Machado de Assis y su sentimiento íntimo

Ago 12 • destacamos, principales, Reflexiones • 3392 Views • No hay comentarios en Machado de Assis y su sentimiento íntimo

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Clásicos y comerciales

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POR CHRISTOPHER DOMÍNGUEZ MICHAEL 

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Sin lugar a dudas el último clásico en ingresar al Olimpo de la literatura mundial ha sido el escritor brasileño Joachim Maria Machado de Assis (1839–1908), actualmente reconocido no sólo como el primer autor de su patria sino como de los más originales narradores decimonónicos. Leer sus cinco grandes novelas, a saber, Memorias póstumas de Bras Cubas (1881), Quincas Borba (1891), Don Casmurro (1899), Esaú y Jacob (1904) y Memorial de Aires (1908), produce el extraño efecto de leer a un autor del siglo XIX quien se salta esa centuria y viaje de Laurence Sterne, olvidándose de Valera y de Flaubert, hasta Kafka.

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A veces avanza, en otras retrocede, Machado de Assis, pero nunca parece pertenecer, como novelista, a su tiempo, aunque lo sea obviamente. Quizá por su hipermodernidad parezca retrógrado, como cuando arremetió contra su colega Eça de Queirós (1845–1900). Al hacerlo adujo moralidad, aunque el brasileño tuviese bien ganada fama de descreído y liberal pero estaba harto de la presentación del adulterio como crimen nefando por antonomasia. Hay quien piensa que Machado de Assis, lejos de la prosa periodística, compartía con Madame de Stäel la idea de que la crítica literaria debía ser un tratado de moralidad, es decir, un homenaje a la forma trágica como virtud electiva del escritor. En el fondo de la pelea con Eça de Queirós, estaba la supuesta (y muy exagerada por su crítico) servidumbre naturalista del portugués. (Hace años, en las librerías brasileñas, la literatura de la pequeña nación madre estaba colocada entre la extranjera; no existía una sección dedicada a la lengua portuguesa, como suele ocurrir, con la literatura de España en América Latina).

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Brasil se engalana para festejar, el 29 de septiembre del próximo año, a los 110 años de la muerte de Machado de Assis y son muy numerosas las publicaciones conmemorativas. Una de ellas, de José Luis Jobim (La crítica literária e os Críticos Criadores no Brasil, Caétes, 2017), toca un tema no menor (para mí), el de la medida en que en las novelas de un novelista, genial o no, pueden rastrearse en lo que Alfonso Reyes, amante del Brasil también, llamaba la “literatura ancilar” de un autor: su crítica literaria, su teatro, su correspondencia o sus crónicas periodísticas –en el caso de Machado de Assis– abundantísimas.

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En cuanto a la crítica del propio Machado, no tan amplia, el lector en español cuenta desde hace algunos años con Textos críticos (UNAM, 2010), presentados por Consuelo Rodríguez Muñoz y traducidos por varios colaboradores suyos, una buena introducción al brasileño en cuanto crítico. Leído el volumen sin el antecedente previo de las novelas machadianas, el resultado puede ser decepcionante. A no ser por cierta ironía muy suya que se tornará venenosa y hasta diabólica (un diablo feliz, me imagino), en sus ficciones, la crítica de Machado, sin ser medrosa, no va más allá de las preocupaciones que distraían en el México de entonces, a Vicente Riva Palacio o a Ignacio Manuel Altamirano. Los llenaba de ansiedad, el carioca incluido, la búsqueda romántica de la expresión nacional, curiosa paradoja, mil veces subrayada, propia del romanticismo: nunca hubo un movimiento internacional tan interesado en cultivar la endogamia… con cartabones exogámicos, es decir, universales. Pero México no tuvo una rivalidad crítica rayana con la gigantomaquia como la que enfrentó a Sílvio Romero con Jose Veríssimo a principios del siglo XX, ni un crítico de los tamaños de Wilson Martins (1921–2010), como el Brasil.

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Machado les gana, para empezar, a sus contemporáneos mexicanos con una sola frase, tan famosa que encabeza casi todas las historias de la literatura brasileña. Todavía en 1990, en Um mestre na periferia de capitalismo. Machado de Assis, de Roberto Schwarz, una de las últimas contribuciones marxistas de valor a la crítica latinoamericana, leemos ese mensaje de Machado de Assis, originalmente aparecido en “Instinto de nacionalidad” (1873): “lo que se debe exigir a un escritor [brasileño, se entiende], es un cierto sentimiento íntimo que le permita tornarse en un hombre de su tiempo y de su país, aunque trate asuntos remotos en el tiempo y en el espacio”.

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La frase prefigura al Borges de “El escritor argentino y la tradición” (1932), lo mismo que a los artículos de Jorge Cuesta en esa década, en su brega por disolver la querella entre nacionalismo y universalismo, fatal, pesadillesca, eterna… Machado de Assis vio más lejos que los realistas mexicanos o brasileños pero la prueba acabará por aparecer en la insólita modernidad de sus novelas, de otro planeta comparadas con los folletones coloniales de Riva Palacio o cualquier narración de Altamirano.

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Ese “sentimiento íntimo” machadiano proviene, debo decirlo, de una idea de la crítica, empática con los Ceros, de Riva Palacio, que al brasileño lo empujó a escribir una breve deontología de la crítica, traducida en Textos críticos, como “El ideal del crítico” (1865), donde llama a ese singular personaje a buscar, otra vez, la “intimidad” entre la imaginación y la verdad, rechazando el pandillerismo que hacía obligatorio elegir entre clasicismo y romanticismo, etc. Da en el blanco sobre cuál es el asunto central del ejercicio del crítico –la vanidad– y recomienda la tersura para acometerla. “Como la obligación del crítico es decir la verdad”, dice Machado de Assis, “y decírsela a lo más susceptible que hay en este mundo, que es la vanidad de los poetas, le corresponde, a él sobre todo, no olvidar nunca ese deber; de otro modo el crítico pasará el límite de la discusión literaria para caer en el terreno de las cuestiones personales…”

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Como Sainte-Beuve, el brasileño se batió contra la llamada “literatura industrial” y sus creaturas: los folletinistas (“El folletinista es la fusión admirable de lo útil y de lo fútil, el producto curioso y singular de lo serio y de lo frívolo”), sus parásitos y sus mercachifles. En cambio, su campaña por el teatro nacional, entonces entendido universalmente como la expresión romántica más acabada, por popular, del genio de la época, fue un fracaso. Nada de aquello, en ningún lado, le perdonó el siglo XX a su predecesor. Si en algo fue “estúpido” el XIX, fue en su teatro y todos los grandes, de Dumas a Pérez Galdós, pasando por Henry James, fracasaron en la escena. No se conformaban con la novela (pues haciendo teatro se ganaba más dinero) y queriendo triunfar en las tablas se arruinaron y se amargaron.

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Machado de Assis, quien fuera el primer presidente de la Academia Brasileña de Letras, abogaba por que la civilidad, incluso condescendencia ante la vanidad, presidiese las relaciones literarias, optando por Sainte–Beuve (tan hipócrita, a veces) contra la crítica furiosa, comenzada en las filas católicas francesas (con Barbey d’Aurevilly y otros), aterradas por la victoriosa secularización imperante. Machado de Assis odiaba las polémicas, como nos recuerda Jobim y cuando recibió ataques vengativos, como los de Romero (a cuyos malquerientes también rechazó), respondió con el silencio y el desdén. Contra Eça de Queirós, le convenía moralizar, dejando su mordacidad e ironía bien protegidas para su ejercicio en la ficción. Los reparos formales, me parece, de Joaquim Machado de Assis contra el portugués, en 1878, fueran menos contra El crimen del padre Amaro o El primo Basilio, que contra la forma de novelar del naturalismo, ajeno a la intimidad del personaje, que en un par de años se vería rechazado, ese “inventario naturalista”, de manera sorprendente, con las Memorias póstumas de Bras Cubas.

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FOTO: Para conmemorar los 110 años de la muerte de Joachim Maria Machado de Assis, en Brasil se han publicado estudios sobre su trabajo en torno a la crítica literaria./ Fundação Biblioteca Nacional

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