López Austin y la mierda como prodigio milagroso

Oct 16 • destacamos, principales, Reflexiones • 9923 Views • No hay comentarios en López Austin y la mierda como prodigio milagroso

 

La frontera entre naturaleza y cultura fue objeto de estudio del historiador Alfredo López Austin, fallecido este 15 de octubre a los 85 años. Formador de estudiosos de las sociedades mesoamericanas, robusteció el concepto de cosmovisión en el mundo náhuatl. Ningún tema le fue ajeno, como dejó constancia en el libro Una vieja historia de la mierda, en colaboración con Francisco Toledo, reseñado aquí por uno de sus colegas más cercanos

 

POR ANTONIO GARCÍA DE LEÓN
Alguna vez el autor de este libro me comentó que hace algunos años había penetrado al interior de una cueva en Tlalpan —llamado antes “San Agustín de las Cuevas”—, y que al salir de sus estrechos y resbalosos pasadizos descubrió que lo que creía lodo, que ya le recubría el cuerpo y lo llenaba de un reconocido olor, era en realidad mierda. Seguramente de allí surgió la decisión de escribir esta bella historia que hoy presentamos aquí, tan antigua como la que se embarraba en las paredes de aquella cueva ancestral. Alfredo decidió, como se ve ahora, hacer realidad esta aventura, juntamente con la complicidad de Francisco Toledo, y entre los dos hacer un pacto de iniciación para sumergirse, cada uno por su cuenta y dimensión, en las aguas profundas de la creación y del sentido de esta materia tan densa y primigenia. Y fue así como ambos se adentraron en una fuente de aguas común, en una matriz luminosa que los obligaba a nadar aguas arriba, moviéndose en un universo simbólico que nos es común a todos los que contamos con un orificio para descargar cotidianamente nuestras felicidades. Ambos modelaron el producto con la yema de sus dedos y se fueron hasta los mitos ancestrales de la antigüedad europea, de los antepasados africanos o de los grandes textos fundadores de la India, encontrando acá, en la Mesoamérica de siempre, la del núcleo duro de roer, intuición de sobra.

 

Y es que desde el fondo de los tiempos, pasando por el corazón de todos los mortales ya muertos, a través de este relato fantástico llegan cánticos insonoros, versos rotos en mil pedazos, fragmentos de mitos mesoamericanos embarrados con adherencias del abigarrado mundo colonial, cuentos de ogros o de doncellas atrapadas en la circularidad de un relato viscoso, serpientes enrolladas en espiral que semejan eyecciones emplumadas, aforismos de sabios anónimos que los narradores aposentan en la carne de su experiencia y de los que se apropian como suyos. De no ser así no se explica que un campesino cualquiera, sentado en la piedra de un corral te cuente un fragmento del Génesis con la misma cadencia de los fraseos de los Primeros Memoriales, que frecuente la solemnidad de las narrativas que explican todo, o que haga un guiño con la paráfrasis de la mierda que Pedro de Urdemalas colocó debajo de su sombrero y que vendió a precio de oro.

 

Navegar ese mar desconocido, imaginar el tesoro que la historia ha sumergido en todos esos relatos, y rescatar del fondo del abismo cada uno por su cuenta y riesgo, es exponerse a perder una parte de ese tesoro que no existe. Porque lo que les da razón de ser, como parte de un mundo maravilloso que ha nacido fragmentado, sigue estando en las palabras de las gentes comunes que nutrieron todas estas historias, en donde fluye una sabiduría que sólo ha sido leída en el aire y que se mantiene sobre la frágil trama de la tradición oral. Un conocimiento que va de la fe en lo milagroso a la literatura fantástica. Es así como esta colección de historias se despliega en la ramificación de un mito central del que se desprenden relatos subordinados que tejen sus hilos sobre la superficie de la memoria como si fueran un tapiz cambiante.

 

Esta parábola al alimón se convierte así en una verdadera selva para perderse, dada la naturaleza misma del tema y de su carácter altamente simbólico. Son estas fabulaciones las que nos obligan a sentarnos frente a un enigma polifacético, ante un juego de cajas chinas que se contienen unas a otras y que abre paso a la dimensión oceánica de los mitos de ayer y de hoy: pues si bien es cierto que los ejemplos pertenecen al ámbito mesoamericano, se hallan imbuidos de varias referencias de carácter universal acerca del contexto en que se reproducen.

 

Asimismo, las imágenes visuales que Toledo ha desplegado al interior de este libro encarnan fragmentos de un sistema de referencias que van más allá de la representación gráfica, pues son en sí mismas la revelación de otros mitos insertos en narrativas más amplias, deambulando como demonios interiores de paraísos perdidos. Son la multiplicación de las felicidades. Son el secreto guardado en el culo de los perros en su eterna búsqueda al olfato del mensaje divino. Es la canoa de oro que navega al inframundo, el enano fascinado mirando los momentos creativos de la niña diosa del maíz: son hongo, caca, caballo y venado que se encadenan en un círculo concéntrico de cosmos mitológico.

 

Son los poderes que se expresan a través de la reelaboración literaria y de la alegoría de la letra y la imagen: los que nos advierten acerca de que el símbolo y sus modos de conocimiento indirecto requieren repetirse para descifrarse de nuevo. Son este contrapunto que sugiere lo mismo, que se repite en las luces y sombras de lo real y de lo imaginario. Porque es indudable que, en algún momento, los humanos necesitaron y, por lo mismo, produjeron imágenes, como instrumento narrativo para ampliar las posibilidades del cuerpo, como aquellas pinturas de bisontes y venados que propiciaban la cacería desde las paredes de las cuevas prehistóricas para trascender con metáforas el incierto destino de los mortales. Desde que el orbe es humano, la máquina de construir mundos posibles se puso en movimiento y gracias a ella el mundo cotidiano al que habíamos sido condenados hizo posible la invención del Edén, la fabulación del Tlalocan en donde nuestras desgracias se trocarían en dones, y nuestras carencias y limitaciones en prodigios que la expresión hablada, la cadencia del mito o la repetición del rezo convertirían en un universo bajo control.

 

Porque el tema de este libro, dotado de la ambivalencia de lo simbólico, es a la vez seductor, omnipresente y acallado, trascendente y cotidiano, divino y profano. Es al mismo tiempo un viaje a los inframundos de la muerte y a los territorios triunfantes de la vida, a los de la riqueza deseada por las comunidades enfrentadas a la subsistencia durante siglos. El libro pinta estos mundos superpuestos de la oscuridad y el caos, pero también es un homenaje a la vida y a las técnicas curativas, en tanto que el acto de cagar sigue siendo uno de los más repetidos ritos de creación y realización. Porque en ese ámbito todos somos artistas consumados.

 

Y todo esto porque en las sociedades humanas la cotidiana producción de excrementos se halla en la exacta frontera entre la naturaleza y la cultura, en los límites inciertos entre la fisiología, la comunicación simbólica y la más pura creación colectiva y privada. O bien, porque se desarrolla en las áreas silenciosas de lo innombrable, de lo invisible y de lo misterioso. La mierda humana es aquí el tema central, es el excremento visto como una “criatura”, un “producto terminado” que se mueve en esta frontera entre lo profano y lo sagrado, entre la medicina y el deseo, y a partir de las diversas facetas que ofrece en el ámbito mesoamericano de siempre. Así, desde los textos clásicos del siglo de la conquista, en su mayoría referentes a los antiguos nahuas del valle de México, hasta las más diversas mitologías indígenas de todo el país, el texto nos va conduciendo por una infinidad de paisajes simbólicos, y poco a poco nos va mostrando las virtudes de un ingrediente altamente curativo, de una caca oscura, café o amarilla que sirve para prevenir la calvicie, para depilar, para mejorar el cabello, para purgar el estómago, para bien orinar, para detener la diarrea, para conjurar el antojo, la hinchazón del vientre, el mal viento y hasta el nacimiento de la maldad. Recetas en donde se une la terapéutica indígena y la medicina medieval traída por los españoles, las que establecen un diálogo en su ir y venir del náhuatl al castellano, de las tradiciones locales a lo que los frailes quieren escuchar.

 

La materia tratada es la misma del escarabajo de oro que Edgar Allan Poe inmortalizara en un cuento que metaforizaba el valor virtual del papel moneda y que se refería a aquel animalejo que va acumulando una montaña de estiércol de bolita en bolita, ese emblema sagrado de los egipcios que rodaba el mundo de las heces hasta conformar una constelación, simbolizando la vida más allá de la muerte. Aquí la referencia al oro, la plata y otros metales, como en muchos de los “universales de la cultura” que pueblan el texto, representa casi en todas partes del mundo esa vasija llena de excrementos que se volvió un tesoro: pues la riqueza, el oro, el metálico, la acumulación y el ahorro son siempre el espejo de la deyección divina.

 

Después de caminar los diferentes laberintos de esta mierda cifrada que encierra la dualidad de los contrarios, de recorrer una dimensión revelada y a la vez aciaga, podríamos decir, en una nueva interpretación surgida de este calidoscopio, que Dios o los dioses “cagaron al mundo” tal y como el pingo de Santa Ana Hueytlalpan cagó el oro en su cofre enterrado en el cerro. Aquí se unen los dos significados de lo escatológico: el de los excrementos y el de la vida después de la muerte, el del final del hombre y el universo, entreverándose a través de un hilo sutil que va de lo intrascendente y lo cotidiano del simple cagar hasta las explicaciones últimas que involucran el origen de la vida y el cosmos.

 

Para los narradores anónimos que pueblan esta colección, criados entre imágenes de dioses y boñigas, el mundo sólo estaba poblado por animales, humanos y fantasmas. Nosotros, que ya sólo tenemos imágenes, ¿con quién compartiremos el planeta? Hoy no podemos encontrar a los dioses pues no hay espacios oscuros ni rincones misteriosos y hemos abandonado el arte de cagar al aire libre, lo que permitía el contacto de nuestras heces con la naturaleza de manera directa: esa posibilidad de toparnos con las diosas nalgonas de andar anadino que frecuentaban los muladares. Antes cagábamos en compañía de las deidades, hoy hemos hecho del cagar un acto privado y desencantado. Es por eso inquietante que este libro te da la posibilidad de volver a cagar en complicidad y compartiendo el placer con la tierra y con la infinidad del cielo… haciendo del cagar una revelación, una epifanía, y así ponernos a hojear y a leer con la fruición del momento este compendio de tonos cafés que reinventa el Cosmos a partir de un trozo de mierda…

 

Post scriptum

 

De hecho, el campo semántico de la mierda es amplísimo entre los nahuas, y de seguro en las demás lenguas mesoamericanas, y el libro juega con esta galaxia de significaciones anatómicas, metálicas, zoológicas y curativas. Llama la atención que el mismo radical —cuitlatl— aparece en el corpus léxico náhuatl en más de 200 palabras cuyo núcleo sigue siendo el excremento; pero que se extiende hasta la parte inferior del cuerpo, la espalda baja (cuitlapan), la columna vertebral (cuitlachichiquilli), la cintura (cuitlacaxiuhyan), las caderas (cuitlaxayacatl), las entrañas (cuitlaxcolli), la cola (cuitlapilli); o conceptos tales como el cocimiento interno y doloroso de un tumor (cuitlacapani), la indolencia y la dejadez (cuitlamomotzcayotl, cuitlananacayotl), la flojera del hombre ocioso (cuitlacocopictli, cuitlananapol), o lleno de gorduras (cuitlatapallotl) que juega con sus testículos (cuitlapanahatetl). O bien, el horadar una troje (cuitlacoyonia), el introducirse en las filas enemigas (cuitlaxeloa), el invitar a un festín (cuitlahuia). Algunos colores azulados, como cuitlanextic o cuitlatexohtli gravitan alrededor de las excretas. Múltiples animales, como los que enlista Alfredo y algunos más (como la apestosa hormiga cuitlaázcatl o cuitlatzicatl, o el halcón carroñero cuitlatlohtli), o varias plantas, como el pimiento cuitlachilli, el maíz cuitlacintli, el copal merdoso (cuitlacopalli), o el florido “huele de noche” (cuitlacuahuitl); todos en grande constelación, llevan la marca de la casa, el sello de oro que los distingue a la vista y al olfato, tanto como los fantasmas de las cuitlapanton que frecuentan los muladares de este libro. O ese espejo dorsal que era uno de los atributos de la madre de los dioses (el cuitlatezcatl)… La mierda que aparece también como metáfora de los vicios: tenepantlah quitlalihtinemi in xixtli, cuitlatl, in ahcualli, “junto con otros vive en el vicio, la corrupción y el mal” (es decir en “las orinas, la mierda y lo malo”) como nos advierte Sahagún. Así también, vienen algo embadurnadas las significaciones ya sincréticas desde el siglo XVI que se extienden entre la moralidad cristiana y el sacrificio de tipo mesoamericano: como los verbos “librar de la tentación o la servidumbre” (cuitlatlaza), o, como el sangrante Cristo de cualquier capilla pueblerina, que “se encoge por el dolor de los azotes” (cuitlacaxoa) y “paga por todos los que pecaron” (cuitlatzacuilia).

 

FOTO: Una vieja historia de la mierda (1988), de Alfredo López Austin, fue ilustrado por el artista Francisco Toledo con una serie de obras plásticas relacionadas con el excremento en las culturas amerindias. El libro fue reeditado en 2009 por CEMCA/ Le Castor Astral/ Crédito: Especial

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