursos precisos, en la literatura estadounidense Carver representó una alternativa a proyectos tan grandes y complejos como los de Thomas Pynchon o Don DeLillo. También hizo avanzar el género del cuento que con tanta perfección había ejecutado un autor como John Cheever: de los suburbios cheeverianos, tan angustiantes como los de Richard Yates, Carver fue a los pueblos abandonados. No a los marginales, sencillamente a los olvidados por el sistema, para qué decir por los políticos. Luego, cuando los suburbios volvieron a emerger, venían cargados: en Música para corazones incendiados (1998), de A. M. Homes, por nombrar un título, un matrimonio de clase media, padres de dos hijos, aburridos de todo, un día deciden incendiar su casa. El tedio de la medianía blanca americana que, años después, le diría que sí a Trump.

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La división es familiar

Ganaron los conservadores”, dice Walter Berglund, uno de los protagonistas de la novela Libertad (2010), de Jonathan Franzen. Él, un progresista y ambientalista que termina trabajando para una corporación de Washington, está resignado. O enrabiado. “Convirtieron a los demócratas en un partido de centroderecha. Pusieron al país entero a cantar ‘Dios bendiga a América’ en todos los partidos de beisbol de primera división, haciendo hincapié especial en Dios. Joder, ganaron en todos los frentes”, añade, no muy lejos de la Casa Blanca, donde por ese entonces George W. Bush lidera las invasiones militares en Medio Oriente tras el ataque a las Torres Gemelas.

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Historia de una familia en crisis, Libertad fue la definitiva consagración de Franzen. Más que un relato puertas adentro, retrataba el ánimo de un país. La ambición del libro era captar el momento en que se cruzaban la intimidad de los ciudadanos con los movimientos de la sociedad. Los Berglund son pura decepción, y que el amor de la pareja se venga abajo tiene inesperadamente que ver con las rutas que siguió el progresismo político en la década de los 90 en Estados Unidos. Que a Walter le dé “asco” su hijo Joyce también tiene una razón política: en el estallido de la Guerra de Irak, el chico empieza a trabajar en una empresa llamada Restituyamos la Empresa Secular Iraquí Ahora, que literalmente pretende aprovechar económicamente la invasión de Estados Unidos.

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Desde una oficina en Washington, con 19 años, dirige la privatización de la industria panificadora en Irak, que estaba bajo control estatal. Antes, había tenido que apoyar con informes que una opción comercial como esa era un argumento a favor de la invasión. “¿Crees que así es como funciona el mundo? ¿Que para que ustedes se forren hay que volarles la cabeza y los pies a los chicos de tu edad en Oriente Medio? ¿Ese es el mundo perfecto en el que vives?”, le grita Walter a su hijo, cuando se entera de los detalles de su trabajo.

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El punto de Franzen es literal: el quiebre cultural en Estados Unidos avanzó hasta el centro de las familias. Un padre preocupado de cada humedal de su país cría a un hijo que se mueve únicamente por el dinero, se declara livianamente republicano y, aunque todavía ni aparece en escena, seguro que apoyaría feliz con su voto a Donald Trump. Libertad lanzaba una alerta sobre una nación dividida, pero sin duda mostraba una sola parte del mapa: a la población blanca y privilegiada.

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Paralelamente, otras novelas han iluminado a clases sociales más bajas: en la novela Coal run, Tawni O’Dell narra la historia de una ex estrella de futbol americano que al regresar a su pueblo natal, en Pensilvania, se encuentra con que la última mina de carbón local está cerrando, anunciado una crisis económica. Algo similar sucede en Last nigth at the lobster, de Stewart O’Nan, un relato ambientado en un pueblito de New England donde el dueño de un pequeño restaurante llega a la conclusión de que debe cerrar: no dan las cuentas. En ambos libros, los personajes son trabajadores frustrados, enojados con el rumbo de un país que parece ignorarlos. Son pequeños dramas. Para el humor está George Saunders, quizás el mejor sátiro de las contradicciones del tejido social de su país, Estados Unidos. Acaba de publicar la novela Lincoln in the Bardo, pero para captar el pulso norteamericano actual hay que leer sus cuentos.

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Ambientados en pueblos de la mitad de Estados Unidos o en un futuro cercano que bien podría ser el presente, donde las corporaciones deciden incluso la intimidad de sus empleados, los diez cuentos que Saunders entregó en el libro Diez de diciembre se pueden leer como el antecedente de los dos países, TierraIzquierda y TierraDerecha, que el autor vio durante las campañas presidenciales. En el cuento “A casa”, Mikey vuelve a su pueblo después de una temporada como militar en la guerra de Afganistán. Aún no puede hablar de lo que vivió allá. De regreso, se encuentra con otra guerra. O más de una. Su madre está con una nueva pareja quien antes vivía en un albergue y la echan de la casa porque hace meses no paga la renta. Su hermana podría recibirlos, vive en el lado de los ricos de la ciudad, pero su esposo no soporta su vulgaridad. Aun más, la madre del hijo de Mikey se ha vuelto a casar con otro, viven en una casa grande, tienen tres autos. Nadie puede hablar con nadie sin que se desate una pelea.

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¿Votan los personajes de Saunders? ¿Habrían votado por Trump o Hillary Clinton? ¿Por quién habría votado Callie, la preocupada madre de una familia que, incapaz de controlar a su hijo más pequeño, un niño que necesita medicamentos para dejar de escapar incesantemente, resuelve que la manera perfecta de ayudarlo es amarrarlo en el patio con una cadena? ¿Por quién votaría Marie, la madre de otra familia, que llega hasta la casa de Callie en su brillante Lexus para adoptar a un perrito, pero que al ver la escena en el patio desiste de llevárselo pese a que su hija se enamoró del cachorro? No sabemos. Las respuestas políticas no tienen mucho sentido en los cuentos de Saunders. Se tratan de otra cosa: de mostrar un paisaje social fracturado, muchas veces ridículo, donde el tejido comunitario está enhebrado por la desconfianza y la frustración.

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Las referencias 

-En Francamente, Frank, Richard Ford retrata a un vecino de un suburbio que detesta a los inmigrantes, tiene siempre flameando la bandera y odia los impuestos. Un futuro votante de Trump.

– “Ahora somos dos países ideológicos separados, TierraIzquierda y TierraDerecha, hablando en lenguas diferentes. No tenemos ninguna base común para discutir”, cree George Saunders.

– En 1940 un republicano pro Hitler llega a la Casa Blanca, según La conjura contra América, de Philip Roth. En aquella ucronía algunos han visto una profecía de Trump.

– Al liberal Waltert Berglund, protagonista de la novela Libertad, le da asco su hijo: trabaja para una empresa que apoyó la invasión a Irak con el fin de hacer negocios. Franzen lleva el quiebre al centro de las familias.

– En los 80, Carver y Ford retrataron a solitarios y desclasados de Estados Unidos.

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Foto: En la imagen, el presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, quien tomará posesión el 20 de enero, observa una máscara durante un acto de campaña en Florida en noviembre de 2016. Crédito de foto: Reuters.

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