Rulfo, el fin del escándalo

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En 1986, a la muerte de Rulfo, Domínguez Michael escribió estos apuntes que ahora rescatamos

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POR CHRISTOPHER DOMÍNGUEZ MICHAEL

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Sólo a un artista de la estatura de Tolstoi se le puede permitir que grazne contra Shakespeare.

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No ha dado la hora, acaso no llegue, de una “desmistificación” de Juan Rulfo.

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El mitógrafo se volverá mito.

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De lo rulfiano pasaremos a lo rúlfico, como hablamos de lo homérico.

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El llano en llamas (1953) y Pedro Páramo (1955) son, a medio siglo de su aparición, el fin de una retórica y el nacimiento de una mitología.

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Un mito moderno es tardío por necesidad. De la fantasía vernácula al dictado poético, Rulfo retrató una sociedad vetusta y al revelarla —fotógrafo al fin— la veló, dejando impresos sus murmullos.

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Desengañémonos, pues Rulfo se alejó pronto de la literatura mexicana. Pertenece al Empíreo (o al Hades) de los Poetas de la novela. Vive, donde quiera que esté, con Cervantes y Defoe, Balzac y Stendhal, Tolstoi y Dostoievski, Galdós y Clarín, Proust y Joyce.

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Habemos de conformarnos con dar a Pedro Páramo las añejas virtudes del poema como teogonía.

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El poema rúlfico depende de una dualidad mítica creadora de la civilización como culpa: la destrucción de la comunidad agraria y la fatalidad del poder absoluto.

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Rulfo funda Comala intuyendo que no hay otros paraísos que los paraísos perdidos. Tras cada ciudad moderna hay una aldea fantasma que no existió pero a la que concedemos las virtudes del edén.

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Y Pedro Páramo, el padre de todos los hijos, se derrumba como un montón de piedras.

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Cumplido el parricidio queda la orfandad, madre de la imaginación profana de los modernos.

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Rulfo, como se sabe, no volvió a publicar. En este caso, el resto no es literatura, sino crítica.

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No me preocupa que una obra feble como la suya haya creado una enorme industria académica. El destino del mito es su infinita interpretación.

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Gilgamesh, Enkidu y los Infiernos son sólo la tablilla XI de los relatos sumerios, cosecha escasa con la que se reconstruyó aquella civilización fluvial. Quizá la obra de Rulfo sea, en cinco milenios, un genoma útil para armar el acertijo de los mitos y los sueños del Extremo Occidente.

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En cuanto a la leyenda del ex escritor y su silencio, nada hay que agregar. Julien Gracq protestó en su día contra la publicidad centenaria del “escándalo Rimbaud”, recordando que en otros tiempos el voto de silencio era tolerado o inadvertido. No era infrecuente que el cortesano, el hombre de fe o el artista abandonaran el siglo para morir silenciosamente en el monasterio o la residencia rural.

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Durante años importunamos a Rulfo por haberse atrevido a callar cuando decidió que ya lo había dicho todo, como si al poeta teogónico pudiese medírsele con la vara de la abundancia, esa superstición moderna.
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Juan Rulfo (1917-1986) ha muerto. El escándalo ha terminado.

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FOTO: Portadas de El llano en llamas, en la edición de Lecturas Mexicanas (1983) y Pedro Páramo, en edición de Anagrama (2006)

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