Pierre Assouline, en búsqueda de la identidad sefardita

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En entrevista, el escritor francés Pierre Assouline habla de su novela más reciente: Regreso a Sefarad. Con las herramientas de la novela sin ficción, un género que tiene sus exponentes más consolidados en autores como Javier Cercas y Emmanuel Carrère, narra la historia de sus ancestros judíos, expulsados de España por decreto de los Reyes Católicos en 1492, y su experiencia como repatriado luego de la invitación que el Rey Felipe VI hizo a descendientes de esta diáspora. De su acercamiento con la lengua española, Assouline aborda las adquisiciones culturales que ha tomado no sólo de España, sino de toda la cuenca mediterránea

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POR INGRID DE ARMAS

El escritor francés Pierre Assouline (Casablanca, 1953) es un autor prolífico. Ha firmado varias biografías de personalidades tan diferentes como Georges Simenon, Henri Cartier-Bresson, Gaston Gallimard y Moisés de Camondo, además de unas diez novelas, entre las que se encuentran Lutecia, Golem, Las vidas de Job o Sigmaringen. Como periodista, participa desde hace años en numerosas emisiones y redacta un sinnúmero de artículos y crónicas. Bloguero activo, Assouline disecciona de una manera regular la actualidad de la literatura francesa e internacional en su blog “La République des livres” (larepubliquedeslivres.com ).

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Ahora publica la novela Regreso a Sefarad (Retour à Séfarad), en la que narra su larga aventura en busca de sus lejanos orígenes españoles. El punto de partida es el decreto del gobierno de Madrid que otorga la nacionalidad española a los descendientes de los judíos sefarditas, expulsados en 1492 por los Reyes Católicos. Para Pierre Assouline, el punto de inicio es el 30 de noviembre de 2015, día en que el rey Felipe VI recibió a los representantes de los sefarditas en su palacio de aproximadamente tres mil salas y, por si fuera poco, les dijo que le habían hecho mucha falta. La referencia a los 500 años de ausencia no podía ser más clara. El autor se tomó a pecho el discurso del soberano español, al punto de decidir regresar al país, si bien confiesa que el destierro demasiado largo lo hizo dudar y que la puerta abierta por Felipe de Borbon no borraba el recuerdo de la Inquisición.

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Pese a todo, la decisión del autor es irrevocable y se lanza en un encarnizado rencuentro con España. Después de todo, como afirma, se trata “de una búsqueda de identidad porque, en líneas generales, este es el verdadero tema del libro”.

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Una novela poco ortodoxa

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Echarse en brazos de España significó un acercamiento del escritor al idioma moderno, en una batalla librada desde las trincheras del Instituto Cervantes de París, donde decidió tomar cursos de español. Era indispensable sentirse a sus anchas en el idioma y prepararse para el examen, uno de los requisitos establecidos para la obtención del pasaporte. En su casa siempre se habló ladino, el español del siglo XV, la lengua de los expulsados, tal cual, y sin duda la actualización del idioma le pareció recomendable. Paralelamente, inició una serie de idas y venidas al Consulado español en París para realizar los trámites administrativos exigidos. Multiplicó los viajes cortos y las estadías largas en la península, con escalas en pueblos y ciudades. Sus peregrinaciones lo reenviaron a la España de sus vacaciones familiares durante la adolescencia, al recuerdo de las canciones que su madre tarareaba en casa sin cesar durante años. A una emotiva evocación del culto familiar a la “Malagueña Salerosa”, interpretada por Joselito.

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Sus andanzas dieron pie a encuentros y descubrimientos que le permitieron trazar un panorama del país actual y de sus futuros compatriotas. De allí surgieron retratos, descripciones, narraciones, crónicas y poesía que se entrecruzan en total libertad, en ocasiones con un sentido agudo del humor. Fue un largo trabajo en el que se adivina la mano del periodista, en especial “en la investigación”, como nos aclara. La obra que resulta de todo esto es a la vez una historia de vida, un diario, un relato de viaje, un conjunto que Pierre Assouline presenta como novela. Un híbrido, un género ambiguo: “Exactamente, es un cocido literario. Allí hay de todo, el libro contiene todo eso, así que es un pot-au-feu, una mezcla. Podemos llamarlo una novela porque la novela es el género literario que desobedece a todos los demás y que, al mismo tiempo, los integra a todos, terminando por hacer de ellos lo que quiere. Es por excelencia el lugar de la libertad de pensamiento. Es por eso que llamo a mi libro novela, aunque no lo sea en el sentido clásico del término. Este es el principio”.

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En otros términos, la obra carece de argumento y personajes creados por el autor. La historia es la suya y la de su viaje, en cierto sentido iniciático, tras las huellas de sus antepasados. Lo que escasamente queda de ellos porque de las juderías españolas no resta gran cosa. Es el encuentro en la ruta con seres y situaciones reales, comenzando por el escritor mismo y su mundo. Es una novela sin ficción, frase que Assouline usa de una manera directa en su libro: “Es una expresión de Javier Cercas, novelista español, empleada en el sentido de que sus libros son hechos así, de esa manera. Sus obras me impactaron mucho porque me parecen excelentes. La originalidad de la novela sin ficción reside en que el personaje principal es el autor, que realiza una investigación. Por lo tanto, uno lo sigue en su búsqueda. Es su particularidad en relación a una obra que puede parecer un poco pionera en ese terreno, como lo es A sangre fría, de Truman Capote. Pero en ella se veía demasiado al autor poniéndose en escena, mientras que hoy, en los libros de Cercas ―en Francia con Emmanuel Carrère y otros― el autor no se disimula detrás de un artificio literario, está allí, presente. El artificio literario consistiría en decir yo es otro, como un sofisma. Aquí, en mi caso, yo no soy otro, yo soy efectivamente yo”.

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De los caminos de Sefarad al intimismo

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Las correrías de Pierre Assouline por la tierra de sus antepasados lo conducen a identificarse con un territorio cuyo nombre ya figuraba en la Biblia: “Sefarad en hebreo quiere decir España. Hoy la palabra designa a España, pero anteriormente a la península ibérica, al conjunto de España y Portugal. Ahora bien, no se sabe con seguridad si el término escrito en el Antiguo Testamento quería decir exactamente España, pero pasó a significarlo muy pronto. Así que quiere decir España”.

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La búsqueda de sus raíces lo conduce a explorar el país, a rastrear lugares para descubrir, más bien imaginar, el sitio preciso donde sus ancestros se habían afincado y donde se vieron obligados a abandonar su hogar en 1492. Tal vez eran de Sevilla. De allí las caminatas por el antiguo barrio judío, hoy Santa Cruz, que lo guían hasta los restos de un antiquísimo cementerio, relegado a un rincón en un estacionamiento subterráneo del centro histórico. Esas indagaciones por los confines de Sefarad lo encaminan hacia un vagabundeo interior, a hundirse en los recuerdos, en la historia familiar, en su herencia cultural, en el sentimiento de duelo por la muerte del hermano en un accidente en España y la posterior desaparición del padre. Situaciones disímiles que lo llevan a recurrir a tonos narrativos diferentes, derivados de las características de cada etapa de su recorrido: “Sí, es un libro intimista por momentos. Creo que también es divertido, que tiene humor, ironía. A veces es más sombrío, más triste, porque lo que narro es trágico. Cuando hablo de la Inquisición no puedo hacerlo en términos de humor porque corresponde a algo vivido como una verdadera tragedia. Pero en el camino me pareció indispensable ser intimista, hablar de mi familia, simplemente porque se imponía en mi relación con España. Era importante hacerlo, debido a la música que escuchábamos en casa, a las canciones, a los valores, a todo lo que ha sido el legado de la cultura sefardita. Evidentemente, la transmisión se realizó sobre todo durante la infancia, en mi círculo familiar. Por lo tanto era normal evocarlo, no era gratuito, era necesario”.

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Por diversas razones, el intimismo no ha sido algo fácil ni evidente para Pierre Assouline. Ha llegado a este punto por fases, paso a paso, como la culminación de un proceso. “Pienso que un escritor, en todo caso yo, no puede expresar este tipo de intimismo sino a la edad que tengo hoy. Hace treinta años me lo hubiera prohibido totalmente, incluso hace veinte años. Sólo me autoricé a hacerlo un poco en Las vidas de Job y ahora me lo he permitido ampliamente. Pero no antes. Por una parte, por pudor. Pero la verdadera razón es que cada libro corresponde a un estado, a una situación, a un instante preciso en el momento de escribirlo y en el momento de publicarlo. Por lo tanto, simplemente, necesitaba alcanzar una suerte de madurez afectiva pero también literaria para autorizármelo”.

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En la narración, el novelista echa mano de un recurso de larga tradición en la literatura española, empleado corrientemente por los cronistas de Indias y más tarde por Cervantes. Cada capítulo es subdividido en secciones, introducidas por frases descriptivas de la situación que se va a narrar en líneas generales. Una especie de ayuda al lector. A la antigua: “Es un préstamo a El Quijote, una obra que no me abandona desde hace mucho tiempo. Esos subtítulos en cada capítulo permiten avanzar, de una manera que les es propia, dan un poco el tono, la pauta, de la narración. Es por eso que su presencia es importante”.

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El autor menciona la obra de Cervantes en repetidas ocasiones a lo largo del libro y precisa por qué: “El Quijote no es sólo literatura española, es la matriz de toda la novela europea moderna. Es esencial. Es una obra que cambió la visión del mundo de mucha gente, tanto de los escritores como de los lectores”.

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La escritura, el hecho de escribir Regreso a Sefarad o cualquier otro libro, el reto que ello significa, parece contribuir a la felicidad del autor. Al menos así lo sugiere en el texto. Pero las cosas en el fondo no son tan fáciles desde este punto de vista como parecen, como en todo hay una ambivalencia: “La escritura es una felicidad, sí, pero al mismo tiempo es un sufrimiento. Es ambas cosas. Nunca es la una o la otra. Hay una interpenetración de las dos. Para mí, escribir es un momento exaltante pero hay instantes en que físicamente es difícil, muy difícil, y en lo moral, uno duda plenamente. Hay que ser fuerte para resistir todo eso”.

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Los objetivos

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En su evocación del destino de los sefarditas, Pierre Assouline se circunscribe al ámbito español y a lo sumo de Europa y la cuenca mediterránea. No menciona a los conversos que lograron escapar a circunstancias adversas emigrando a Indias durante la conquista y colonización de América. Tampoco se detiene en recuerdos o descripciones de su Marruecos natal, pese a su lado mediterráneo, que para él es un término que implica a África del Norte, una región donde se enraizaron muchos de los judíos exiliados. No se trata de un olvido: “Es voluntario. Como me siento muy europeo, mi perspectiva es muy europea. Estoy muy ligado a Europa, pese a que tengo una fibra muy mediterránea. No por ello mi pasaporte ha cambiado, sigue siendo un pasaporte europeo. En muchos aspectos mi enfoque es europeo. Así que esto está muy presente”.

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Desde el principio del libro, las intenciones del escritor son claras. Más allá de cualquier lector, interesado en el tema o en el autor, o en los dos a la vez, la obra tiene destinatarios específicos y metas bien definidas, en un espíritu de solidaridad: “Por supuesto, y sobre todo, no lo escribí solamente para rencontrar las trazas de mi familia. Lo hice con el objetivo, por una parte, de ayudar a los sefarditas que están en búsqueda de sus orígenes, que lo hacen con confianza pero que no logran comprender y, por la otra, está dirigido a cualquier persona que esté en busca de identidad”.

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Desde luego hay una voluntad de honrar a los expulsados y a las víctimas de la Inquisición: “Les rindo homenaje porque se les puso ante una disyuntiva muy difícil. Es decir, quedarse y ser quemados, convertirse o huir en unas condiciones tan dramáticas que los niños morían en el trayecto. ¡Fue terrible!”.

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En apariencia el objetivo principal de la obra, el motor que lanza al autor por las rutas de la España contemporánea y de la Sefarad medieval, así como de su propio imaginario, es la recuperación de una nacionalidad. Y, de allí, pasar a la obtención del pasaporte español. Pero en el momento de poner punto final a su libro y luego de conversar con él, Pierre Assouline aún no lo había logrado. Pareciera que las cosas no son tan idílicas como lo dejaban suponer los discursos oficiales, el de Felipe VI en especial: “Me tocó un notario quisquilloso, bastante reaccionario, que da largas al asunto porque creo que no tiene mucha prisa en ver regresar a los sefarditas”.

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Las dificultades se presentan ciertamente porque el antisemitismo nunca ha dejado de existir. Pero también, en el terreno de la creación novelesca, porque Assouline increpa al rey, al final de la obra, para exigirle que revoque el decreto de expulsión de los judíos, promulgado por los Reyes Católicos, todavía vigente. Da la impresión, en todo caso, de no estar dispuesto a aceptar la nacionalidad española así como así, que impone sus condiciones: “No sé si llegaría a eso. Es por eso que yo llamo a mi libro una novela, porque ello me permite terminar con un gran final, con un gesto como ese, con un requerimiento, una orden. Pero a un rey no se le piden cuentas. Es una manera de hablar. No hay que tomar todo demasiado en serio”.

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Efectivamente, la ficción es la ficción.

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FOTO: Pierre Assouline es autor de las biografías de Georges Simenon, Henri Cartier-Bresson. En Regreso a Sefarad narra su reencuentro con la tierra de sus ancestros. /Cortesía: Editorial Gallimard.

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