Las posibilidades de Duchamp

Dic 21 • destacamos, principales, Reflexiones • 4743 Views • No hay comentarios en Las posibilidades de Duchamp

POR MARISOL RODRÍGUEZ

 

El individuo, el hombre como el hombre, el

 hombre como mente… es lo que me interesa más

 que lo que hace, porque lo que he notado es que

 la mayoría de los artistas sólo se repiten a sí

 mismos.

 Marcel Duchamp

 

 

Existen 15 réplicas autorizadas del urinario de Marcel Duchamp (1887-1968). Una de

1951, una de 1953, otra más de 1963 y doce de 1964. Todas están firmadas por el artista

francoamericano que en 1913 marcó el futuro de las artes al crear el primer ready-made.

La paradigmática Fountain, firmada en 1917 por un tal R. Mutt, nombre del fabricante de

productos sanitarios Mott Works alterado por Duchamp, se desechó poco después de ser

rechazada en la exhibición de The Independents, organización supuestamente vanguardista

de la que Duchamp fue miembro fundador hasta que su obra, realmente vanguardista, fue

rotundamente rechazada en lo que se suponía una muestra abierta a cualquier arte propuesto

por sus miembros. Duchamp, con tino provocador de un genio que apenas rozaba las tres

décadas, envió su obra anónimamente, eludiendo los mecanismos de la simpatía hipócrita y

desnudando los verdaderos criterios de quienes se llamaban independientes a la hegemonía

artística del momento.

 

Para 1951, a sus 64 años, probablemente sabiéndose más allá de cualquier contradicción,

Duchamp no tuvo reparo en firmar con su propio nombre (en un lugar no visible) el

primero de 15 urinarios creados por un artesano ceramista a partir de la fotografía que en

el año 1917 tomó Alfred Stieglitz de la pieza original en Nueva York. Las ideas fueron la

verdadera materia de creación de Duchamp y poco importaba que, habiendo transformado

radical e inmediatamente el panorama artístico, pudiera finalmente lucrar con sus banales

productos.

 

A cien años del ready-made, los engranajes de la máquina dialéctica siguen trabajando

estables. Lo emergente en 1913 devino pronto una hegemonía que se ha mantenido

desde la segunda mitad del siglo XX hasta la primera década del XXI. Si bien decenas

de vanguardias sucedieron al dadaísmo iconoclasta de Duchamp, son sus estratégicas

transgresiones las que pautan la marcha de la historia del arte.

 

En América Latina no fue sino hasta bien entrados los años setenta cuando comenzó a

reflexionarse metódicamente en torno de la innegable irrupción de lo intelectual como

materia prima de la creación artística. Juan Acha, teórico peruano que desarrolló gran parte

de su labor académica en nuestro país, pugnó en distintos foros, notablemente en el Primer

Coloquio y Muestra Latinoamericana de Arte No-Objetual y Arte Urbano llevado a cabo

en Medellín (1981), por unas artes no-objetuales que respondieran, comenzando por su

apelación, a las realidades latinoamericanas. Los ready-mades, definidos por Paz no como

obras, sino como signos de interrogación frente a las obras de arte (en Apariencia desnuda,

Era, México, 1973), ¿se verían de qué modo al sur de la frontera norte y a un océano de

distancia de la Europa reconstruida?

 

Los escritos de Acha hacían énfasis en la territorialidad y las posibilidades críticas de los

no-objetualismos en un continente acosado de punta a punta, de Chile a México pasando

por la turbulenta Centroamérica, por El Imperio. Pero el panorama mexicano en 1981 fue

retratado por Rita Eder, participante del coloquio de Acha, como un gris ensayo que no

había logrado sacudirse a la Escuela Mexicana de Pintura cuando ya estaba intentando

escapar de las opresivas estructuras de poder que seguían haciendo apología del supuesto

socialismo priista (resalta la muestra Exposición de Pintura Mural, 40 años al servicio del

 PRI, de 1969) mientras reprimía la libertad de expresión en las calles.

 

Felipe Ehrenberg, quien entonces vivía en Londres, participó del Salón Independiente,

fundado en 1968, con al menos una obra “puramente conceptual” en la que “200 tarjetas

fueron enviadas de Londres a México con una clave al reverso, de tal manera que fuesen

colocadas como un rompecabezas la noche de la inauguración con la ayuda de los

organizadores y del público” (Rita Eder, “El arte no-objetual en México”, Medellín, 1981).

Tres años después de su creación, el Salón Independiente fue disuelto en una declaración

firmada por Ehrenberg, Tomás Parra, Ricardo Rocha, Arnaldo Coen, Arístides Coen, Realh

de León, Hersúa, Muñoz Medina y Luis Jaso. La disolución y las palabras que la justifican

recuerdan a Duchamp y su propio Salón de Los Independientes:

 

“El SI no nació para estar simplemente en contra de todo y llamarse por eso mismo

independiente. Independiente se es cuando los dictados del pensamiento y el proceder no

están sujetos a una voluntad condicionada verticalmente por el orden de una estructura

vertical. Consecuentemente el SI no sólo ha borrado los límites de nacionalidades,

banderas, escudos e himnos de una supuesta patria artística, creada por fanáticos de un

pasado no muy lejano, sino que ha desechado toda participación en cualquier muestra

competitiva internacional o nacional” (declaración en el periódico publicado por el Salón

Independiente, México III Salón Independiente, 1970).

 

Se trató, pues, de ejercicios que a través de las artes se propusieron —aunque valga

la aclaración: para Duchamp a propósito, para el SI, tal vez por carambola— exhibir

las estructuras operantes del poder y sus mecanismos de validación. Se calumnia con

frecuencia a Duchamp por haber creado la mitad del binomio, después completado por

Joseph Beuys que hoy dicta una máxima del arte contemporáneo: cualquier cosa, hecha

por cualquier persona, puede ser arte, pero se olvida que la contundencia de Duchamp

y sus elecciones no fueron nunca casuales, sino que respondían más bien a la estrategia

ajedrecística de alguien para quien la vida misma era el arte, por encima de cualquier

estructura económico-política que la sustentara.

 

¿Es posible entonces que las ideas de fondo de Duchamp sean aún operantes?,

¿importantes?, ¿influyentes? El mercado del arte en nuestro país, hasta los años ochenta, se

medía en las ventas internacionales del muralismo (hasta el año de 1958 el 85% de las obras

expuestas en galerías mexicanas eran vendidas en los Estados Unidos, según datos de Christine

Frenot citados por Rita Eder en su ponencia “El arte no-objetual en México”). El mercado nacional

se inserta hoy en una lógica global que prefiere a los conceptualismos por sobre cualquier

otra expresión artística en la que prime la creación de objetos, como la pintura, la escultura,

las cerámicas y demás expresiones de corte tradicionalista, aunque se cuenten excepciones

como la escultura, nuevo trofeo institucional, de Javier Marín o el hiperrealismo delirante

de Daniel Lezama. La infinitud de posibilidades y sus jugosos precios de salida resultan

entonces en un mar de ocurrencias de entre las que, en algunas ocasiones, flotan algunas

ideas de reconocida (¿por quién?) potencia.

 

De entre ellas destacan no las mejor vendidas, o las más exhibidas y ciertamente no las más

comentadas. Son, acaso, algunas de las más desdeñadas en los circuitos preponderantes

pues su intención, como fue la de Duchamp, es exhibir los andamiajes con que están

construidas nuestras frágiles certezas. De entre todos menciono una muestra: Víctor

Rodríguez, artista de El Salvador, avocado recientemente al rescate de la memoria del

genocidio del 30 de julio de 1975 en su país, promotor también del alfabetismo y la lectura

en su comunidad, o Yasser Musa, artista, poeta y ex ministro que mantiene la única galería

de arte en un Belice de 324 mil habitantes, asolado por la pobreza y la violencia del

narcotráfico.

 

¿Sabría Duchamp, en 1964, a cuatro años de morir, que la batalla por la sobrevaloración y

fetichización de la obra de arte estaba perdida? Su mano siempre delgada firmó aquellos

urinales casi como una sentencia. El futuro se había terminado, pero las ideas seguirían

en el aire durante los próximos 100 años como el día en que fijó una rueda a un banco de

madera en 1913. Pero las ideas, nos recuerda Juan Acha, no pueden aplicarse superficial y

arbitrariamente. La vigencia de ambos es una posibilidad esperando suceder.

 

“Rueda de bicicleta” (1913), réplica de 1951, de Marcel Duchamp

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