Sion Sono: el encanto de la anarquía

May 24 • Miradas, Pantallas • 4044 Views • No hay comentarios en Sion Sono: el encanto de la anarquía

 

MAURICIO MONTIEL FIGUEIRAS

 

Arriesgado, carnavalesco, desmesurado, extravagante: estos son sólo algunos adjetivos que se pueden y deben aplicar al director y poeta japonés Sion Sono, uno de los talentos esenciales del cine de finales del siglo XX y principios del XXI. Nacido en 1961 en Toyokawa, ciudad de la prefectura de Aichi, Sono mostró su precocidad al debutar a los 17 años en terreno literario y a los 29 en territorio fílmico con Bicycle Sights (1990), película rodada en 16 milímetros y dirigida, coescrita y protagonizada por él mismo que fue un éxito de taquilla en su país natal y lo catapultó al circuito de festivales tanto asiáticos como europeos. Con una obra visual que rebasa los 25 títulos entre largometrajes, mediometrajes, cortometrajes y episodios para teleseries, Sono se ha abocado a construir un estilo corrosivo y decididamente iconoclasta que da una indispensable vuelta de tuerca a las convenciones de la narración cinematográfica y reta al espectador con relatos que son verdaderos puñetazos temáticos a la manera de Takashi Miike y Shinya Tsukamoto, otros célebres inconformistas de la pantalla grande en Japón. Cinco ejemplos bastan para ilustrar la heterodoxia turbadora y rabiosa de Sono: Suicide Club (2002), cinta de culto que inicia con la autoinmolación de 54 colegialas en la estación de metro de Shinjuku en Tokio y que junto con su espléndida secuela, Noriko’s Dinner Table (2005), traza un mapa punzante de la alienación y el Angst juvenil en el orbe actual; Strange Circus (2005), auténtico delirio plástico en el que el abuso sexual, el homicidio y el incesto se mezclan con una interesante reflexión sobre los dispositivos de la narración literaria; Cold Fish (2010), thriller que acude al tópico del asesino en serie para explorar las anomalías que oculta la cotidianidad, y The Land of Hope (2012), primera película que ficcionaliza la devastación causada por el terremoto y el tsunami que sacudieron la costa noreste de Japón en marzo de 2011, incluido el colapso de la central nuclear de Fukushima.

 

A la producción inquieta de Sono se añade ahora Why Don’t You Play in Hell? (2013), prueba palmaria de que el caos organizado puede rendir buenos frutos. Diseñado como un experimento lúdico desde el propio título, este nuevo despliegue de excentricidad narrativa y visual quedará ya como uno de los grandes metafilmes del tercer milenio: una inteligente puesta en abismo sobre el acto de hacer y ver cine. Haciendo clara su intención de parodiar y subvertir el yakuza eiga, género dramático que retrata las andanzas de la mafia nipona, Why Don’t You Play in Hell? finca dos hemisferios: en el primero se mueven los Fuck Bombers, un grupo de jóvenes empeñados en realizar películas de bajo presupuesto que puedan convertirse en obras maestras —“La obsesión por el dinero es lo que está matando al cine japonés”, dice el líder del grupo en algún momento—, mientras que en el segundo se desarrolla la pugna entre los clanes criminales Ikegami y Muto. A esta última familia pertenece Mitsuko (Fumi Nikaido), la “niña de luz” cuyo nombre es todo un ritornello para Sono —así se llaman otras mujeres en cintas anteriores, entre ellas Suicide Club, Strange Circus y Cold Fish— y quien desde pequeña se vuelve el objeto del deseo para el jefe del clan enemigo. Trazando un arco temporal de diez años, el periodo que pasa en prisión la mujer de Muto por matar a cuchilladas a tres asesinos del bando contrario, Why Don’t You Play in Hell? reúne sus hemisferios con habilidad hasta hacerlos empatar en una masacre yakuza que es filmada por los entusiastas Fuck Bombers. Orquestado con enorme potencia y desparpajo, el baño de sangre final cumple una doble función: renueva las posibilidades de la matrioshka narrativa —la película dentro de la película— y reformula la violencia como un juego en el que siempre habrá perdedores. Para Sion Sono el cine es un carnaval en el que todo cabe sabiéndolo acomodar, y su obra entera transmite el feroz e indiscreto encanto de la anarquía.

 

*Fotografía: Still de “Why Don’t You Play in Hell?”, un despliegue de excentricidad narrativa y visual./ ESPECIAL

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