Los resquicios de la memoria: la vida cotidiana de México en “El Universal”

Nov 5 • Reflexiones • 4064 Views • No hay comentarios en Los resquicios de la memoria: la vida cotidiana de México en “El Universal”

Presentamos una selección de las ponencias que se dieron el 10 y 11 de octubre en el coloquio “EL UNIVERSAL 100 años. Memoria de México en la Hemeroteca Nacional”.  

POR EDWIN ALCÁNTARA

Instituto de Investigaciones Bibliográficas, UNAM

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Más que sólo un testigo de la vida de un país, el periódico es, en múltiples sentidos, un constructor de la vida de ese país. Son los diarios los que con su relato de la vida día a día construyen también los episodios que, sin saberlo, cada lector atesorará como parte su memoria cotidiana, como un capítulo de su propia vida. Si hay que atribuir a El Universal una misión a lo largo de su siglo de existencia es precisamente esa: construir la memoria de un país desde la perspectiva de sus reporteros, escritores, dibujantes y desde la mirada de los publicistas, para hacerla parte de la memoria de sus lectores. Pero la memoria es, ante todo, personal, íntima, selectiva, volátil. Es más fácil que un lector de El Universal recuerde las modas, el matrimonio de una actriz, el estreno de una película, los anuncios de los grandes almacenes o las transformaciones de la ciudad a través del tiempo, a que traiga a la memoria el debate y la aprobación de una ley en el Congreso. Hay un espacio donde ―evocando a Fernand Braudel― la memoria habita bajo el agitado oleaje de la historia política y se desplaza en otros ritmos: ese es el espacio de la vida cotidiana que habita en los resquicios de la memoria que se alojan en las páginas de un diario.

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Las notas que expongo a continuación no son propiamente un estudio ni tampoco una tentativa de crónica, son sólo algunos apuntes que no quise dejar escapar para reflexionar en las prácticas periodísticas y publicitarias que podrían ser abordadas desde la perspectivas de la historia de la vida cotidiana donde El Universal y su siglo constituyen una fuente generosa para adentrarse en las representaciones de la vida diaria construidas por la prensa. Esta tarea ya ha sido abordada en buena parte por la colección de Historia de la vida cotidiana en México, editada por el Fondo de Cultura Económica, en sus volúmenes dedicados al siglo XX, coordinados por Aurelio de los Reyes. Sin embargo, resulta muy sugerente y estimulante descubrir que las temáticas que aún están por explorarse son inagotables y pueden ir en múltiples direcciones.

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La urbanización

Cimiento de la vida cotidiana es el paisaje donde ésta se asienta, el hábitat donde se desarrolla. Al comenzar 1921, apenas a cinco años de que naciera El Universal, en sus páginas una publicidad magnificente daba cuenta de la “urbanización de las Lomas de Chapultepec” e invitaba a la palpitante clase media a visitar el fraccionamiento “Chapultepec-Polanco”, para ver los colosales trabajos de urbanización. También en los años 20 aparecían anuncios del fraccionamiento Insurgentes Hipódromo que, para tener el privilegio de habitarlo, sólo se necesitaba dar un enganche de 700 pesos y mensualidades de 125 pesos. Para 1950, la capital sigue su expansión y en El Universal se anunciaban también las ventajas de vivir en el fraccionamiento Jardines del Pedregal de San Ángel, en una imagen donde se apreciaban residencias rodeadas de árboles al lado con un río que manaba de entre las rocas volcánicas del pedregal, donde los terrenos se vendían de 18 a 22 pesos el metro cuadrado.

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Pero el gran diario de México no sólo permitía ver el ascendente crecimiento urbano, sino también la marginación social que corría paralela a éste. Mientras la publicidad oficial anunciaba el impresionante embellecimiento del Paseo de la Reforma, emprendido por el jefe del Departamento del Distrito Federal, Fernando Casas Aléman, y se anunciaba como un paso más en la ruta del gobierno del presidente Miguel Alemán, un reportaje de septiembre de 1950, describía que junto a “la bellísima colonia de las Lomas de Chapultepec, cuajada de palacios y de espléndidos jardines”, existían barrancas y cuevas donde vivían 400 mil personas en la mayor miseria, sin agua ni drenaje, sólo cubiertos con pedazos de hojalata en casas miserables que poblaban las cuencas de los ríos San Joaquín y de la Piedad, donde se engendraba el crimen y la prostitución.

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La población

Todo periódico es un baúl inagotable de asombros, es como una cápsula de tiempo que permite contrastar con sorpresa las realidades pasadas y presentes. Eso se experimenta cuando se compara, por ejemplo, la población de la ciudad. “Muy cerca de un millón de habitantes en la ciudad” pregonaba con cierta alarma El Universal el 21 de mayo de 1930, (eran 968,443 habitantes). Pero para 1970 causaba casi un colapso a los lectores un reportaje que informaba que México contara con más de 48 millones de habitantes, mientras que la ciudad de México alcanzaba la estratosférica cantidad de 8 millones y medio de habitantes, cifras acaso escandalosas que confirmaban la llamada explosión demográfica y las desesperadas políticas de control natal que se implementarían en esa década.

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La vida doméstica

En pocos espacios como en los de la vida privada, puede descubrirse lo que Álvaro Matute ha denominado las revoluciones domésticas que, en sus palabras, pueden ser más radicales que las revoluciones políticas, pues “su arribo al orden doméstico provoca cambios drásticos en el modo de ser de las familias”. Este tipo de revoluciones son las que El Universal ha descrito con prolijidad, color y detalle a través de su publicidad y sus reportajes. Una encuesta del diario hecha en 1949 revelaba que la cocina era la actividad predilecta de las mujeres pues el 56 por ciento de ellas decía preferir cocinar, mientras que sólo 12 por ciento limpiar la casa, el 11 por ciento lavar ropa, 10 por ciento coser y sólo 6 por ciento planchar. Ello se debía, entre otras razones, a que los miembros de la familia casi siempre tenían alguna palabra de alabanza para un rico guisado y rara vez ponían atención en si la casa está muy limpia o no. ¿Qué tanto habrá cambiado esto en el presente? Sería interesante una nueva encuesta sobre el tema.

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Para 1950, las amas de casa que leían El Universal podían ver la publicidad de la leche Nido, donde la actriz Elizabeth Taylor cargaba en sus brazos a un bebé y se decía que era “una madre feliz”, mientras se preparaban para escuchar el programa radiofónico de los “insuperables tepujas”, Régulo y Madaleno, en la XEQ, anunciado también en las páginas del diario, o las radionovelas de la XEW. A su vez, los almacenes Salinas y Rocha aprovechaban la debilidad sentimental de los padres en la navidad de 1953 para pedirles no sin cierta dosis de chantaje: “regale a su familia un televisor Imperial y llévese gratis 100 pesos en juguetes de su elección”. Ponerse a la vanguardia de la diversión familiar con una tele implicaba invertir la nada pequeña suma de 2,545 pesos, lo que provocó que pocos tuvieran acceso al aparato y que incluos algunos lo vieran como un negocio y cobraran a niños de colonias pobres 5 centavos por pasar a ver el Teatro Fanatástico de Cachirulo en sus casas. Años más tarde, provechando los momentos álgidos que vivía la Guerra Fría, las televisoras Telstar se promovían con una caricatura en la que aparecían dos niños rusos con sus peludas gorras ushankas muy divertidos ante su televisor viendo una película de cowboys. En 1972, las amas de casa veían en las páginas de El Universal el anuncio del programa vespertino de concursos “Sube Pelayo Sube”, y una vez ante el televisor, alguna de ellas podía salir volando de su casa y tomar un taxi con su hijo en brazos para llevar al estudio de Televicentro uno de los ocurrentes objetos que pedía Luis Manuel Pelayo para ganar una licuadora, una plancha o, mejor aún, una lavadora.

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Las calles

Otra medida de los cambios en la cotidianeidad es la que transformó las distancias y la noción del tiempo al abordar esos artefactos revolucionarios y algo peligrosos llamados automóviles. En 1916, en las páginas de El Universal se promocionaba el automóvil “Elcar”, como “elegante, fuerte y económico” y para 1921 se sugería a los lectores con poder adquisitivo comprar un “Overland” que, según rezaba su publicidad, era “el automóvil diseñado para dar gusto a los que exigen un coche elegante, duradero y económico”. Al volver la mirada a esta época la históricidad y lo relativo del concepto de velocidad no podía ser más claro, pues, según se informaba en nuestro diario en 1923, un preocupado gobierno capitalino determinó que velocidad máxima de los automóviles, 20 kilómetros por hora, mesurada forma de conducir que seguramente permitía contemplar desde el coche la construcción del Monumento a la Revolución en aquel año. Hacia los años cuarenta se promovía la compra de los elegantes autos suecos Volvo, y para comienzos de los años 60 el estilo publicitario cambiaba para establecer el imperio del Volkswagen, pues tomaba al lector por asalto para ordenarle: “Usted lo necesita” y apelaba al viejo mito de que este auto era la mejor inversión porque se puede vender casi al mismo precio que se adquiere.

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A propósito de autos y calles, las notas y anuncios en El Universal al iniciar los años ochenta anunciaban cómo la ciudad se comenzó a transformar una parte de su fisonomía y nomenclatura pues cambió los nombres tradicionales de sus avenidas por ejes viales tan cuestionados por muchos ciudadanos. Y aunque se pretendía que el Eje central abandonara todos sus nombres, la gente le siguió llamando Niño Perdido y San Juan de Letrán, y el Eje 2 Sur se resistió al cambio y todavía conserva sus nombres: avenida del Taller, Querétaro y Juan Escutia, igual que muchas otras avenidas que costaron tan mal concepto al regente Carlos Hank Gónzález.

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Las modas

La moda es otro interesante baremo de los cambios de mentalidad generacionales. Aunque durante 1916 las páginas El Universal dictaban que la última moda de la primavera para las damas era pasar esa acalorada época con vestidos largos, cuellos altos y sombrillas, ya en 1920 la Sociedad de Damas Católicas lanzó una campaña contra la falda corta y el escote, además de que pedía que no se permitiera la entrada a los templos a las mujeres que no se presentaran vestidas con “rigurosa honestidad”. Al parecer la moda de los vestidos arriba de la rodilla que permitían a las jóvenes bailar Charleston y sentirse menos acaloradas incomodaba demasiado a un sector femenino tradicionalista. En las páginas de moda de El Universal en los años 30 reinaban los diseños de Gabrielle Chanel y Jean Patou. El Palacio de Hierro presentaba sus novedades para el invierno de 1939-40, con la sensacional venta de abrigos de piel y zorros plateados Grand Choix. Para 1972 Liverpool se enorgullecía de anunciar los pantalones de amplísima campana para dama, combinados con blusas ceñidas y cuellos de tortuga.

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La moda masculina también sufrió cambios notables, pues mientras que en los años 20 la scasa Tardán anunciaba aún sus sombreros de copa que acompañaban a los fracs. En 1963 las pautas del vestir se definían en la publicidad de sastrerías con trajes hechos a la medida con materiales de la más alta calidad desde 590 pesos, incluida la tela y la hechura. Pero en 1969, según lo marcaba la sección de modas de El Universal, un hombre elegante y a la moda era aquel que combinaba suéteres de cuello de tortuga con sacos cruzados de botonadura marinera y solapas anchas, lisos o a rayas. Eso sin contar con las anchas y bien delineadas patillas que portaban los modelos en las pasarelas.

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Los espectáculos

El Universal también dio alimento al hambre de los lectores de noticias sobre el universo de los espectáculos, objeto de consumo que se incorporaba a la conversación cotidiana. En octubre de 1952 muchos seguramente leyeron en El Universal con ansias, curiosidad y entusiasmo la crónica de la boda de María Félix y Jorge Negrete, con su banquete en los enormes y bellos jardines de la casona de la actriz en Tlalpan, sus más de mil invitados y sus platillos y bebidas mexicanas. Ese enlace habrá formado parte de muchas pláticas, tertulias y cafés, como seguramente lo fue, apenas mes y medio después, la noticia de la muerte del charro cantor en Hollywood.

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En 1960 la columna de “El pajarito indiscreto” hacía las delicias de muchas y muchos lectores que se enteraban de los sucesos tras bambalinas de la comunidad de la farándula. En enero de dicho año daba cuenta de casamientos y divorcios, por supuesto, más picantes estos últimos, pues se informaba del divorcio de Enrique Rambal de Meche Bórquez por culpa de Lucy Gallardo; que la esbelta Meche Pascual dejaba en definitiva al larguirucho Claudio Brook, y que la deliciosa Ariadne Welter se alejaba de Gustavo Alatriste por los encantos de Silvia Pinal. Fue también gracias a la nota de El Universal, que supimos que la muerte de El Santo, el legendario luchador que sacudía y cimbraba arenas pletóricas, sobrevino en 1985 mientras se preparaba para realizar en un humilde acto de escapismo en el Teatro Blanquita.

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Las diversiones públicas

Las diversiones públicas son también una expresión de la forma en que la sociedad escapa a sus rutinas cotidianas en busca de distracción y esparcimiento, pero también de momentos catárticos que en ocasiones se tornan violentos. En enero de 1930 apareció en las páginas de El Universal la noticia de prohibición de teatro de revista política en la capital debido a que en la representación de la obra llamada “1920” —no casualmente era un año de sucesión presidencial— se desató un zafarrancho que comenzó con una guerra de naranjazos, pedazos de caña y tronadores. En la línea de la censura soterrada o abierta al teatro de revista, en agosto de 1961, nuestro diario informó que el irreverente y desafiante cómico Jesús Martínez Palillo, corrosivo crítico de la clase política, fue suspendido de sus labores histriónicas por haber utilizado una frase dentro de un “sketch” en la que se refería a la ciudad de México como “uruchurtescamente limpia”. Aunque en apariencia inofensiva, la expresión lastimó la delicada sensibilidad del casi vitalicio “regente de hierro”, Ernesto P. Uruchurtu, quien seguramente se tomó la limpieza como un sinónimo de su dureza y poca tolerancia como gobernante de la capital.

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Mucho malestar en los sectores populares debió provocar una nota de nuestro diario en marzo de 1929 en que nuestro periódico denunciaba que el bosque de Chapultepec sufría una profanación, pues lo invaden “inmundas barricas de pulque” y puestos de “fritangas”. Lo que no sabían los lectores de esa época es que, con el tiempo, el ambulantaje ganaría la batalla y Chapultepec seguiría poblado de puestos de fritangas, tortas, dorilocos, micheladas, sombreros, juguetes y una infinidad inimaginable de chácharas.

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El ingenio de los empresarios para atraer a sectores populares no tenía límite pues otro aviso publicitario buscaba arrancar el morbo de los espectadores para que presenciaran la “sensacional” lucha de un formidable y feroz oso, contra un bravo toro de lidia en el Estadio Nacional. Pero acaso para una población que buscaba placeres menos violentos o exóticos, el 19 de noviembre de 1931, se anunciaba la inauguración del Frontón México, el 19 de noviembre de 1931, con los mejores pelotaris del mundo y un costo de un peso la entrada en la luneta general.

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El cine

Pero el ritual colectivo que expandió rápidamente su dominio a lo largo del siglo XX y que desplazó a muchas carpas, teatros y salones, fue incuestionablemente su majestad el cine y de su imperio dio puntual cuenta El Universal. Serían incontables los ejemplos, pero baste citar algunos representativos para entender la magnitud del fenómeno. En 1925 se anunciaba la exitosa película estelarizada por Rodolfo Valentino “Monsieur Beucaire”, y pocos años, después, en 1929, las notas de espectáculos y las carteleras mostraban una dulce y joven “Lolita del Río” triunfadora en Hollywood. El estreno de la película “Luces de la ciudad”, de Charlie Chaplin en 1931 fue un célebre acontecimiento y, en materia de cine nacional, ocurrió otro memorable suceso en mayo de 1932 cuando se anunciaba la grandiosa premier en los cines Teresa y Venecia, de la película “Santa”, primera gran película del cine sonoro nacional con Lupita Tovar en el rol protagónico.

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Otros anuncios, como el del cine Balmori, aprovechaban el fin de la prohibición de alcohol en Estados Unidos para pedir al público emborracharse de risa viendo películas de Buster Keaton y las cintas del Tarzán encarnado en el nadador Johnny Weissmuller, a quien mostraban combatiendo con leones y cocodrilos o convocando con su alarido la ayuda de los animales selváticos. En 1951 llegaba a la cartelera el estreno de “Los olvidados” de Buñuel película recreada en diversos escenarios de la ciudad de México como Nonoalco y el barrio de La Romita. Y para 1964, el Cine Diana anunciaba la proyección de la kilométrica de la película Lawrence de Arabia, multipremiada con 7 estatuillas de la Academia, y en que la gente podía ver al irlandés Peter O’Toole, al egipcio Omar Sharif y al mexicano Anthoy Quinn, con sus kuffiyas de beduinos que los inmortalizaron y que, con frecuencia los tipificaron, como ocurrió con Shariff que difícilmente pudo escapar de los papeles de jeque árabe.

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En 1974 fue anunciada cinta El Exorcista que revolucionó el género del terror y que fue estrenada en los cines Roble, Polanco, Galaxia, Pedregal 70 y “muchos más” provocando el insomnio, la histeria y la perturbación de muchos adolescentes e incluso niños que entraron de colados. Al finalizar la década de los setenta, emergió un nuevo reinado en el cine: una semblanza del actor John Travolta publicada en El Universal en 1979 declaraba contundente que la “fiebre de Travolta” era el nuevo producto de Hollywood, cuyo perfil era el de un chico integrado al nuevo estilo de vida americano, de ambiente urbano y de clase media baja. Pero el paradigma Travolta pronto fue desplazado por el yuppie de los ochenta, pues para 1985 se anunciaba el estreno nacional de la película “Volver al futuro” que llevaba al personaje de Michael J. Fox, Marty Mc Fly, a trasladarse al pasado en un auto intervenido por un científico excéntrico y, cuatro años más tarde, en la segunda parte, a viajar un año 2015 que parecía más promisorio y fantástico de lo que realmente fue.

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Rupturas de la vida cotidiana

Tan importantes como lo cotidiano, lo regular y rutinario, son las rupturas de la cotidianeidad que la alteran o la hacen fisuras significativas. En una fascinante exploración contracultural, un prolijo reportaje de Julio Perales Gay aparecido en marzo de 1968 en El Universal, se adentró a la vida, los ritos y costumbres de los llamados hippies, no sin un sesgo de asombro al describirlos como “jóvenes que lejos de aislarse, gustan vivir en comunidad, en forma promiscua, (…), libres y satisfechos en amor y sexo””. Pero no pasaría mucho tiempo para que este amor y esa paz se violentaran en octubre de aquel 1968 cuando las notas y crónicas de El Universal detallaron los sucesos de Tlatelolco y sus reporteros fueron sus audaces testigos, como lo muestra la impetuosa crónica de Jorge Avilés que narraba: “Fue entonces que el reportero vio unas bengalas color rojo, como señales y se generalizó la balacera. Los miembros del Ejército comenzaron a hacer uso de sus armas. Muertos y heridos quedaron sembrados en la Plaza de las Tres Culturas. Hubo carreras, gritos, auténticos alaridos que se mezclaban con el ruido de las armas cortas y largas”. Desde ese 2 de octubre la cotidianeidad de la ciudad, del país, no volvió a ser la misma. Quizá otra de las mayores rupturas de la vida cotidiana fue la que quedó registrada en las crónicas de El Universal tras los terremotos de septiembre de 1985, que entre sus muchos relatos describieron el castigo sufrido por las víctimas y edificios de las colonias Roma, Doctores y Juárez, así como del desplome del Hospital General o del derrumbamiento del multifamiliar Juárez, donde los socorristas lucían desalentados de encontrar más víctimas.

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Los resquicios de la memoria

El periódico no sólo es un detonador de la memoria individual y colectiva, es un objeto cuyas imágenes y palabras, articuladas en sus discursos periodísticos y publicitarios, nos ponen en contacto directo con la experiencia del pasado y lo hacen palpable, imaginable, representable, reconstruible y construible. El Universal es, en este sentido, como sugiere Julio Cortázar en una de sus novelas, un “modelo para armar”, que permite que el lector trace, articule y construya sus propias historias, que explore y rescate momentos de la vida cotidiana que parecen haber quedado olvidados o sepultados en los más ínfimos resquicios de la memoria.

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FOTO:  En las páginas de EL UNIVERSAL quedó plasmada la evolución de la vida cotidiana en la Ciudad de México durante los años 20. En la imagen, ilustración que mostraba los nuevos modelos de semáforos publicado en este periódico el 29 de septiembre de 1922.

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