Lejos de la grandeza

Oct 25 • destacamos, Lecturas, Miradas, principales • 2588 Views • No hay comentarios en Lejos de la grandeza

 

POR LILIANA MUÑOZ

 

Lejos de Ghana, primera novela de Taiye Selasi (Londres, 1979), narra la historia de la familia Sai: el padre, Kweku, es un médico ghanés formado en Estados Unidos que muere de pronto en su casa de Acra; a su muerte, su esposa e hijos —a quienes Kweku había abandonado en América— se reúnen para acudir a su entierro en Ghana, pero esta travesía se convierte, previsiblemente, en un viaje de reconciliación con su pasado, con sus orígenes y consigo mismos. Hay que decirlo: Lejos de Ghana es una novela ambiciosa que busca retratar la visión particular de esta familia africana —su cultura, sus conflictos, su identidad híbrida—, pero es quizá esta misma ambición la que da pie a algunos de sus más grandes defectos.

 

Primero: el libro abunda en pasajes que se esfuerzan demasiado en ser poéticos y acaban siendo, en cambio, notablemente ridículos. Cito un ejemplo: “Gotas de rocío sobre las briznas de hierba, como diamantes arrojados a manos llenas desde la bolsa de algún duende que pasara por allí y, con su andar grácil e ingrávido, cruzara el jardín de Kweku Sai momentos antes de que el propio Kweku se presentase allí. Ahora todo el jardín resplandece, titila y cascabelea, como un corillo de colegialas que, ruborizándose, se mandan callar unas a otras cuando se acercan sus pretendientes” (p. 21). Fragmentos como este —que saturan la narración hasta el hartazgo— hacen de Lejos de Ghana una lectura esencialmente fatigosa, incómoda, poco gratificante, pues el lector se ve asaltado, una y otra vez, por estas incesantes irrupciones de cursilería que ahogan constantemente la tensión y dilatan, de un modo innecesario, el ritmo de la trama.

 

Segundo: Lejos de Ghana es una novela que en ocasiones complace o entretiene, pero que casi nunca exige del lector un verdadero esfuerzo. Es decir: tenemos la creciente sensación, como lectores, de estar ante una obra que elude a toda costa cualquier asomo de complejidad; los personajes y las situaciones están siempre a punto de desarrollarse, pero son pocas las ocasiones en que finalmente lo hacen. Selasi, en lugar de explotar el potencial de algunos de los mejores temas del libro —el choque con la cultura africana, la extraña y simbiótica relación de los mellizos; el vínculo de Sadie (la menor) con su cuerpo—, parece preferir una narración plana y ordinaria en la que los personajes lloran y se abrazan y se reconcilian a cada vuelta de página. En la escena final, por ejemplo, vemos a Fola dialogando con el dibujo de Kweku que Kehinde ha trazado sobre la tierra: “‘¿No podíamos haber aprendido, aprendido a no marcharnos?’ —No lo sé. […] Lo piensa pero no lo dice: una sola vida no es suficiente para aprenderlo todo—. ¿Sigues ahí? ‘Sí. Para siempre.’” (p. 343). Incluso los pasajes mejor logrados —como la llegada de la familia a la aldea de Krokobité— palidecen ante este interminable despliegue de sentimentalismo y melodrama.

 

Tercero: los protagonistas de Lejos de Ghana adolecen de una notoria falta de plasticidad. Sus emociones se limitan, por lo general, a los celos, el rencor y la tristeza; sus conflictos, por otro lado, son típicamente adolescentes: Olu —el mayor— alucina casi siempre que su esposa lo va a engañar con su hermano Kehinde: “Si alguna vez se viera en la tesitura de tener que escoger entre ambos, Ling escogería a Kehinde; cualquier mujer con dos dedos de frente haría lo mismo. Le sobraba glamour, fama y riqueza, era un artista, mientras que Olu era un médico residente” (p. 249); Taiwo, por su parte, siente en todo momento celos de su hermana Sadie: “La ira la impulsa a seguir adelante, una furia ciega que la obliga a apretar el paso e inhibe sus pensamientos, por lo que sólo alcanza a ver a su madre abrazando a Sadie, y sólo alcanza a pensar ‘pero a mí no’” (p. 298); Sadie, en cambio, vive acomplejada por su figura y el color de su piel: “La mayor parte del tiempo, ni siquiera la propia Sadie soporta pensar en los motivos por los que el mundo la trata como si fuera invisible. […] Da por bueno el argumento de que los medios de comunicación son responsables de su bulimia, de su mudo y pertinaz deseo de volver a nacer convertida en una huérfana rubia; ataca sin contemplaciones a Photoshop por considerarlo una amenaza para la salud pública; ha juzgado y condenado su devoción infantil por las Barbies blancas, y así mil y un ejemplos. […] Pero la realidad sigue siendo la misma: es invisible. No es hermosa” (p. 291).

 

Taiye Selasi ha señalado que el tema central de Lejos de Ghana es el “afropolitismo”, término con el que describe a esa nueva generación de jóvenes africanos, cultos y cosmopolitas, que poseen una identidad híbrida y una cultura mestiza. Esto quizás explique, en parte, el fenómeno mediático que Lejos de Ghana ha disparado: algunos llaman a Selasi “la nueva voz de África”; otros afirman que la autora “hace algo más que renovar nuestra concepción de la novela africana: renueva nuestra concepción de la novela en general” (por favor…); la crítica se deshace en elogios y el libro aparece, con frecuencia, entre los mejores del año. Tanto escándalo es claramente injustificado. Una cosa es juzgar la novela por su calidad literaria y otra, muy distinta, evaluarla por sus implicaciones ideológicas o culturales. Y Lejos de Ghana es un libro que explora, pero no profundiza; un libro que se esmera en romper con el estereotipo que existe en torno a África y sólo nos ofrece, a cambio, un reflejo pálido e irrisorio de esta nueva identidad africana.

 

*Taiye Selasi, Lejos de Ghana, Salamandra, Barcelona, 2014, 348 pp.

 

*Fotografía: “Lejos de Ghana”, publicada en 2013 / Especial.

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