Los tiempos cambian

Mar 15 • Miradas, Música • 2461 Views • No hay comentarios en Los tiempos cambian

POR LUIS PÉREZ SANTOJA

 

Hace algo más de 40 años asistí al primer concierto de música clásica de mi vida. Era una “orquesta rusa” con un director ruso, que no pude identificar bien porque no hubo programas de mano, algo imposible en aquel Auditorio Nacional con 17 mil personas —ahora sólo caben 10 mil—  entre las que yo estaba, casi en las cercanías del cielo (raso). Solo tocaron música de Chaikovsky y eso sí no lo olvido; aún no era yo nada conocedor, pero la experiencia me transformó. Hasta la fecha.

 

Hace una semana la Filarmónica de San Petersburgo dio inicio a los festejos por los 80 años del Palacio de Bellas Artes. Yuri Temirkanov, director artístico de la orquesta desde 1988 (tras el retiro de E. Mravinsky, después de 50 años), recordó en una entrevista su otra visita a México, borrada por la bruma del tiempo, “hace 40 años”, que bien pudieron ser 39 o 42, dirigiendo a la Sinfónica de Moscú. De repente, un círculo se cerró en mi vida: finalmente sabía quién había dirigido el inicio de mi profunda aventura con la música.

 

Los tiempos cambian.

 

Por suerte, o porque ahora podemos esperar decisiones lógicas de las autoridades culturales, la orquesta rusa se presentó en nuestro celebrado recinto, con una acústica adecuada y no como sucedió en 2006, cuando por un ignorante criterio populista, tuvimos que “escuchar” en el Auditorio Nacional el único concierto —sonorizado— de la Filarmónica de Viena.

 

Los tiempos cambian.

 

Bajo el dominio del riguroso Evgeny Mravinsky  —cara de “sargento mal pagado” y mirada de Big Brother orwellesco— cuentan que la entonces Filarmónica de Leningrado  (con virtudes y defectos que entonces tenían todas las orquestas de la Unión Soviética: virtuosismo sin par en las cuerdas, alientos aceptables, metales ásperos y estridentes) tocaba bajo la disciplina del férreo director y las anécdotas sobre su dureza terminaban con el chiste del “envío a Siberia”, como castigo por pifias o entradas falsas.

 

Bajo el dominio de Yuri Temirkanov, se siente un amor comunitario que parece transmitirse entre los músicos y entre éstos y su director. Con sus movimientos, que no marcan estrictos compases sino que  se deslizan de lado a lado, transmiten su sentir a cada sección, acariciando la música que sale de sus manos, antes de que les llegue y la regresen desde sus instrumentos. El director sugiere y la orquesta responde; ambos hacen música en una verdadera comunión. Así, Temirkanov propicia un hermoso fraseo y gran musicalidad. Si la marcación de un director es rígida y “cuadrada”, los músicos adquieren una cierta dureza marcial para cualquier música. Hacía muchas décadas, tal vez desde el ejemplo de Giulini, o de Celibidache y Abbado en sus últimos tiempos, que no sentía esa sensibilidad en la recíproca comunicación entre director y orquesta

 

Ah, y la orquesta de ahora tiene unas cuerdas de ensueño y unos metales y maderas que, sin la depuración de sus colegas europeos, son superiores al promedio de muchas orquestas y “no gritan” en los pasajes fuertes y permiten esa bella transparencia sonora.

 

Los tiempos cambian. Incluso de un día para otro.

 

El primer programa, del sábado 8 pasado, después de la Leyenda de la ciudad invisible de Kitezh, de Rimski-Kórsakov, sin su singular final, incluyó dos de las más populares obras de Chaikovsky —el Concierto No. 1, con el pianista Denis Kozhukhin, y la Cuarta sinfonía— y, de acuerdo con la ocasión, el público abundó en melómanos de gusto más ligero y menos conocedores; sí, de esos que aplauden antes de terminar las obras.

 

El segundo programa, del domingo 9, después de un “caballito de batalla rossiniano”, fue más exigente: Segundo concierto de Prokofiev  —Shoji Sayaka, violinista perfecta— y la bella y épica Segunda sinfonía de Rachmaninov. A diferencia del primer concierto, en éste hubo menos funcionarios y público “especial”, no hubo aplausos a destiempo, imperó un gran silencio y el entusiasmo ante el apasionado final de la sinfonía fue aun más emocionado que el del día anterior. Los encores también fueron adecuados: en uno, danzas de El Cascanueces; en el segundo, Salut d’amour de Elgar y una escena de Pulcinella de Stravinsky, con un sentido del humor insospechado en Temirkanov.  Estos conciertos nos hicieron sentir que escuchábamos la música rusa a sus auténticos protagonistas, que la conocieron y estudiaron desde su infancia y que la habrían tocado infinidad de veces.

 

Los tiempos cambian.

 

Cuando en la segunda mitad del siglo XX se estableció la costumbre de que esta obra de Rachmaninov se tocara completa y sin los cortes por temor a su duración y que el autor aceptaba resignado, Temirkanov fue el primer director ruso que promovió la obra total y en su grabación con la Filarmónica Real de Londres (1978) respetó toda la partitura. Ahora Temirkanov nos ofreció una versión relativamente cortada, tal vez por el cansancio de la gira o por temer el aburrimiento del público.

 

Los tiempos cambian.

 

Antes, las orquestas “rusas” venían a México y muchos las veneraban como si tuvieran una suerte de “aura”, pues venían de la Unión Soviética, la precursora de “nuestras revoluciones socialistas”. Hoy, cuando esas ilusiones cayeron (por su propio peso totalitario), esta orquesta viene de una nación convulsionada por conflictos políticos y actitudes sociales que recuerdan los viejos tiempos. Para colmo de males, su gobernante —de filiación soviética— se identifica con actitudes homofóbicas que ya pocos secundan y los artistas apoyados por el Estado parecen compartir el criterio. Poco ayudaron las declaraciones de Temirkanov (de que las mujeres no pueden ni deben dirigir una orquesta) que, tal vez sin pretenderlo, fueron calificadas de misóginas. La grandeza de un artista debe estar más allá de su condición humana, pero no tardaron las voces inconformes, ajenas a la melomanía. Antes de comenzar el concierto, se escuchó una voz anunciando la dedicatoria del concierto “a todas las mujeres de México”… y fue recibida con un prolongado aplauso.

 

Sí. Los tiempos cambian.

 

 

*Fotografía: La Orquesta Filarmónica de San Petersburgo, dirigida por Yuri Temirkanov, dio dos conciertos en el Palacio de Bellas Artes el fin de semana pasado/CORTESÍA INBA

 

 

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