“México es un país sin verdad”

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Conversación con Federico Campbell

POR ELENA TRAPANESE

 

 

La traducción al italiano de La memoria de Sciascia, de Federico Campbell, realizada en enero de 2013 y publicada el año pasado por Ipermedium libri, contiene una entrevista en la que el autor aborda, entre otros temas, el debilitamiento del Estado frente al creciente poder de las organizaciones criminales, las coincidencias y los contrastes entre Italia y México, así como la amistad que le unió al novelista siciliano Leonardo Sciascia. Con autorización de Antonio Cavicchia Scalamonti, director de la editorial, y Elena Trapanese, autora de la entrevista y traductora del volumen, reproducimos aquí una versión condensada de dicha conversación inédita en español.

 

¿Cómo conoció usted la obra del autor siciliano? Es decir, ¿cuál es su “primer recuerdo” de la obra de Sciascia?

Me enteré de la existencia de Leonardo Sciascia  cuando un amigo mío, Tomás Pérez Turrent, crítico de cine, volvió del festival de Cannes y me dijo que la mejor película había sido una de Francesco Rosi: Cadáveres Ilustres, y que se inspiraba en la novela de un cierto Leonardo Sciascia, siciliano por más señas. Me interesó mucho porque yo había sido muy feliz en Sicilia cuando tenía veinte años. Más o menos me entendía en italiano, lo había traducido (artículos de Moravia, de Pasolini, textos políticos de la revista Renascita), y lo había hablado en Calabria porque en el verano de 1962 pasé tres semanas en Crocifisso, un pueblo muy pequeño, tierra adentro, no muy lejos de Bianco en la costa del Adriático.

 

No me supo decir Tomás cuál novela de Sciascia estaba detrás de la película de Rosi y me fui entonces a la única y muy buena librería italiana que había aquí en México. Compré varias novelas en italiano con el propósito de adivinar cuál de ellas coincidía con la historia de Cadáveres Ilustres. Me dio mucho gusto. Después de leer El día de la lechuza y A cada cual lo suyo me di cuenta de que la anécdota está en El contexto: Varios jueces son asesinados en serie, pero en el fondo se prepara un golpe de Estado.

 

A partir de entonces escribí notas críticas sobre los otros libros de Sciascia y al cabo de pocos años tenía unas cien páginas publicadas y entonces me dije: ¿Y por qué no me voy a Sicilia a conocer a Sciascia y a hacer un libro sobre él y su obra? Iba a ser mi primer viaje con un rumbo y un objetivo precisos (antes había ido de paseo).

 

Esto es lo circunstancial y anecdótico. En el fondo lo importante es que desde un principio Sciascia me pareció un autor mexicano que escribía sobre México sin haber estado nunca en México.

 

En su libro leemos la historia de su encuentro personal con Leonardo Sciascia. ¿Qué le llevó a sentir la necesidad de encontrarlo? ¿Su viaje a Italia representaba un viaje similar al que hacen los personajes de su novela Transpeninsular, en busca del escritor perdido? ¿Cambió algo su visión sobre el autor siciliano?

Mi teoría acerca del “escritor perdido” es a posteriori. Se me ocurrió después de haber viajado a Sicilia en 1985 y después de haber publicado La memoria de Sciascia en 1989 y Transpeninsular en 2000. Son deducciones o interpretaciones que uno como autor suele sacar de su propia obra con el paso del tiempo.

 

Mi primera impresión del escritor siciliano fue muy grata. Lo vi por primera vez en una galería de Palermo, en via Della Libertà, a la que solía ir todas las tardes para conversar con sus amigos. Muy atento me preguntó si no me hacía falta nada: Posso essere utile? Le dije que no, yo ya estaba hospedado en un hotel. Nunca había pensado yo antes que un escritor de tan filosa pluma, tan diestro en la polémica, tan incisivo, fuera este señor de apariencia tan tranquila y un tanto tímida. Contrastaba con la imagen que yo tenía de él, alguien más imponente. Me di cuenta de que teníamos la misma estatura. Era de mi tamaño. Accedió a que nos viéramos al día siguiente en su casa para la entrevista y luego me invitó a pasar una semana en Siracusa, con su esposa María, y allá fuimos. Comíamos casi todos los días en el ristorante Archimide, siempre con muchos amigos: Gaetano Tranchino y Assunta, Gesualdo Bufalino, y muchos otros.

 

No es que cambiara mi visión sobre el autor siciliano al conocerle, sino que me sucedió lo que siempre pasa cuando uno concreta algo, cuando se materializa una idea o una imagen o una fotografía: el personaje cobró vida y a partir de entonces supe que era un ser muy educado y muy tierno.

 

Sciascia era, como usted muestra, un buen conocedor y admirador de la literatura en lengua española.¿La cultura en lengua española es una buena conocedora de la obra de Sciascia? ¿Este autor es conocido en América Latina y, sobre todo, en México? ¿Podemos hablar de una “recepción” de Sciascia en México?

Sabíamos, claro, del interés de Sciascia por la literatura española, por la poesía de García Lorca y de Pedro Salinas, por Cervantes y de Calderón de la Baca, por Américo Castro, y muy especialmente, por Jorge Luis Borges, a quien citaba con gran admiración. Se sabía también de su pasión por todo lo que tuvo que ver con la Guerra Civil Española, incluso como temática de algunos de sus cuentos, “Il antimonio”, por  ejemplo, en el que la relaciona con el fascismo y habla de los campesinos sicilianos pobres que tuvieron que ir a morir en España.

 

Se le conocía poco en México, por algunas ediciones españolas aisladas y alguna cubana. Pero realmente el conocimiento paulatino de todas sus novelas empieza en la década de los 90 con las ediciones de Tusquets, unos años después de publicado mi libro en 1989, y con diversos y numerosos artículos y entrevistas en los suplementos literarios mexicanos, españoles, argentinos. En este sentido son de destacar los trabajos de Manuel Vázquez Montalbán, en Barcelona y Antonio Saborit aquí en México, y las traducciones de María Teresa Meneses de textos cortos y entrevistas con Sciascia.

 

O sea, tomó unos buenos veinte años pero finalmente creo que en este momento la recepción de la obra del siciliano en nuestra latitudes no podía ser mejor: prácticamente todos sus libros están en las librerías y en las bibliotecas de América Latina y su influencia ha sido notable en muchos de los novelistas más jóvenes porque logró enseñar un método expositivo narrativo policiaco que lleva implícita una amarga y sardónica reflexión sobre el poder. Las novelas “policiacas” de Sciascia son en el fondo una meditación crítica sobre la justicia.+

 

La obra de usted ha tenido éxito a los dos lados del océano, pues tiene el mérito, como ha subrayado Claude Ambroise, no sólo de “presentar claramente la obra de Sciascia”, sino también de poner en evidencia su lado hispánico. ¿Piensa usted que su libro pudo haber cambiado la idea que en México se tiene de Italia, y en particular de Sicilia?

A la larga las ideas prenden. Creo que yo en México, por ejemplo, empecé a usar la expresión “crimen de Estado” en mi trabajo periodístico. Pasaron varios años hasta que ese concepto cuajara y ya lo tienen en su vocabulario muchos periodistas y ensayistas mexicanos. Por eso digo que, a la larga más que a la corta, las ideas prenden y si se apagan de pronto retoñan y se incorporan al lenguaje de quienes leen libros y periódicos. Pues bien, esa idea es de Sciascia. Quiere señalar esa paradoja: la imposibilidad jurídica de que el Estado se juzgue a sí mismo, aunque cometa el delito.

 

Otra idea de Sciascia es la que versa sobre la desaparición del Estado en los tiempos modernos. La historia le ha ido dando la razón. Veinte años después de su muerte el Estado nación ya no es el mismo. Se gobierna en función de intereses particulares y de grupo. El interés general se ha perdido de vista. En la era de la criminalidad —que en mi caso no es sino la metabolización de la idea de Sciascia sobre la sicilianización del mundo— el Estado nación tal y como lo habíamos concebido no puede ya competir con otros poderes: el poder de la criminalidad trasnacional que impera en todo el planeta y que escapa a las jurisdicciones penales de los Estados. Se habla ahora del “Estado fallido” copiando una fórmula norteamericana y de un “Estado paralelo”. En México hay zonas de la República en las que el Estado ya no está: sus funciones corren a cargo del crimen organizado, como la recaudación de impuestos en forma de extorsión, idéntica al pizzo siciliano. Y es que el crimen organizado o desorganizado en México ha asimilado costumbres, hábitos, estilos criminales, de la mafia siciliana. Muy siciliana parece la extorsión, el secuestro, la venganza. De todas esas cosas nos ha estado hablando Sciascia desde sus libros, que son una tumba sin sosiego. Muerto, el escritor nos sigue hablando desde su pensamiento literario impreso.

 

En La memoria de Sciascia usted muestra tener fe en la escritura, que le permite “golpear” con su pluma la realidad mexicana. Después de muchos años, ¿usted sigue teniendo fe en la escritura?

Yo no comparto el optimismo de Sciascia, especialmente en mi país donde los índices de lecturas son muy bajos y el tiraje de los libros muy modesto. Pero siento esto por una idea también de Sciascia: el que en nuestro tiempo ya no cuentan mucho las ideas. No se cree que una idea pueda cambiar las cosas. Por eso también en México se da una especie de homologación ideológica en todos los partidos políticos: las ideas no tienen mucha importancia ni siquiera en las campañas electorales.

 

Ciertamente sigo teniendo fe en la palabra escrita aunque cada vez sea menor el número de lectores, incluso de periódicos. A veces, acaso puerilmente, imagino que tiene algún sentido oponerse a los procesos de manipulación mediática, al menos de manera inmediata en el periodismo crítico. Qué tan amplio es el espectro de conciencia social en la población, no lo sé. Cuando yo era más joven tendía a creer que a la larga las ideas caminan. Ahora no estoy tan seguro.

 

En México prácticamente toda la vida política es una simulación. Todavía, en pleno siglo XXI, no podemos tener elecciones verdaderamente libres,  equitativas y creíbles. Somos una gran mentira de país. México, un país sin verdad.

 

Si el escritor es, como decía Gilles Deleuze, una máquina de escribir, un productor de fantasías, ¿qué fantasías está ahora produciendo la máquina de escribir de Federico Campbell?

He terminado un texto autobiográfico literario en el que hablo de mis libros y se titula La máquina de escribir. También he concluido otro de ensayos que lleva por título La era de la criminalidad.

 

Por otra parte, he empezado tres novelas a lo largo de los últimos cinco años, pero no me gusta llamarle “trilogía” al conjunto. La primera es sobre el escritor: Zurcido invisible. Es la historia de un escritor de cierto éxito que, luego de dos libros muy bien valorizados por la crítica, no puede seguir escribiendo. Luego de mucho pensarlo, durante meses y años, reconoce que a él lo que realmente le ha interesado en esta vida es la sastrería. La segunda es sobre el escultor: El canario y la mina. Un escultor va a Santa Rosalía (en Baja California) porque le han encargado la erección de una escultura en memoria de los mineros muertos en un mineral agotado. Y la tercera novela es la del actor: La criatura y el personaje, que lleva un epígrafe de Luigi Pirandello. Empieza con un largo monólogo del autor actor narrador en el que cuenta su experiencia de desdoblamiento, lo que ha significado para él haberse dedicado al teatro.

 

No pocos de mis intereses temáticos tienen siempre algo que ver con Leonardo Sciascia. Mi libro sobre el Estado en la era de la criminalidad deriva del pensamiento de Sciascia y su metáfora de la sicilianización global. Mi novela sobre el actor también en buena parte se inspira en los escritos de Sciascia sobre el teatro de Pirandello. Y otra novela mía, aún en proceso de elaboración, versa sobre un profesor que va a Sonora a dar una conferencia sobre la mafia siciliana, y lleva por título Con algunas cosas no se juega, frase que viene de un anónimo siciliano del que hablaba Sciascia: “Con certe cose nos si scherza.”

 

 

*Federico Campbell fue un frecuente visitante del escritor siciliano Leonardo Sciascia, autor de novelas clásicas del género policíaco / Fotografía: Gaetano Tranchino

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