Rungano Nyoni y el lazo femideterminante

Jun 16 • Miradas, Pantallas • 5394 Views • No hay comentarios en Rungano Nyoni y el lazo femideterminante

En un pueblo campesino de Zambia, una niña de 9 años es acusada de practicar la brujería. Su comunidad le da a elegir entre aceptar la acusación o ser transformada en una cabra

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POR JORGE AYALA BLANCO

En No soy una bruja (I Am Not a Witch, RU-Francia-Alemania, 2017), insólito film 2 como autora total de la actriz-guionista zambiana en Gales formada y financiada de 35 años Rungano Nyoni (cortos: 20 preguntas 09, Mwansa el Grande 14, y Kuuntele 14; largo: Fábrica nórdica 14), una ternurita aborigen africana de 9 años y medrosos ojillos vivaces que ha aparecido intempestivamente en una aldea de Zambia va a ser bautizada como Shula/Desarraigada (Maggie Mulubwa vuelta arrobador pivote de la cruel ficción por venir), tras haber sido considerada como ave de mal agüero y culpable de la perpetua sequía, acusada de hechicería por Fuenteovejuna, llevada a juicio ante la comisaría de una todocontroladora oficial de policía, interrogada sin recursos educativos para réplica ni respuesta, sentenciada durante una noche de encierro a elegir entre convertirse en cabra blanca o asumirse como bruja, y aceptar esto último, para permanecer atada a un largo listón blanco con omnipresentes carretes gigantescos para que no salga volando, a sabiendas que si se desembaraza de él se convertiría en el temido animal exterminable de todos codiciado, y confinada al final con multitud de mujeronas mayores en un campo para rehabilitación de brujas ofrecido al servil cultivo agrario y a la curiosidad de los turistas, sólo para ser rescatada por el prepotente agente gubernamental hipervoraz Banda (Henry B. J. Phiri) que ha visto en esa pequeña bruja su propia mina de oro y como tal se dedica a explotarla sin piedad ni descanso, usándola para designar de motu proprio a intimidados culpables de latrocinio, pero haciéndola fallar en hacer llover y provocar su fuga autodestructiva intentando romper el lazo femideterminante.

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El lazo femideterminante se mueve en todo momento dentro del amplio margen que separa al cuento popular africano y la fábula realista intemporal, entre el enigma sofisticado lleno de sorpresas y el lirismo contenido, entre el esforzadísimo realismo mágico y la calculada sátira a la imposible modernidad africana (ese discurso del poder establecido regalando inigualables camiones amarillos, esa omnipresencia de teléfonos celulares, ese iPhone con el que Shula consulta a una bruja abuela sabia), como signos/síntomas de una irónica globalización grotesca indignamente omnitrastornadora (ese reparto-súplica en las brujas demandantes de coloridas pelucas de Rihanna o Kim Kardashian), mientras en forma sugerente y casi aviesa resuenan en puntos clave por aquí y por allá, cual ignominia civilizada, abruptos pasajes de El invierno de Las cuatro estaciones de Vivaldi que, en el prologo y varias veces mucho más adelante, parecen transfigurarlo todo sin jamás conseguir sublimarlo por la burla antioscurantista.

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El lazo femideterminante debe a un inteligente y deliberado toque de apariencia documental su enorme capacidad de verificación, para escapar del exotismo, sin por ello sacrificar su ficción estilizada, su inclinación y naturaleza ficcional propiamente dicha y evidente: un tinte documental que hace aparecer todo lo mostrado y su rebuscada simplicidad fílmica como algo que pasaría de cualquier manera estuviese o no presente la cámara, trátese de los constantes emplazamientos desde el interior de una camioneta hacia fuera el afuera de los turistas del prólogo o a partir de los ojos en toma subjetiva de la niña inmostrable o agitada en fuga perpetua dentro de ese confinamiento, trátese de las brujas pintarrajeadas ululando feroces dentro del recorrido en panning de una cámara que no se da abasto, trátese de los recursos estáticos/extáticos del más impávido minimalismo hiperrealista, trátese de los supersticiosos lugareños primero una mujer y luego un varón con la mirada impasible de la niña en el camino que les hace arrojar el rojo balde con agua de lejana procedencia y comprobar la inane sequedad del campo, trátese de las comparecencias del tembeleque testigo de cargo cercado por apoyadores al otro lado de la ventana de la comisaría, o trátese de la única clase escolar que admite a la pequeña bruja en medio de inflamados niños inquietantemente ciegos.

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El lazo femideterminante arma su relato de manera casi alusiva y oblicua, abriéndose paso entre un folclor visto como algo malvado y costumbres jamás explicadas en su progresión o sentido, a modo de un rompecabezas con piezas faltantes, por medio de cortas secuencias que ocurren de manera intempestiva, gracias a una edición sin miramientos a la comprensión foránea de George Cragg junto con Yann Dedel y Thibault Hague y fotografía más allá del pintoresquismo de David Gallego, lacónicamente hablando tanto en barruntos de inglés como en lengua bemba además de nyanja y tonga, acompañados por la música con etnográfico aliento percutivo de Matt Kelly, para contemplar a las brujas pintarrajeadas cantando cual primitivo coro de antiquísima tragedia griega de día sobre una plataforma caminera (“Estamos acostumbradas/ y no nos cansamos”) y de noche en torno de una fogata entre figuras extraviadas, sin temor a lo inusitado o incomprensible, en otro hoyo del tiempo para estudio de Lévi-Strauss, ensartando personajes tan excéntricos como la narcisística afrodama que pretende indoctrinar a Shula sobre la conquista de la respetabilidad autorracista o como el representante gubernamental Banda bañado por su esposa-esclava y aún más grotescamente redondo que el actor-director Danny de Vito de Matilda (96) con injertos mentales del maldito Luisito Rey de la bioteleserie sobre Luismi, y logrando escenas tan multirreveladoras cuan herméticas como el talk show antisupercheril sobre la amenaza de y a las brujas o como el escondite de la frágil heroína en las fauces de un inmenso tótem intocable.

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Y el lazo femideterminante se afirma como una alegoría de la condición de la mujer todavía hoy uncida por un listón blanco del pensamiento mágico patriarcal en el mundo, para concluir en un dolido réquiem individual aunque ominosamente cósmico.

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Foto: No soy una bruja es el segundo largometraje de la actriz y directora Rungano Nyoni. Se exhibirá en la Cineteca Nacional hasta el 21 de junio./  Especial

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