Un espacio conquistado

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Diez dramaturgas y directoras de escena comparten sus experiencias sobre los retos que han enfrentado: los avatares económicos y la competencia, sin olvidar sus compromisos y reservas con el feminismo

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POR VERÓNICA BUJEIRO

Representada desde sus inicios, ya sea como la diosa creadora, la musa intangible, la madre atribulada, la guerrera, la hija, la amante idealizada y un sin fin de roles que ubican esquemáticamente su papel dentro de la humanidad, la presencia real de la mujer en la historia del teatro ha sufrido un lento transito hacia la visibilidad y la validación de sus capacidades artísticas. Cada espacio tomado por estas pioneras de la actuación, la escenografía, el vestuario, la dramaturgia, la iluminación ha representado sin duda una conquista de la cual las generaciones presentes y por venir nos hemos visto beneficiadas, pues el camino que podemos transitar es gracias al esfuerzo monumental de sus pasos. Dentro de estos roles que hacen posible la vida en el escenario, se puede afirmar que la dirección de escena es uno de los terrenos más recientes en los que las mujeres de teatro han ido tomando su lugar, no sin una considerable carga de conflictos sociales y personales, en los que la autoridad de una mujer padece, como en cualquier posición de mando, cuestionamientos y obstáculos que evidencian la lucha diaria en contra de usos y costumbres de difícil desarraigo.

 

Las directoras mexicanas de hoy en día son herederas de una tradición que comienza a manifestarse en el papel de la artista-empresaria encarnada por Esperanza Iris, Virginia Fábregas, María Teresa Montoya y se va prefigurando en Luz Alba, reconocida como la primer mujer directora en México, así como con Nancy Cárdenas, Martha Luna, Lola Bravo, Soledad Ruiz, María Alicia Martínez Medrano, Mireya Cueto, Raquel Araujo, Jesusa Rodríguez, Ángeles Castro, Lorena Maza y tantas otras que han acometido la dirección de escena como una lenta conquista por un espacio que les corresponde por derecho propio.

 

Raramente cuestionadas de cómo y cuándo llegaron a la dirección escénica, las creadoras aquí reunidas fueron captadas en plena e intensa actividad laboral y sus testimonios resultan una suerte de drama coral en el que se entretejen experiencias similares, interrogantes y divergencias ante lo complicado que resulta ser mujer en un mundo de costumbres atávicas, que no sólo conciernen al medio artístico, y en donde ante todo existe el empuje de una pasión y entrega por compartir una visión en la escena que ayude a entender el plano completo que conforma la realidad en la que todos los seres humanos convivimos y habitamos.

Entre las obras que ha dirigido Silvia Ortega Vettoretti está Fiebre 107 grados, de Silvia Peláez, sobre la vida de pareja de la poeta estadounidense Sylvia Plath y el poeta británico Ted Hughes./ Especial

 

 

Claudia Ríos (Ciudad de México, 1965): Yo pienso que fui muy afortunada, porque cuando yo empecé a dirigir muchas mujeres ya habían abierto brecha como Nancy Cárdenas, Martha Luna, Jesusa Rodríguez, Alejandra Gutiérrez, Lorena Maza, que es mi contemporánea, pero ya llevaba un trabajo adelante de mi, Nina Serratos, Susana Wein. Muchas mujeres que ya se habían dado encontronazos con un sistema complicado.

 

 

Juliana Faesler (Ciudad de México, 1965): Yo comencé a dirigir desde muy chiquita. Mi mamá es escenógrafa y artista plástica y siempre tuvo mucho contacto con el teatro, especialmente con Julio Castillo y después en el Teatro Blanquita cuando los directores mexicanos hicieron teatro popular. En la escuela yo dirigía obras de teatro todo el tiempo y después entré profesionalmente como iluminadora. De ahí me fui pasando a la dirección y al diseño del espacio escénico.

 

 

Lydia Margules (Ciudad de México, 1968): Mi trayecto en tanto directora comenzó cuando fui asistente de dirección de Ángeles Castro. En ese momento me motivó la urgencia de saberlo todo del quehacer teatral. Recuerdo una avidez insaciable de verlo todo, saberlo todo, hacer todo lo que estuviera implícito en el teatro.

 

 

Silvia Ortega Vettoretti (Ciudad de México, 1971): Cuando comencé a dirigir había un estilo de dirección fálico, viril, un arquetipo masculino poderoso, en el que estábamos todos formados y una tenía luchar para cambiar el paradigma. Luego descubrí que se puede ser suavecita, tierna, imaginativa y conciliadora y se puede dirigir con toda visión y contundencia. Era claro que no había referentes de otros estilos de dirección, menos de mujeres. En esos años (los distantes años noventas), una mujer no encuadraba con aquella “figura de autoridad” y eso nos restó oportunidad a muchas a quienes nos tocó ferozmente ganarnos los espacios a batalla de romper prejuicios.

 

 

Karina Hurtado (Guadalajara, Jalisco 1973): Yo disfruto mucho el estar en escena como actriz, pero llego un punto en mi vida en el que necesitaba hablar sobre algunos temas, quería explorar en la escena, construir cuadros vivos, vomitar mis pesadillas. Soy una pintora frustrada, así que mi primer motivo fue el deseo de construir mundos tal y como los sueño.

 

 

Angélica Rogel (Ciudad de México, 1974): Nadie me dijo nunca que el dirigir teatro fuera exclusivo de hombres. Sin embargo en mi entrenamiento, como actriz, eran sólo hombres quienes me dirigían. Más adelante pude coincidir laboralmente con Las Reinas Chulas y con Cecilia Lemus y ese encuentro me abrió los ojos, no era todo un mundo masculino. Así empecé a buscar mi lenguaje, mi lugar en el teatro. Descubrí lo mucho que me gustaba contar historias desde su ensamblaje.

 

 

Gabriela Ochoa (Monterrey, Nuevo León, 1975): Antes de dirigir, tenía la inquietud de probar en escena situaciones de carácter visual que imaginaba. Pero no me concebía como directora, pues las obras leídas no me provocaban el deseo de querer montarlas. En una gira de un monólogo de máscara en el que actuaba, me dio apendicitis y me prohibieron actuar por varios meses. Ahí decidí que pondría orden a las imágenes escénicas que me inquietaban y fue como empecé, tanto a escribir como a dirigir.

 

 

Mónica Jasso (Monterrey, Nuevo León, 1979): Cuando estudié la Licenciatura, la mayoría éramos mujeres, casi todas con intenciones de ser actrices. Diez años después, cuando cursé la Maestría en Dirección Escénica en la ENAT, la mayoría eran hombres, directores ya con cierta trayectoria. Lo obvio es que de acuerdo a estas dos experiencias dedujera simplemente que las mujeres en el teatro se ligan a la actuación y los hombres a la dirección, y que hay desigualdad, pero yo lo veo como un problema histórico: antes no dirigíamos, nos estaba vedado, y ahora lo hacemos cada día más.

 

 

Laura Uribe (Ciudad de México, 1984): Básicamente lo que me motivó a dirigir es que como actriz yo no me conformaba con la idea de interpretar personajes o interpretar discursos de un director que por lo general tenían una visión muy masculina. Fue ahí que empezó mi conflicto. Yo me dije: “bueno o me busco mis propios espacios para crear o voy a tener que subordinarme a los discursos de otro” y fue así como comencé, más en el terreno de la autodirección, es decir el actor como su propio director. Más tarde continúe de forma autodidacta y con mi primera obra gané el Festival Internacional de Teatro Universitario en 2011.

Mónica Jasso llevó a escena La vida es sueño de Pedro Calderón de la Barca./ Enrique Gorostieta

 

 

Si el teatro difícilmente exenta de drama a quien se adentra en sus telones, las directoras de teatro en México se enfrentan a diario no sólo al reto creativo y económico de levantar una producción, como sus pares masculinos, sino a la dificultad de asumir una posición de mando en la que histórica y culturalmente no se les ha ubicado, pero en el que paulatinamente son aceptadas gracias a la acogida que ofrecen las batallas previamente ganadas o el salir bien librada de los escarpados terrenos de lo cotidiano.

 

 

Claudia Ríos: La verdad es que no he tenido dificultades con respecto a que los hombres me pongan barreras, ni los técnicos ni los funcionarios, aunque de pronto sí me he encontrado con actores que desconfían de una mujer, pero son los menos. Quizás tiene que ver con mi personalidad que es muy fuerte. Nunca he sentido discriminación, pero como actriz un día llegué a un ensayo con mis dos hijas y el director me dijo que no podían estar ahí. Sentí horrible y ahí me quedó muy claro que mientras que mis hijas fueran chiquitas era mejor que yo fuera directora, porque de alguna manera yo tenía el poder de poner mis reglas y de organizar los ensayos, también en función de ser mamá y criar a mis hijas yo sola. Esto último ha sido lo más difícil que he enfrentado como mujer.

 

 

Silvia Ortega Vettoretti: Al inicio de mi carrera los técnicos me decían: “¿Dónde está el director?” y cuando les decía que yo era la directora me costaba mucho que me hicieran caso. Tuve que pegar unos gritos, que están muy fuera de mi personalidad, para lograr que se pusieran a trabajar. Yo sentí mucho que eso era un asunto de género. Ya después la verdad es que no hubo problemas porque aprendí a presentarme como una autoridad ante ellos, pero es algo que vas aprendiendo en el proceso.

 

 

Lydia Margules: Mi caso contiene un par de variables que se suman a las dificultades de ser mujer en este país: ser lesbiana y hacer teatro conceptual. Con lo cual, nunca he sabido realmente cual de las tres sea la verdadera raíz de las dificultades que he enfrentado. Ante todo la sensación de que cada vez que quiero levantar un proyecto sea como si fuera el primero. Aunque estoy segura de que se trata de un sentimiento compartido con la gran mayoría de los artistas escénicos.

 

 

Karina Hurtado: Como directora es difícil que te tomen en serio. Que se respeten tus decisiones en el foro. Constantemente se te cuestiona cada decisión o cambio. Es curioso porque con los directores hombres todos son más tolerantes. Me han tildado de histérica y puede que lo sea. Trato de no dar importancia a esas cosas, sabía que sería difícil, trabajar en el teatro en general lo es. Así que lo asumo, como también mi derecho a indagar en lo que me interesa y a equivocarme.

 

 

Angélica Rogel: Ser mujer en el mundo artístico tiene sus cosas: debes ser musa, no creadora. Así fue por años. Ahora que hay cada vez más presencia femenina en puestos que antes eran meramente masculinos, creemos haber logrado un gran avance, pero estar presente no significa que a diario no recibamos dos o tres mansplaining para que lo hagamos bien.

 

 

Gabriela Ochoa: Me parece que la discriminación en nuestro ámbito sucede de un modo más indirecto, pero no por eso menos impactante. Es muy difícil que la institución te tome en serio, que te den las mismas oportunidades que le dan a un hombre de tu misma generación y habilidades para programarte en los ámbitos que van a posicionarte y ayuden a impulsar tu carrera como directora. Por poner un ejemplo puedo hablar de las becas del Sistema Nacional de Creadores del FONCA, pocas mujeres son acreedoras de ese apoyo y generalmente son directoras que ya han “demostrado” una trayectoria muy larga, mientras que a los hombres incluso jóvenes, se las otorgan hasta dos o tres veces. ¿Acaso su trabajo es más interesante?

 

 

Mónica Jasso: Históricamente el teatro es pensado y creado por hombres, lo que supone que las mujeres nunca hemos llevado la batuta; veo la inserción de las mujeres en la dirección escénica como un proceso progresivo. A medida que las mujeres vamos tomando conciencia de nuestra identidad dentro de determinada sociedad, a medida que nos reconocemos en ciertos símbolos de nuestra cultura y rechazamos otros, a medida que podemos ir quebrando las reglas (porque vamos tomando conciencia), podemos ir avanzando hacia las primeras filas de la creación teatral porque podemos ir generando otro lenguaje, uno femenino, propio.

 

 

Laura Uribe: Yo considero que he tenido bastante suerte al poder ser una mujer directora, ya que he tenido la oportunidad y se me han abierto muchos espacios. Claro que siempre tengo la sensación de haber llegado después, porque los hombres han abierto ciertos caminos y eso es innegable. La discriminación sólo la he sentido en los teatros institucionales en el trato con los técnicos, ya que es una situación muy incómoda, porque pareciera que tiene que llegar un macho a imponer las reglas para que ellos atiendan.

 

 

El ser mujer implica una posición social e histórica que ha combatido por generar un discurso que pueda distinguirse más allá del estereotipo superficial y limitado a su condición biológica y doméstica con el que se le ha identificado. Enfrentadas al escenario y su capacidad simbólica, las directoras tienen en sus manos la opción de tomar una posición estética que indague en multiplicidad que embarga lo femenino o en la completa libertad de abordar cualquier imaginario.

Gabriela Ochoa tomó el reto de escribir y dirigir su obra Sin paracaídas./ Pili Pala

 

 

Claudia Ríos: Hablar desde lo femenino, me abre muchos cuestionamientos, empezando por ¿qué es lo femenino? Yo soy muy grandota, muy fuerte y para mí localizar lo femenino es ser fuerte, ser valiente. Valores que no siempre se identifican con la femineidad. Aunque en una investigación hecha en el CITRU señalaron que yo manejaba una estética en mis puestas en escena en las que ponía a la mujer en el centro. Eso me hizo pensar que es algo que yo hago de manera inconsciente, pues finalmente todo viene de ahí, pero no a nivel temático. A mí lo que me lo que me conmueve es lo frágil, lo desvalido que podemos estar los seres humanos. Por eso me interesan las obras del ser humano puesto en batalla. Obras muy fuertes, pero abordadas desde una fragilidad que yo no pienso como masculina ni femenina, sino simplemente humana.

 

 

Ana Francis Mor (Ciudad de México, 1973): Me importa mucho una narrativa visual, una estética, no solamente un discurso que tenga que ver con colocar a las mujeres en una posición de poder. Evito a toda costa los lugares comunes referentes a los típicos roles en los que la literatura universal, que en realidad es una narrativa súper masculina, nos ha colocado. No me gusta tener personajes como la madre que se la pasa sufriendo, la esposa que se la pasa sufriendo por el güey que nunca volvió, a menos que sea para burlarme de eso. Trato de poner a mujeres poderosas, mujeres en otros roles, haciendo unas otras cosas distintas a lo que siempre ves. Fuertes físicamente, con otro tipo de habilidades. Siempre estoy buscando eso en los temas y en el trazo escénico, es decir en como colocas a las mujeres de forma poderosa en la escena, para que no sean un objeto de belleza, para que sean personajes con un nombre propio, con fuerza, con presencia, con historia.

 

 

Angélica Rogel: Ser mujer no me hace buscar lo femenino en mis montajes, eso es una decisión, una búsqueda personal. Podría dirigir sin importarme la temática o la estética de lo femenino. Yo he ido descubriendo la fuerza de mi género gracias al teatro, he encontrado dramaturgias que ya no me atraen, y otras que me muestran el rol de la mujer antes o ahora y que me parece importante subrayar. Hay algo en los personajes femeninos que me llama y se va fortaleciendo con los años.

 

 

Silvia Ortega Vettoretti: Recuerdo que me molestaba ver los cuerpos femeninos en escena de muchos de los directores, las imágenes que proyectaban a mí no me identifican en lo absoluto, ni sus cuerpos, ni sus arcos narrativos. Yo trabajo consciente y racionalmente sobre hablar del discurso femenino no por una cuestión politizada de género, sino por hacer una concepción escénica, un discurso con un contenido, una visión distinta con la que yo y otras mujeres podamos identificarnos.

 

 

Mónica Jasso: El teatro me cautivó por su cualidad de extraordinario, porque ofrecía la posibilidad de habitar fuera de lo cotidiano y uno siempre desea huir de lo habitual de lo ordinario. Lo común es vivir en un mundo donde predominan los valores masculinos, lo extraordinario es que en el mundo de la creación eso puede cambiar; para mí, el campo creativo es el lugar de las grandes batallas de la reflexión sobre mi propia condición, aquí vengo a explotar todas las bombas para ver si de los restos –si de la ruina– surge algo más profundo. Dice Elfriede Jelinek que la mujer no puede decir “yo”, porque el “yo” femenino es siempre múltiple; a diferencia, el hombre puede decir “yo”, porque es un sujeto no intercambiable.

 

 

Laura Uribe: He tenido una búsqueda temática para hablar desde lo femenino, especialmente en mis primeros unipersonales en donde se abordaba el tema del cuerpo, porque en ese momento yo tenía o esa pregunta en la cabeza sobre la constitución del cuerpo de la mujer y lo que nos lleva a aceptar y querer el cuerpo que tenemos. Como estética yo apelo mucho en la construcción de mis procesos a desarrollar algo que parte desde lo femenino y para el cual de hecho tengo toda una poética que nombro como “sistema vaginal” por su potencia creadora y por la incógnita que despierta algo que está dentro, oculto y posee una capacidad desestabilizadora, multi orgásmica.

Laura Uribe se encargó de llevar a escena El matrimonio Palavrakis, de Angélica Liddell. / Especial

 

 

Hay un fantasma que recorre al tema de la mujer en todos los ámbitos y es la instancia por dejar de ser considerada como una minoría. Para subsanar esta falta de presencia, por una visibilidad necesaria, surge el tema de la cuota de género como una demanda no exenta de polémica, puesto que el pertenecer a un género no tiene por qué asegurar un poder o la seguridad de un espacio, aunque paradójicamente la historia demuestre lo contrario.

 

 

Juliana Faesler: No lo puedo asegurar, pero sí creo que existe una mirada sesgada sobre el trabajo creativo de las mujeres en el teatro, ahora se ha abierto mucho y la cuota de género es muy importante. Sí se tienen que abrir esos espacios y cuando menos sentar un precedente, porque va así solito y poco a poco no se van abrir. No se trata de talento porque hay muchas mujeres con muchísimo talento que no han tenido espacio porque no han sabido cómo luchar, porque no se les ha dado la oportunidad.

 

 

Lydia Margules: Me parece que no debería ser una “cuota de género”, sino paridad directamente. La idea de cuota de género es un tanto tímida considerando la situación.

 

 

Silvia Ortega Vettoretti: Lo más complicado del campo de la dirección escénica para una mujer de teatro es hacerte visible. Se llama a directores jóvenes ambiciosos y talentosos para abrirles espacios para que puedan desarrollarse y emprender el vuelo. No pasa lo mismo con las mujeres directoras. Nosotras debemos demostrar primero que somos buenas para que se nos abran los apoyos. Hay un retraso absoluto en cuanto al seguimiento que damos a nuestras propias artistas escénicas. Eso ha ido cambiando, pero es agotador. Lo cierto es que cuando surge una propuesta de cuotas de lo que sea, es porque hay segregación. Punto. Y entonces la cultura tiene la obligación de cambiar. Ya no se puede ser retrógrado en este sentido.

 

 

Ana Francis Mor: Me parece que la cuota de género es fundamental, las cosas tienen que cambiar hasta que no tengamos un panorama claro de cuáles son los discursos y las narrativas de las mujeres en el teatro.

 

 

Angélica Rogel: Las cuotas me parecen peligrosas; nos quejamos de tanto hombre que está ahí solo por ser cuate, amigo u hombre. Y ahora ¿estaríamos en esos puestos sólo por ser mujeres? ¿Queremos eso? Me parece que queremos ser escuchadas, vistas. Que se sepa que existimos, y que de ahí, haya equidad.

 

 

Mónica Jasso: Pienso que el problema de las mujeres en un medio históricamente masculino es complejo, y no tiene una solución simple e inmediata. Podemos imaginar que la exigencia de la cuota de género puede resolver parte del problema, tal vez, aparentemente; o quizá el sustituir hombres por mujeres solo sea una reiteración del mismo sistema patriarcal pero con mujeres. No sé. Parece un círculo vicioso porque, por otro lado, ¿cómo se puede desarrollar una oficio si no hay oportunidades para hacerlo?

 

 

Sin lugar a dudas el camino recorrido por estas eminentes creativas difiere de sus pares masculinos por cuestiones culturales que impactan en el medio laboral artístico. Y si bien siempre resulta fascinante conocer qué sucede en los entretelones de la creación artística, para valorar justamente el camino que recorren las ideas y el trabajo diario hacia el escenario, al producto final (la obra) el espectador concurre y goza meramente por el valor intrínseco de sus propuestas artísticas. La creación no distingue géneros. Cabe esperar que el sistema cultural que la produce y sostiene tome nota de ello.

 

 

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