FALLAS DE ORIGEN, DE DANIEL KRAUZE: LA NOVELA DE UNA GENERACIÓN

Jun 9 • Lecturas, Miradas • 5624 Views • No hay comentarios en FALLAS DE ORIGEN, DE DANIEL KRAUZE: LA NOVELA DE UNA GENERACIÓN

POR DIEGO JOSÉ 

Una idea que Henry Miller utilizó con argucia en Trópico de Cáncer podría servir como estratagema para Matías, el personaje de Fallas de origen, novela de Daniel Krauze: “El mundo está pudriéndose, muriendo poco a poco. Pero necesita el coup de grâce, necesita saltar en pedazos”.

 

El protagonista emprende la misión de desenmascarar un medio social sumido en la podredumbre, que más allá del cinismo o de la ambigüedad, raya en la autocomplacencia. Matías se sirve de su propia traición como venganza o tiro de gracia para su círculo de amigos -adultillos contemporáneos de una frivolidad pastosa cuyos coqueteos con la vida formal se desvanecen en las intermitencias de un anacrónico “Forever Young”.

 

La apuesta del autor por arriesgarse a narrar la piel del presente sin condescender a la tentación moralista, aleja a la obra de cualquier asomo de nostalgia. La referencia a Miller no es caprichosa, aunque los procedimientos que sigue Daniel Krauze poco tienen que ver con la exaltación sin estribos de Henry Miller; los une el instinto de la inmediatez cifrado en que “La pasión se consume a escape”, puesto que según el autor de Sexus, Plexus, Nexus: “Estamos viviendo un millón de vidas en el espacio de una generación”.

 

En última instancia se trata de dos versiones del desencanto, con la intención de capturar el vértigo que sumergirá al lector en los excesos de una época. “Ninguno de nosotros está intacto” afirma Henry Miller, pero a diferencia de sus compañeros de grupo, Matías se somete a un proceso de desengaño tras su regreso a México, la muerte de su padre y la corroboración de un entorno decepcionante. El hijo pródigo vuelve a regañadientes -sin la esperanza bíblica ni el pesimismo lopezvelardiano de quien descubre “el edén subvertido”- para encontrar a una padre agonizante y a familiares y a amigos sumidos en una mediocridad instituida.

 

La tarea del protagonista lo lleva a recorrer dos periplos: restituir el relato del padre real contra el resentimiento del hijo, y prenderle fuego a la fingida Troya de sus amistades, es decir, reconstruir el origen y atravesar los impedimentos del presente. Matías no se erige juez moral de su mundo, más bien, asume con tenacidad la afirmación de Miller (“Ninguno de nosotros está intacto”) y desde la entraña enferma de lo intrascendente logra vencer la banalidad endémica de su clase social, consciente en que no hay heroicidad sin un descenso a las ruinas de lo que somos.
Confieso un gusto por los personajes donde la dimensión humana me permite observar los pliegues complejos de nuestras debilidades; el asunto estriba en concebir y en sostener a un individuo que elige, para bien o para mal, inmerso en un mundo contradictorio. Pienso en los caminos que Madame Bovary abrió con su desengaño; también en aquellos que inauguró Nora con el célebre portazo a su casa de muñecas. Como lector exijo cierta hondura, aunque por momentos mi actitud se predispone con facilidad. Con esta excusa quiero decir que la transformación de Matías, el protagonista de Fallas de origen, me fue convenciendo al pasar de los días en que transcurre la novela de Daniel Krauze.

 

Debo decir, que el autor me sorprendió gratamente porque supo darle autonomía a un personaje difícil, manteniéndolo en el límite del universo superficial en que se desenvuelve, y proporcionándole una profundidad que a él mismo se le revela capaz de contrastar el orden establecido. Matías responde a un desarrollo dramático que el lector atestigua para elaborar sus propias conclusiones. No evade la reflexión ni se abandona gratuitamente al marasmo; antes bien, lucha contra los supuestos sobre los que ha levantado las apariencias de su propia vida para diferenciarse; por esta razón, el azaroso relato del padre se le revela como tabla de salvación, en una realidad confusa donde lo que se creía seguro carece de certeza y donde aquello que supuso incierto, termina por imponer su seguridad.

 

Daniel Krauze demuestra buenas condiciones para narrar su tiempo sin incurrir en la cartilla moral; en este sentido, Fallas de origen se presenta como una novela de generación, por su capacidad para registrar el pulso de una época, dominada por el narcisismo y la vacuidad. Por momentos cede a la reproducción fácil del habla cotidiana de los personajes como mecanismo insustancial de comunicación, así como a la elaboración involuntaria de frases impuestas. Sin embargo, su destreza consiste en una meticulosa comprensión del medio narrado, así como en la importancia que le otorga a los sucesos como vía para permear su propia visión del mundo: mordaz, incisiva y despiadada, pero de alguna manera crítica.
La realidad que pone en evidencia la novela de Daniel Krauze manifiesta la brutal capacidad para la evasión y el engaño que practican los miembros de una generación, cuyas decisiones serán decisivas para prefigurar el tipo de sociedad dominante de nuestro país. El artificio de lo superfluo es altamente nocivo, sobre todo cuando se instituye como norma, ya lo advirtió Hannah Arendt hace medio siglo en un contexto a todas luces distinto, pero no por ello menos alarmante en nuestra realidad.
La conciencia de Matías -si puede atribuírsele tal discernimiento- implica un arrojo vengativo, incluso contra sí mismo, aunque su esfuerzo no parezca deliberado sino revelado dentro del vértigo de su propio resentimiento; le proporcionará las claves de un nuevo sentido, toda vez que la furia lo conduzca a las cenizas de su origen ¿para renacer?, ¿para rendirse?, ¿para continuar?

FOTOGRAFÍA: El escritor Daniel Krauze/Juan Boites / EL UNIVERSAL

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