Maledicencia sin ficción

Ago 31 • Lecturas, Miradas • 4874 Views • No hay comentarios en Maledicencia sin ficción

POR JAVIER MUNGUÍA

Convengamos con Terry Eagleton en que la novela es un género literario que se resiste a ser definido con precisión y que incluso, por su naturaleza caníbal, mestiza, condena al fracaso cualquier intento de definición. Quizá sea por la gran apertura del género, por su capacidad para absorber géneros, formas y lenguajes diversos, que editores y escritores sin escrúpulos pretenden darnos gato por liebre y vendernos como novela algo que no lo es. Si bien la novela puede ser muchas cosas, no es cualquier cosa. No es novela, por ejemplo, un texto expositivo que no se compromete con la veracidad de su información con la excusa de la ficción. No lo es, por tanto, por más que insista en presentarse como tal, Nación TV, el libro más reciente de Fabrizio Mejía Madrid.

 

Si la chismografía fuera un género literario, sería el más adecuado para clasificar esta obra. En ese rubro es notable su competencia: cuenta sabrosas y sórdidas anécdotas de ejecutivos, cantantes y actores de Televisa, entre los que están Chespirito, Gloria Trevi, Paco Stanley y otros menos famosos. El pretendido eje son las tres generaciones de Emilios Azcárraga que han presidido durante cincuenta años la televisora más grande en nuestro idioma. Sin embargo, estos tres ¿personajes? a menudo lucen como simples coartadas para introducir mil y un rumores que bien podrían servir de guion para un programa de espectáculos de alto contenido morboso en varios episodios.

 

Vale aclarar que no son sus anécdotas las que impiden que esta publicación sea una novela. Quienes leemos novelas estamos acostumbrados a introducirnos en las vidas privadas de centenas de personajes, que no andan escasas en abyecciones e infidencias. Lo que aleja a Nación TV de forma definitiva del género al que quiere adscribirse es el hecho de que jamás se independiza de sus referentes reales ni llega a constituir un mundo con relativa autosuficiencia. Ni siquiera parece ser ese su designio. Su premisa central es tramposa y de dudosa ética: el autor tiene derecho de hablar de personas reales, con nombre y apellido, sin nunca sustentar sus dichos porque ¡es todo una invención! El nivel de los rumores aquí difundidos puede calibrarse aludiendo a uno solo: el expresidente Carlos Salinas de Gortari le habría conseguido el Premio Nobel de Literatura a Octavio Paz. No hacen falta más explicaciones al respecto.

 

La estructura del libro revela de manera clara que en él la ficción es asumida apenas como excusa para la maledicencia. El primer capítulo está ubicado la noche del 11 de diciembre de 1996 en la Basílica de Guadalupe, adonde ha ido un equipo de Televisa a rendirle homenaje a la virgencita y sobre todo a romper marcas de audiencia. Mientras transcurre la misa, algunos de los presentes recuerdan su pasado.

 

Estas retrospecciones no están bien motivadas: el narrador ha decidido que sus personajes recuerden, y punto, aunque no se trate de hechos cruciales en sus vidas o que nos desgranen sus conflictos actuales. Esos recuerdos, sin pertinencia dramática, dan paso a toda clase de informaciones heterogéneas (la historia de una amante adolescente de Raúl Velasco, la muerte del cantante y narcomenudista Pirulí, el ascenso corrupto de Luis Miguel en el mundo del espectáculo y la desaparición de su madre, presuntamente fraguada en Televisa) que, supongo, no hubo más remedio que incluir donde se pudiera, pues lo crucial no era construir una trama coherente y unos personajes verosímiles, sino dar la mayor cantidad de informaciones que abonen a la tesis de que Televisa es la encarnación del mal en la tierra.

 

Además, en la Basílica no ocurre un solo hecho importante: lo mismo habría dado que los personajes recordaran en el Estadio Azteca, en una funeraria, en una cantina o en un escusado. El espacio elegido resulta ser, como otros elementos del libro, fortuito.

 

También resulta muy artificial que en el apartado de nombre “TV”, dedicado al actual Emilio Azcárraga, el narrador le imponga al personaje recuerdos que no corresponden con el momento que vive: el nacimiento de su primogénito.

 

Emilio, por ejemplo, recuerda completitos los casos Trevi y Stanley y buena parte de la biografía de Chespirito mientras piensa en la llegada del cuarto de la dinastía. De nuevo resulta evidente que no hubo dónde meter estas historias y terminaron por achacársele al personaje de manera más que forzada. Si la cosa iba de contar atrocidades de los dueños y trabajadores de la televisora, ¿qué necesidad había de fingir que se escribe ficción cuando estamos ante un prontuario de pecados de personajes reales?

 

Un reparo más: los Emilios están demasiado caricaturizados para ser creíbles. En sus pensamientos notamos que no hay una voz auténtica, sino la voz del autor embozada tras la de los enemigos para exhibirlos, no para comprender sus razones íntimas. Al más joven de los Azcárraga incluso se le dota de un nivel de abstracción que no parece corresponder a un hombre —según el narrador—, bastante inculto, que apenas ha leído libros de márketing.

 

Lo siguiente corresponde a los pensamientos de Emilio consignados por el narrador en tercera persona: “… si ya no hay poder que use los espacios, ocupémoslos. La política, la vida, la historia, el futuro, eran ahora un simple espectáculo. Todo era televisable […] La imagen y el sonido ya eran un segundo ambiente, después del aire, después de la ecología. El espectro había dominado la segunda capa de la cultura”.

 

Tampoco el melodrama es ajeno a esta crítica acérrima del melodrama mexicano y sus hacedores: por no poder subir una tarima encebada en un programa de Televisa, uno de los muchos personajes que aparecen de forma fugaz, sin mayor desarrollo, primero se divorcia de su mujer y luego se suicida pues “no le pudo cumplir” a su familia. Ni más ni menos que un capítulo de la más lacrimosa telenovela que imaginemos. La gran culpable es, por supuesto, la televisora: he ahí la moraleja.

 

Fabrizio Mejía Madrid ha errado el género si su designio, pragmático y necesario, era contar la historia real de una televisora que, en efecto, coludida con el poder político y religioso, no ha hecho sino monopolizar la televisión abierta en México, embrutecer y menospreciar a millones de televidentes durante cinco décadas e incluso usar su enorme poder para imponer candidatos a puestos públicos. En una entrevista reciente, Mejía Madrid ha confesado lo siguiente: “Yo también soy producto de Televisa”. No tenía ni qué decirlo: su libro es una fehaciente prueba de ello.

 

*Fotografía: Fabrizio Mejía Madrid, Nación TV. La novela de Televisa, Grijalbo, México, 2013, 203 pp.

« »