Justo homenaje a Henryk Szeryng

May 26 • Miradas, Música • 4165 Views • No hay comentarios en Justo homenaje a Henryk Szeryng

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A tres décadas de la partida de Henryk Szeryng, destacado violinista que impulsó con su virtuosismo la obra de los compositores de sus dos patrias, México y Polonia, las actuaciones de Vadim Gluzman, Shari Mason y Augustin Hadelich son una muestra de la presencia que este instrumento tiene en las principales orquestas del país

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POR IVÁN MARTÍNEZ

El pasado marzo, se cumplieron 30 años de la partida de Henryk Szeryng (Zelazowa Wola, Polonia, 1918-Kassel, Alemania, 1988), uno de los más elegantes representantes de una escuela, el estilo romántico, que prevaleció entre violinistas de la segunda mitad del siglo XX y que comenzó a desaparecer en el momento de su muerte.

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Szeryng, con credenciales diplomáticas sirviendo de traductor al gobierno polaco en el exilio durante la Segunda Guerra Mundial, pues hablaba con fluidez ocho idiomas y era conocida su amplia cultura en temas históricos y literarios, se estableció en México a principios de los 40, comenzó a dar clases en la Universidad en 1943 y obtuvo la nacionalidad mexicana en 1946.

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Sus primeros años en México destacaron por la tranquilidad de la enseñanza del violín, siendo un encuentro con Arthur Rubinstein el que le impulsara a relanzar su carrera, estableciéndose como figura internacional para la que fue importante el apoyo de México al nombrarle Embajador de buena voluntad ante la UNESCO, convirtiéndose en el primer artista en viajar con pasaporte diplomático.

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Compartió a partir de ese momento su vida entre México, Monte Carlo y París. Y murió de una hemorragia tras un concierto en el que ofreció uno de los íconos de su repertorio, el Concierto para violín en Re Mayor, op. 77 de Brahms, precisamente con el que había debutado en 1933. Se dirigiría a Bruselas, donde estaba planeando un recital a beneficio de la lucha contra el sida durante una conferencia de la OTAN.

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Además de Brahms, Bach tuvo uno de los lugares más estimados en su repertorio, siendo su grabación de las Tres sonatas y las Tres partitas para violín sólo la primera referencia para muchos –o la única, para algunos como yo. Y aunque fuera con ellos y otros compositores del estándar romántico por los que todavía hoy sigue siendo más conocido, no dejó de cultivar y fomentar con esmero la audición de compositores contemporáneos de sus dos patrias; principalmente Szymanowski y Chávez, quien le escribió su Concierto para violín.

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La Orquesta Sinfónica Nacional dedicó el programa 8 de su temporada, del 4 de mayo en el Palacio de Bellas Artes, a brindar un homenaje a este hijo adoptivo de México. Y lo hizo trayendo a un violinista, Vadim Gluzman (Ucrania, 1973), cuyas características recuerdan, toda distancia estilística y proporción guardada, a las del mismo Szeryng: fraseos amplísimos, un sonido grande que no te envuelve sino que te toma y arropa con autoridad, una pesadez en la interpretación que no suena lenta ni opresiva; romántico, en el más amplio y puro sentido de la palabra. Libre de exceso. Justo.

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Gluzman ofreció con fiereza el Concierto de Brahms acompañado por el titular de la orquesta, Carlos Miguel Prieto, quien guió esta audición con esmero y confianza hasta la última sección del tercer movimiento, que se sintió descontrolada. Pudo haber de igual forma mayor limpieza en el lirismo de los pasajes de las maderas durante el Adagio, pero particularmente el Allego non troppo inicial se escuchó en confianza y esplendor.

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Antes de él, Gluzman había abierto el concierto brindando junto a la concertino de la orquesta, Shari Mason, el Concierto para dos violines, en re menor, BWV 1043 de Bach. Una interpretación de energía rítmica espléndida, de sonoridad generosa y de una comunión delicadamente construida en texturas y colores entre los dos solistas.

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Prieto, por su parte, lideró entre ambos conciertos una ejecución más bien planita de la Sinfonía no. 41 en Do Mayor, “Júpiter”, de Mozart, a la que ha faltado carácter y limpieza en no pocos pasajes. Sin pesadez, pero sin mucha energía, claramente concentrado en presentarle un acompañamiento adecuado al Brahms.

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Una semana antes, el 27 de abril, la misma Sinfónica Nacional recibió a otro de los violinistas más destacados de la actualidad, a quien ya en este espacio me he referido como el más poético entre sus pares: Augustin Hadelich. De una pureza diferente a la de Gluzman, más inocente que severo, lució en esta visita el Concierto para violín en mi menor, op. 64 de Mendelssohn. Como en otras ocasiones, evidenció, por encima de las virtudes técnicas que provee la pieza para un aparente virtuosismo, la calidad musical lírica de la pieza. Lo hizo casi con modestia, idílico.

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Esa noche, Prieto presentó una de las actuaciones más concentradas y completas –a las que ya no importan los pequeños errores que pudieran haber sonado– que le haya escuchado, al dirigir la Sexta sinfonía en la menor, “Trágica”, de Mahler. De carácter más fúnebre que trágico, de pesadumbre emotiva, se notó un trabajo artesanal, quizá no siempre logrado pero palpable en intenciones, en el armado de su interpretación musical e intelectual.

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Los tres solistas de estos conciertos, lo serán nuevamente en esta ciudad durante la temporada anual de la Orquesta Sinfónica de Minería el inminente verano: Hadelich tocará el Concierto de Beethoven (7 y 8 de julio), Mason hará lo propio con el Primero de Prokofiev (4 y 5 de agosto) y Gluzman se encargará del Primero de Shostakovich (25 y 26 de agosto): tres citas imperdibles. Para recordar a Szeryng, acepte mi recomendación y dedique una sesión a las Sonatas y Partitas de Bach, y luego otra a la grabación que hizo del Concierto de Chávez con Leonard Bernstein al frente de la Filarmónica de Nueva York.

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Foto: Los violinistas  Vadim Gluzman, Shari Mason (en la imagen) y Augustin Hadelich interpretaron piezas de Brahms y Bach con la Orquesta Sinfónica Nacional como un homenaje a  Henryk Szeryng, fallecido hace tres décadas. / Cortesía: INBA

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