Sexo, drogas y zona de confort

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La efeba salvaje, nuevo libro de cuentos del escritor coahuilense es un muestrario de su particular estilo narrativo y una colección de sus fórmulas más que probadas

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POR RODRIGO MENDOZA

Carlos Velázquez es un cuentista despreocupado que parece pasarla en grande mientras escribe y que, por ello, busca contagiar al lector de su mirada corrosiva de la vida. Es un autor que no le teme a la exposición de sus obsesiones ni de sus propias adicciones. Al contrario, parece hacer uso de ellas de forma consciente y burlona para nutrir sus creaciones. Además, uno de los factores que distingue la escritura de Velázquez es su desinhibido manejo del lenguaje coloquial, lo que remarca la juventud y entusiasmo de su obra. Así, su prosa fluye de manera más natural mientras más palabras altisonantes integra en su discurso. Lo más loable, quizás, es que ese desfile soez no entorpece la lectura de sus relatos. Al contrario, probablemente no serían lo mismo sin él.

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Velázquez también tiene la habilidad de regodearse entre lo grotesco y lo despreciable para, encima, reírse de ello. Los personajes masculinos en La efeba salvaje, su nuevo libro de relatos, son viles y cínicos. Hay un desfile de hombres acosadores, envidiosos, perezosos y herméticos que no ven más allá de su nariz. Las mujeres, por otro lado, son víctimas de su propia sensualidad y del dominio que establece su contraparte sobre su vida y su cuerpo. El escritor se atreve a pregonar un desprecio, tal vez demasiado evidente, por los personajes de algunos de sus cuentos, sobre todo si son varones y ceden ante sus tentaciones o perecen por sus defectos. Esto demuestra que es un autor al que no le agrada consentir a sus personajes y que no le teme a la manipulación dolorosa de sus creaciones.

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Pero de una u otra forma, el escritor se las ha ingeniado para hilvanar casi todos los relatos de La efeba salvaje alrededor del sexo o el alcohol, frustrando así sus propias capacidades. Parece que, para él, la naturaleza del ser humano se rige por estos dos elementos, lo cual, acaso, no sea del todo desatinado, pero que deja la sensación de un cuentista que se está encasillando. Casi siempre se pueden encontrar en Velázquez las consecuencias de la sexualidad, ya sea escasa o rebosante. El cuento que le da nombre al libro aborda la trágica hipersexualidad de una conductora de televisión que se ve perseguida por la mayoría de los hombres con los que trabaja, especialmente por su jefe, un acosador que se cree intocable y cuya caída en desgracia resulta por demás absurda en los niveles cómicos que sólo Velázquez sabe conjugar. “Muchacha nazi” exacerba ese desprecio que el autor siente por sus personajes y nos hunde en una espiral caótica de sexo y drogas, en un mundo de juventudes perdidas y existencias desdichadas. En la misma línea “This is not a love song”, es la historia de un hombre cuyo futuro matrimonio peligra debido a su mórbida obesidad y que, de nuevo, saca carcajadas a través de la desgracia ajena.

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A pesar de que el escritor nacido en Torreón nunca deja de divertir con estos relatos, uno se pregunta por qué decidió dedicar mayormente este libro al sexo, a la morbosidad y al alcohol —como la fotografía en la portada lo confirma— si mientras menos se centra en ellos y mientras más se abre a la exploración de otros temas, mejor construye sus narraciones. Ahí está “Mundo Death”, una visión particularmente interesante sobre la relación entre la muerte, el duelo, el miedo, las relaciones interpersonales y los impulsos sexuales. Con el relato “Stormtrooper” se acerca al temor machista de verse inferior ante el éxito del otro, en este caso anidado entre un repartidor de cervezas y un vendedor de suplementos alimenticios y cuyo desenlace es una muestra de ese estilo cínico y duro de su autor. “El resucitador de caballos”, acaso el mejor de todos, en una agradable tesitura western, consigue introducir elementos fantásticos a una narración sobria y francamente diferente a lo que Velázquez nos tiene acostumbrados.

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El problema de La efeba salvaje es que no se acerca a una reflexión sobre los temas que más explora: la sexualidad, las adicciones o la eterna lucha entre los defectos humanos. Se trata, más bien, de una simple exposición, eso sí, salpicada del humor ácido de su autor. Uno termina de leer cualquiera de los relatos de este libro y parece no conservar nada más que un divertimento grato, sí, pero acaso intrascendente a pesar de sus destellos de originalidad. Es un entretenimiento digno y efectivo para cualquier viaje corto, pero no le alcanza para ser una obra que renueve la prosa de su autor o que incluso le signifique un reto narrativo considerable. Y quizás lo más preocupante es que La efeba salvaje ni siquiera intenta alcanzar algo de lo anterior. En lugar de eso, parece reflejar una zona de confort en la que Carlos Velázquez ya parece haberse asentado.

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Así, La efeba salvaje se convierte en un producto desigual: por un lado, el escritor mantiene su misma línea de relatos ácidos con los temas que le conocemos y que francamente no aportan mucho a su bien posicionada carrera como cuentista, pero también se atreve, aunque sea muy brevemente, a rebasar sus propios obstáculos narrativos conformados por la repetición de situaciones y personajes para alcanzar terrenos que son agradables de visitar de vez en cuando en la narrativa de un autor que todavía tiene a su favor la juventud y un intacto sentido del humor.

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Foto: La efeba salvaje, Carlos Velázquez, México, Sexto Piso, 2017, 136 pp. / Especial

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