Sinfónica Nacional: estreno sin ton ni sol

Mar 16 • Miradas, Música • 2103 Views • No hay comentarios en Sinfónica Nacional: estreno sin ton ni sol

La Orquesta Sinfónica Nacional abunda en contrastes, tanto por el discurso de sus invitados, como por los dudosos criterios de su programación anual

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POR IVÁN MARTÍNEZ

De entre los directores extranjeros que vienen continuamente a México, la figura del francés Sylvain Gasançon (Metz, 1979) me llama especialmente la atención. Su menuda y discreta presencia destaca tanto como el balance con el que mantiene las cualidades propias de lo que considero un director completo: es un músico en control sobre su instrumento, sobre su pensamiento musical y sobre sus emociones. Siempre es claro con el manejo de esos tres aspectos y siempre contundente en la manera que éstas llegan al público. Y supongo, porque nunca he asistido a un ensayo suyo, que la comunicación y el rapport con los músicos también es uno de sus fuertes: de otra manera sus resultados no serían como son, siempre eficaces técnicamente y significativos en lo artístico, y no existiría la rarísima unanimidad positiva que encuentro cuando escucho a los músicos hablar sobre su quehacer.

 

Quizá ya debería ser tiempo que la relación tan estrecha que ha mantenido con México se fortaleciera y lo tuviéramos aquí de planta… pero ésa es una historia diferente a la de hoy, que es hablar del cuarto programa de la temporada 2019 de la Orquesta Sinfónica Nacional, que lo tuvo dirigiendo en el Palacio de Bellas Artes los pasados uno y 3 de marzo un programa que incluyó la Obertura-Fantasía Romeo y Julieta, de Tchaikovsky, y la Segunda sinfonía, en Re, op. 43 de Sibelius, y en cuyo centro estuvo el estreno mundial del Concierto para violín de la compositora mexicana Marcela Rodríguez (1951) con la violinista Miranda Cuckson como solista.

 

Pieza en un solo movimiento, “pero con diferentes partes muy claramente diferenciadas”, según explica la compositora en la nota de programa, se trató de una de las piezas menos incómodas de su autoría. Tanto por su duración, apenas unos 13 minutos, como por su contenido, el más anodino de los estrenos que haya escuchado recientemente: sin discurso, sin forma, ni colores o texturas, ni siquiera puede decirse que se haya tratado de una obra “fea”, sino una vacía completamente.

 

Lo que escribió Rodríguez para Cuckson es sólo una colección armada de bocetos sin contenido, orden o lógica. Muy básica en sus materiales y también en los recursos utilizados en la escritura para el violín solista, sin posibilidades de lucimiento. Pensaba de entrada que era una lástima que no hubiéramos escuchado a Cuckson con más sonoridad o con posibilidades de conocerle una personalidad artística debido a la pobreza de la partitura, pero luego de asimilarlo e intentar recordar lo que había sido ese cuarto de hora, creo que tampoco ella tuviera mucho qué ofrecer: ella pidió que se lo escribieran, así que tampoco podemos confiar mucho.

 

Hermana de la ya legendaria actriz y activista Jesusa Rodríguez, ahora senadora por Morena, y de la inteligente luchadora por los derechos sexuales Gabriela Rodríguez, ahora directora del Instituto de las Mujeres de la Ciudad de México, la compositora ha tenido un inicio de año de varios estrenos importantes como éste y el que la Filarmónica de la Ciudad de México le hizo semanas antes (Vértigo). Malpensado que es uno, espero que esta presencia sea una casualidad de la mala fortuna de sus escuchas y no un adelanto de lo que sería lamentablemente el caso de la compositora favorita del sexenio: vamos comenzado y ya suficiente tenemos a diario como para que el refugio espiritual que son las salas de concierto también se contaminen con ideas maltrechas.

 

El resto del programa ha valido la pena. Sobre todo por la sinfonía de Sibelius y el alivio que representó escucharla. Lo que más destaco de todo es su concepto, con todo lo que amplia y vagamente pueda decir esa palabra. Quizá Gasançon no haya tenido el mejor instrumento en esta ocasión, no es ningún secreto que la sección de metales de esta orquesta sea débil y esta sinfonía requiere mucho de la fuerza y precisión de ellos, pero prefiero notar desafinaciones cuando éstas vienen con contenido: mejor estos metales diciéndome algo acerca de Sibelius, logrando sutilezas en su interpretación con el trabajo artesanal de articulaciones e intenciones de fraseo en el nivel al que los llevó interpretativamente esta batuta, que una perfección acústica que no me diga nada.

 

Toda la sinfonía tuvo trazos y gestos de majestuosidad sonora en su construcción que representó un viaje discursivo muy emocionante por lugares inesperados, de esta orquesta, e insospechados, como debe llevarnos una interpretación fresca y honesta de una obra que podamos presuntuosamente conocer hasta el cansancio, o no. Eso hace un artista cuando tiene algo qué decir.

 

Quizá le parezcan banales, pero hay tradiciones y gestos en nuestras salas de concierto que a veces pueden llegar a decir mucho: los solistas suelen recibir mucha del público para regalar un encore, muchas veces con independencia de cómo hubiese resultado la ejecución previa. Los aplausos a Cuckson se apagaron casi de inmediato. En cambio, Gasançon hubo de regresar como pocas veces “tiene” que hacerlo un director tras una sinfonía; una no precisamente breve o ligera. Gestos naturales que quizá los programadores deban tomar en cuenta: al público no se le engaña.

 

 

FOTO: Miranda Cuckson en el estreno del Concierto para violín de la compositora Marcela Rodríguez. / Fabián Cruz / OSN / INBAL

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