Lav Diaz y el crimen neonihilista

Oct 8 • destacamos, Miradas, Pantallas, principales • 3999 Views • No hay comentarios en Lav Diaz y el crimen neonihilista

POR JORGE AYALA BLANCO

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En Norte, el fin de la historia (N(orte, hanggnan ng kasaysayan, Filipinas, 2013), recóndito filme 14 del filipino de 55 años Lav Diaz (Batang lado oeste 01, Muerte en la tierra de los encantos 07), con guión suyo y de Rody Vera, el extremista estudiante tronado de leyes con encendido e imparable monólogo arrasante Fabian (Sid Lucero) ha logrado enchufar sus frustraciones, su autoexcitada rabia de resentido social y sus obsedentes radicalismos políticos en la teoría del Fin de las Ideologías y de la Historia de Francis Fukuyama, que le proporciona una sublimadora disculpa perfecta para su caos interior y le permite pasársela discutiendo con vehemencia en los bares, mientras se endeuda riesgosamente, hasta no hallar otra salida a su situación que asesinar a una prestamista obesa, del todo repelente y deleznable, prescindible según él por mera justicia histórica y divina, con tan excelente y nefanda suerte que la culpa habrá de recaer en otro cliente de la usurera, el buen padre de familia proletaria Joaquin (Archie Alemania), quien pronto será aprehendido y condenado a prisión perpetua, lo que habrá de provocar, a lo largo del tiempo nauseabundo, la degradación paulatina de la esposa e hijitos del cautivo, tanto como el derrumbe cada vez más precipitado del verdadero culpable en viscerales remordimientos que moralmente lo desintegran, y el ascenso hacia la madura lucidez y la redención irónica del fervoroso acusado del crimen neonihilista de tan inesperado estallido e inmitigables desgracias en alud.

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El crimen neonihilista redunda y resplandece en coloridos suaves como un producto paradójicamente escueto, recio y diáfano, de sólo 4 horas, moderadamente kilométrico y dinámico en comparación con otros filmes hiperrealistas de 7 o 12 horas estáticas del mismo realizador Diaz, hoy indiscutible líder de cierta vanguardia límite dentro del minimalismo más provocador, aunque en una línea mucho menos apacible que las del húngaro Tarr o el tailandés Weerasethakul, y desafiante a la oriental de las prácticas de diversión y significantes de los espectadores consumistas de aquí y allá, algo cabalmente asumido, pues se trata de dinamitarlas con obras cuyo nivel de experiencia informulable debe desprenderse en acto desde la densa duración misma de cada secuencia, simple o compleja, trátese de la conceptuosa y larga discusión en clave entre hombres y mujeres intelectuales de izquierda omnidisidentes que sirve de introducción, trátese del lamentable Joaquin marchando dificultosamente con muletas al ser capturado por los policías, o trátese de la pavorosa desesperación colectiva de la familia del cautivo sobre la cresta de un acantilado magnífico, en un malvado presente mudo y duro, en lo inmediato sin reiteración alguna, en la bella fotografía carente de artificios de Larry Miranda, en la parquedad de prácticamente todas las acciones depuradas que retroceden ante el esquema, en el violento rechazo a cualquier andamiaje narrativo prefabricado, en el sostenimiento hasta sus últimas consecuencias de una estética formal desnuda.

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El crimen neonihilista se afirma, por lo demás, a modo de saga más que plena, creciendo por partida triple al interior de un sordo drama carcelario, una crispada crónica familiar filipina y un elegante cuadro de costumbres acerbas, con la fuerza inmensa de la actualidad lastrada por el pasado y cerrada por un futuro incierto, surgiendo de ellos y socavándolos a un tiempo, emergiendo pulsionalmente y a borbotones, pese a su inmovilidad tendiente a un extatismo místico a semejanza del representado por el argentino Alonso (Jauja 14), haciéndolos confluir casi inadvertidamente, pero ante todo se apoya en una insistente e intensiva tensión que se establece como un lujo significativo entre la imagen rudamente encuadrada y el sonido libremente abierto a infinitas direcciones, entre lo que vemos a la fuerza y lo que apenas se sugiere pero igual pesa, poderosa y crucial a cada instante, en cada momento irremplazable, global y desbordado al que contribuye a otorgarle una identidad colmada, así sea en sus aparentes peores excesos a los que algo sustancial siempre los justifica expresiva y fílmicamente, encontrando así la manera de plasmar todos sus eternizados planos secuencia desde el arrebato y el abismo, arrebato y abismo que no sólo se manifiestan con desatada cámara aérea en las secuencias oníricas (muy atípicas en el naturalismo a rajatabla de Diaz), sino sobre todo en esos falsamente equilibrados planos fijos, verbosos o no, que resultan cualquier cosa menos contemplativos.

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El crimen neonihilista se articula como una versión heterodoxa y ramificada del hiperfolletinesco Crimen y castigo de Dostoievski, esa topografía del alma ya había sido filmada por Diaz en su debutante Serafin Geronimo: el criminal del Barrio de la Concepción (98), más que adaptaciones unas variaciones tan válidas como la que acometieron en su tiempo Bresson alrededor de un carterista (Pickpocket 59) y Aki Kaurismäki en torno a un matancero (Crimen y castigo 83), pero esta vez enfiladas hacia el ajuste de cuentas humanista con la vocación de martirio del pueblo filipino a través de los poscolonialistas siglos aún religioso-hispánicos, con el mito del Último de los Justos, con la asunción martirológica de la culpa a lo Cristo prohibido de Malaparte (50), con el meollo-madriguera del chivo expiatorio de Girard, con la emblemática provincia de Ilocos Norte (el terruño natal del terrible dictador Ferdinand Marcos), con el desastre ético-político de las Filipinas en su podrida corrupción imperante.

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Y el crimen neonihilista concluye poéticamente su trágico entrecruce ideológico de historias con la visita al preso tras 4 años de abandono, los rescoldos ardientes de un exterminio, la levitación en el sueño, el mercenario paseo en la barca del escape existencial y la amputada minifamilia caminando sujeta de la mano, que acaso a final de cuentas eran lo único que importaba y queda.

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FOTO: Con las actuaciones de Sid Lucero, Angeli Bayani y Archie Alemania, Norte, el fin de la historia se exhibirá en la Cineteca Nacional hasta el 13 de octubre.

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