Mad Men y la tragedia griega

May 16 • Conexiones, destacamos, principales • 7137 Views • No hay comentarios en Mad Men y la tragedia griega

(Un texto altamente spoiler)

POR JOSÉ MANUEL RÍOS GUERRA

@unamita1980

 

Mad Men era como se llamaban a sí mismos los publicistas de la avenida Madison en los años sesenta. El nombre tiene un doble sentido claro. Para trabajar en publicidad se necesita estar un poco demente: es un oficio de sádicos y masoquistas.

 

La serie creada por Matthew Weiner es la historia de estos publicistas que trabajan todos los días con la camisa planchada y están acostumbrados a desayunar whisky. La mayoría de ellos son machistas, homofóbicos, adúlteros, racistas, tramposos, republicanos y pasan sus días fumando y bebiendo mientras idean cómo ganar una cuenta o cómo acostarse con alguna chica. Todos bajo la consigna de que lo único peor de no conseguir lo que quieren, es que alguien más lo obtenga.

 

Mad Men no es, ni de cerca, la serie más popular; sin embargo, ha conseguido desde su aparición en el 2007 una buena cantidad de fieles seguidores. Ante la pregunta de por qué nos gusta Mad Men, la respuesta inmediata es la más simple: porque Mad Men no se parece a nada que se haya visto antes.

 

Si Los Soprano le deben mucho al cine de Scorsese y a El padrino, si Game of Thrones es la versión para adultos de El señor de los anillos y Walking Dead resume todas las películas de zombis, Mad Men da la impresión de no deberle nada a nadie.

 

Y no es porque dentro de la serie no se encuentren referencias a la literatura o al cine. Matthew Weiner ha declarado que tiene influencias de escritores como J. D. Salinger, Richard Yates y John Cheever (este último incluso vivió en el mismo suburbio en el que vive Don Draper, protagonista de la serie). Además, los personajes leen libros de la época como Meditaciones en una emergencia de Frank O’Hara y los recuerdos de infancia de Don son como fragmentos de alguna novela de William Faulkner. En el caso de las influencias cinematográficas, Weiner ha mencionado que el equipo de guionistas tuvo que ver de manera obligatoria algunas películas para poder escribir la serie. Entre ellas están The apartment de Billy Wilder, Vértigo de Alfred Hitchcock y Blue Velvet de David Lynch.

 

Aun así, Mad Men es otra cosa. No hay, como en las demás series, una deuda clara con un autor o una película.

 

La originalidad de la serie tiene que ver con que se remonta al origen de las narraciones en occidente: la tragedia de Edipo. Don Draper, el antihéroe de esta historia, al igual que Edipo, llegó a su casa en una cesta, es criado por padres adoptivos e intenta, sin fortuna, huir de su destino. Su destino trágico está anunciado desde el opening de la serie en donde vemos su silueta caer al vacío entre rascacielos adornados por espectaculares.

 

El publicista estrella de la agencia Sterling Cooper, adicto al trabajo, al alcohol y a las mujeres, tiene un pasado oscuro que se va revelando a través de sus recuerdos. Su nombre real es Dick Whitman y es hijo de una prostituta, que muere cuando el nace, y de un granjero, que muere cuando Dick tiene diez años. Durante la guerra de Corea hay un accidente en el que fallece su compañero Don Draper. Dick Whitman aprovecha esta situación para tomar el lugar de Don y desertar del ejército.

 

Cuando los griegos acudían al teatro, veían historias que ya eran de dominio público (no les importaban los spoilers). Para ellos lo esencial era conocer cómo se llegaba al desenlace. La genialidad de Sófocles radica en acentuar la inocencia de Edipo con respecto a su futuro: imagino el placer que generaba ver cómo el rey de Tebas clamaba castigo para el asesino de Layo.

 

Ahí se encuentra parte del encanto de Mad Men: la terrible inocencia con que los personajes enfrentan su futuro (inocencia que nosotros compartimos con respecto a nuestro propio porvenir): las mujeres embarazadas fuman pensando que el cigarro es inocuo (a Betty Draper la da risa sentir pataditas en el vientre cada vez que prende un cigarro), Roger Sterling, uno de los socios de la agencia, se sorprende de haber sufrido un infarto a pesar de que siguió la dieta del médico que consistía en crema y mantequilla, los ejecutivos de la agencia —seguros de la victoria de Nixon— hacen una fiesta celebrando el inexistente triunfo del republicano, la hija de Roger Sterling fija como fecha de su boda el mismo día en que asesinan a Kennedy, Don Draper espera que Vietnam no se convierta en otra Corea.

 

Cuando inicia la historia de Mad Men, Don ya es el director creativo de la agencia Sterling Cooper, está casado y tiene dos hijos. Al igual que Edipo, se comporta de forma soberbia y desmesurada: mientras una doctora en psicología le presenta una propuesta para una campaña de Lucky Strike, Don le pregunta en qué agencia trabaja ese Freud del que le habla; cuando Peggy, la única copy de la serie, le reclama porque nunca le da las gracias por su trabajo, él le grita que el dinero es para no tener que hacerlo; en una cena con Rachel Menken declara que el amor es algo que inventó un hombre como él para vender medias. Pero a pesar de toda esa prepotencia Don se convierte en un personaje entrañable: la empatía con él viene de su sufrimiento. Don es, en realidad, un hombre atormentado por su pasado, alcohólico y que vive lleno de temores (y a pesar de esto no faltará el despistado que lo vea con envidia y como modelo a seguir).

 

La verosimilitud con la que está narrada Mad Men no tiene comparación con otra serie. Ésta se sustenta no sólo en la excepcional recreación de los sesenta (vestuarios, escenografías, ambiente), sino en el guión lleno de humor, de guiños hacia el espectador y en el hecho de que no se noten las costuras: en él no hay rastro de la mano de los escritores, cada personaje habla, piensa y actúa de acuerdo a su carácter y esto provoca que la serie sea una colección de incorrecciones políticas: si Don se lava los dientes, deja la llave del lavabo abierta; si va de día de campo con su familia, Betty Draper sacude el mantel dejando la basura en el parque mientras él arroja su lata de cerveza al horizonte.

 

En el final de “The Suitcase”, uno de los mejores capítulos de la serie, Peggy y Don están comiendo una hamburguesa en una cafetería. De fondo se ve un cuadro de la Acrópolis griega. Peggy voltea a ver el cuadro y le pregunta a Don: ¿Qué hace un perro en el Partenón? Don ve la pintura y dice: No es un perro, es una cucaracha. Mejor vamos a un lugar más oscuro.

 

Esa es la miseria sofisticada de Mad Men: si no te gusta lo que ves, mira hacia otro lado. Es una visión del sueño americano despojada de cualquier romanticismo: los tiempos pasados no fueron mejores y no hay ninguna esperanza en el futuro (porque ese futuro es nuestro presente y ya sabemos que todo se fue al carajo). En el mundo de Mad Men no hay lugar para la esperanza: Vivo como si no hubiera mañana, porque realmente no lo hay, dice Don. En este universo los negros son meseros o elevadoristas; las mujeres, amas de casa, secretarias o amantes; los psiquiatras, charlatanes que revelan lo que sus pacientes les dicen en consulta.

 

De esa critica no se salvan ni las marcas ni los hippies ni los progresistas ni las feministas. Y esta mirada desencarnada se soporta gracias a su dosis de humor negro: por ejemplo, cuando Ida Blankenship, la septuagenaria secretaria de Don Draper en la cuarta temporada, se entera de la gran expectativa que ha generado la pelea entre Cassius Clay y Sonny Liston dice indignada: Si quisiera ver pelear a dos negros, aventaría un dólar por la ventana.

 

A pesar de que cada episodio es como un cuento perfecto, Mad Men se ha convertido en una monumental novela cuyos mejores capítulos ya han pasado. El final no será un nocaut, pero eso no es necesario: Mad Men ya ganó por puntos.

 

Los premios (que tuvo muchos) y el rating (que no fue tanto si se le compara con Breaking Bad o Walking Dead) no importan. Mad Men, como las obras maestras de la literatura o el cine, no tiene punto final. Con el paso del tiempo se convertirá en un clásico que valdrá la pena revisitar constantemente y cada vez que lo hagamos nos dirá más cosas del mundo en que vivimos y de nosotros mismos.

 

*FOTOGRAFÍA: La serie televisiva Mad Men retoma esquemas narrativos del teatro clásico griego y de la literatura norteamericana del siglo XX / Especial

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