Tres estampas cervantinas

Oct 18 • destacamos, Miradas, Música, principales • 2692 Views • No hay comentarios en Tres estampas cervantinas

 

POR IVÁN MARTÍNEZ

 

Redondeado por el ciclo de las 32 sonatas para piano de Beethoven por Rudolph Buchbinder, la edición 42 del Festival Internacional Cervantino (FIC) tuvo en su primer fin de semana lo más destacado de su programación musical. Atrás quedaron las ediciones en las que los banquetes eran ofrecidos cada fin de semana; en esta además se ha visto limitada la oferta a un puñado de nombres y propuestas que, mexicanos o ligados al quehacer nacional y aun incuestionables, no suponen suficiente atractivo para lo que debería ser el espacio de las grandes excepciones. Ante la añoranza de algunos públicos por las vastas coberturas mediáticas del pasado, observaría yo la ausencia de las grandes orquestas visitantes o de producciones operísticas de gran formato.

 

Teniendo por delante la visita promisoria de un grupo de nicho, el Ensamble Intercontemporain, y la justa presencia de los dos artistas jóvenes de quizá mayor actividad en nuestra escena, la soprano María Katzarava y el pianista Abdiel Vázquez, quedan las siguientes tres estampas de singular excepción.

 

El Cuarteto La Catrina es uno de esos grupos formados por mexicanos y desarrollado lejos de la patria de los que, a pesar de su trayectoria, poco se escucha aquí: son grupo en residencia en la Universidad Estatal de Nuevo México y al Grammy obtenido el año pasado junto al Cuarteto Latinoamericano por el doble cuarteto de Francisco Mignone, sumaron hace unas semanas la nominación por el Segundo Cuarteto de Jalil Guerra.

 

El sábado 11 en el Salón del Consejo Universitario de Guanajuato, ofrecieron una versión bastante sabrosa y franca del Cañambú de Eduardo Gamboa como obertura, para luego ejecutar dos obras comisionadas para ellos por el Symphony Space de Nueva York: el Cuarteto número 2 de Roberto Sierra en su estreno mexicano, apegado al estilo de sonoridades latinas deconstruidas y ritmos irregulares que siempre ha acogido el compositor, ahora con un tratamiento más elaborado de su contrapunto aunque con la arquitectura ligera utilizada siempre en sus movimientos breves; y el estreno absoluto del Cuarteto de Carlos Sánchez Gutiérrez, una pieza en tres movimientos concentrados más bien en crear atmósferas por encima de las formas, sin demérito de una escritura profunda y rica expresada sobre todo en su movimiento intermedio.

 

Antes de concluir su programa con el Cuarteto en fa menor op. 80 de Mendelssohn, que ejecutó con gran virtuosismo camerístico, un fraseo limpio y uniforme y que acaso pudo sólo ser interpretado con mayor libertad y cantábile en su tercer movimiento, el cuarteto ofreció otro estreno mundial, comisionado por el FIC: el Cuarteto de cuerdas, con furia, de Marcela Rodríguez; un ejercicio mínimo e insignificante sobre el uso de glissandos y trémolos.

 

El sábado 11 por la noche, Juan Carlos Lomónaco llevó al Teatro Juárez a la Orquesta Sinfónica de Yucatán para ofrecer un programa dedicado a Rachmaninoff en lo que suponía el clímax sinfónico del festival: su apoteósica y extensa Segunda Sinfonía. Me gusta pensar como punto climático también de la carrera que ha llevado la OSY bajo su batuta. Un escenario como el FIC parece idóneo para demostrarse, medirse y, en mucho, la orquesta lo logró, pues tocaron con frenesí, ímpetus y hasta cierto punto, virtuosismo; al menos hasta donde es posible para una orquesta con las debilidades que ya difícilmente superará cualquier batuta, como la medianía de sus metales o sus mullidas maderas, en una obra de enormes dificultades de variada naturaleza, como son sus demandantes solos, ciertos pasajes que requieren de fino tejido de ensamble y, de parte de su director, un control absoluto de sus músicos y entendimiento del gran arco arquitectónico que son sus cuatro movimientos.

 

Elogiosa ejecución de la que hay que mencionar para el registro un segundo movimiento que pudo sentirse salido de control en ciertos pasajes y un tercero demasiado rápido cuyo entrañable solo prácticamente no le fue escuchado al limitado sonido del clarinetista Paolo Dorio.

 

Antes de la sinfonía, la OSY acompañó al pianista ruso Alexei Volodin un Tercer concierto para piano, en re menor, op. 30 en una de esas versiones que se entienden globalmente; la incisiva pronunciación de su Intermezzo sólo se explica con la fuerza casi violenta, rabiosa, de la sonoridad con que recreó el Finale alla breve.

 

En el mismo Teatro Juárez, al día siguiente, el New London Consort de Philip Pickett ofreció el espectáculo preparado por él y el director de escena mexicano Mauricio García Lozano para la música de Henry Purcell a The Fairy Queen. De polémico pasado como dupla creativa en escenarios mexicanos, no creo participar como abogado del diablo al referirme a esta como la “reivindicación” “operística” de ambos, pero si en ocasión del Don Giovanni de Mozart Pickett pecó al meterse con un repertorio alejado a su especialidad, está ahora en los terrenos que mejor conoce.

 

Por su parte, García Lozano ha jugado aquí un rol más completo al responsabilizarse de la creación escénica de un espectáculo acertado que se acerca mucho más al teatro isabelino y al espíritu shakespeareano de lo que quizá lo fue aquella representación libre al Sueño de una noche de verano a la que Purcell puso música. La reagrupación en dos actos de prácticamente toda esa música puesta en una nueva dramaturgia, da coherencia y sentido al carácter alegórico original y retoma, en primer plano me atrevo a decir, cada uno de sus simbolismos originales. No se trata de una relectura, sino de una recreación. Acertada, moderna y fiel.

 

Del lado musical, se escuchó una ejecución correcta, sin ser virtuosa; a pesar de las trompetas con difícil emisión, un violonchelista de dudosa afinación y un par de cantantes más bien mediocres, debe quedar el elogio al trabajo destacado de las sopranos Faye Newton y Penélope Appleyard, y sobre todo, del tenor Robert Sellier.

 

* Fotografía: El New London Consort interpretó en el Teatro Juárez obras de Henry Purcell / Cortesía FIC

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