Orquesta Sinfónica Nacional: inicio de contrastes

Feb 20 • Miradas, Música • 2819 Views • No hay comentarios en Orquesta Sinfónica Nacional: inicio de contrastes

POR IVÁN MARTÍNEZ

 

Tras un breve concierto familiar dedicado hace tres semanas a la saga cinéfila de moda, Star Wars, la Orquesta Sinfónica Nacional abrió —por fin, luego de que lo hicieran las otras orquestas capitalinas hace un mes— su temporada 2016. Asistí el viernes 5 de febrero a ese programa lleno frutos contrastantes, por el resultado artístico de sus protagonistas, su director titular, Carlos Miguel Prieto, y su primer solista del año, el pianista ruso Boris Giltburg; y no tanto por el repertorio elegido, armado a la manera tradicional con una selección de incisos de la música incidental que Jean Sibelius escribió para La Tempestad, de Shakespeare, seguida por el entrañable Concierto para piano de Edvard Grieg, y la Primera Sinfonía de Piotr Ilich Tchaikovsky.

 

Para hablar brevemente de la música que Sibelius escribió para La Tempestad hay que recurrir rápido a los datos históricos: se trató de una partitura —revisada—, de muchos incisos sueltos que acompañaron producciones teatrales en Copenaghe y Helsinki, en 1926 y 1928, y que más tarde el compositor agrupó en dos suites para llevarlas a la sala de concierto. Nada mal, pero tampoco puede decirse que algo trascendental fuera de su origen escénico; sin mucho contenido musical ni dramático.

 

Aquí, se han escuchado catorce de las efímeras piececitas (siete de cada suite, que en total forman veintiuno) de discursos narrativos sueltos, sin seguir algún orden literario ni, me temo, musical. La ejecución de la orquesta ha sido adecuada, sin posibilidades desde la partitura para brillar, dejando lo mejor de su actuación en este concierto a la siguiente pieza.

 

Pianista de excesos y contrastes, Giltburg (1984) ha sido el encargado de llevar la parte solista del Concierto en la menor op. 16 de Grieg. Educado en Tel Aviv, ganador en los concursos de Santander, el Rubinstein y el Reina Elisabeth, este pianista de discreta pero importante trayectoria (ha actuado con las orquestas de Rotterdam, San Petersburgo, Baltimore), ha destacado aquí por un discurso atropellado, de resultado inconstante, que por su exagerado estilo ya ha sonado antinatural.

 

Posee un sonido amplio, de capacidades técnicas que van a los extremos de la ternura de sus cuidados pianissimos a lo gritado de sus brillantísimos fortes, lo que hasta antes de descubrir su obsesión por el pedal resulta admirable. Admiración que igual cae al descubrirse un preciosismo casi manierista en su ternura, y un constante uso del rubato que si no usara en cada motivo, de cada frase, pasaría por ser un instinto musical sobrecogedor; resulta exasperante. Una lástima, porque ha habido episodios de enorme belleza cuando no ha recurrido a adornarse con los tempi: la cadenza del primer movimiento, o casi todo el segundo movimiento, de legato clarísimo; a diferencia de los tropezones que ha brindado con los fortissimos de, por mencionar un momento muy obvio, el inicio del tercer movimiento.

 

El acompañamiento de Prieto ha sido excepcional. Ya desde el redoble de timbal con que abre este concierto se ha escuchado a una orquesta cuidada, de cuerdas tersas, tocando con fuerza pero sin rudeza, con un sonido muy obscuro y definido, con posibilidades de hacer su acompañamiento del segundo movimiento con particular belleza —¡qué amplitud la del sonido de los violonchelos!— y una sección de alientos con una delicadeza que se escucha poco en esta sala; incluso para los detalles personales como la imposibilidad de un legato entre registros del primer oboe o la afinación siempre dudosa de la primera flauta y el primer corno.

 

Tras el Grieg, Giltburg ofreció como encore una versión para piano solo del Vals Triste de Sibelius que pudo ser una delicia, salvo dos motivos que interrumpieron la claridad del discurso musical y la técnica: uno de articulación incisiva en el primer cambio de tempo y una de brusquedad en un forte hacia el final.

 

Prieto obtuvo de su orquesta un sonido más rústico en la segunda parte. La Sinfonía no. 1, en sol menor, op. 13, “Sueños de invierno”, de Tchaikovsky se escuchó un tanto fallada de trabajo artesanal en el cuidado de detalles, y de trabajo intelectual, al sentirse una lectura más vertical que horizontal; cosa rara, pues si algo distingue la batuta de Prieto es precisamente la claridad mental con que dibuja la estructura de cada partitura a la que se enfrenta. Ha habido momentos de mucha amplitud en el cuarto movimiento, ya en pasajes de los primeros como en los tutti, lo que ha logrado un mejor balance al final de la obra, pero no se olvida la fragilidad del segundo movimiento (como si en el sobrenombre, Tierra de desolación, tierra de las brumas, llevara una penitencia), lleno de tropiezos, detenido con pinzas desde un podio sin control sobre el color de los cornos o la afinación de la fila de violas.

 

Algunos dicen que el ensayo debe resultar en que una pieza difícil suene fácil. El público no tendría por qué enterarse que el parto fue doloroso. Con esta sinfonía, nos enteramos.

 

*FOTO:  La Sinfonía no. 1, en sol menor, op. 13, “Sueños de invierno”, de Piotr Ilich Tchaikovsky, formó parte del repertorio con el que la OSN abrió su programa de conciertos 2016/Palacio de Bellas Artes.

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