Umberto Eco: el banquete de Acapulco

Feb 27 • Conexiones, destacamos, principales • 9967 Views • No hay comentarios en Umberto Eco: el banquete de Acapulco

POR MIGUEL SABIDO 
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Como director del Instituto de Estudios de la Comunicación Humana me tocó diseñar con don Eulalio Ferrer el Primer Encuentro Mundial de la Comunicación en 1974. Partimos de que por las mañanas y ante un público estudiantil de miles de personas, dos de los grandes teóricos de la Comunicación dialogarían y aceptarían preguntas del público; por la tarde, dos de los grandes comunicadores prácticos intercambiarían puntos de vista delante del público y, por las noches, se celebrarían cenas privadas entre todos los participantes para analizar la experiencia del día. Todas las actividades serían grabadas, con excepción de estas cenas. Además, yo presentaría oficialmente mi Teoría del tono en la comunicación humana aplicada a la telenovela Ven Conmigo, la primera de las telenovelas sobre las reformas educativas que ya por entonces discutía Jacques Delors en el seno de la Unesco, dedicada a la educación para adultos.

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Los teóricos fueron el doctor Wilbur Schramm representando a la escuela norteamericana y el doctor Abraham Moles a la europea. Entre los teóricos también estuvieron Marshall McLuhan, Robert Lindsay, Jacques Fauvet, Jean Louis Servant-Schrieber, José Luis López Aranguren, Kenneth Galbraith y… Umberto Eco. Por otro lado, los prácticos eran Roman Polanski, Liza Minnelli, “Cantinflas”, Sergio Leone, Joaquín Rodrigo, “Pelé”, Amalia Hernández y el grupo “The 5th Dimension”.

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El primer día, después de que Miguel Alemán gentilmente les dio la bienvenida, Wilbur Schramm abrió las discusiones con una intervención que cuarenta años después sigue siendo una obra maestra de sabiduría y humanismo, seguido por Abraham Moles con unos conceptos revolucionarios como el de la ecología de la comunicación.

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Durante una semana, las discusiones en las cafeterías, en los pasillos y jardines de la sede, en los salones oficiales, en las cenas, eran homéricas. Y Umberto las compartía todas: desde las ocho de la mañana hablaba con estudiantes, a las diez tomaba notas minuciosas en las sesiones oficiales, comía con Liza Minnelli que lo acusaba a carcajadas de estar flirteando con ella, estaba en primera fila de las intervenciones de “Cantinflas” y Polanski. Por las noches, pedía un transporte para que lo llevara al zócalo o a la zona roja para tomar notas.

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Su intervención fue el jueves. Se levantó pausadamente y de repente levantó el índice como niño jugando a los vaqueros y gritó mientras apuntaba a las vacas sagradas de la comunicación que lo miraban como si estuviera loco:

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¡Bam!… ¡Bam!… ¡Bam!… ¡Bam!…
Comunicación… no
Comunicación. Usualmente sí
Pero como sistema de significados!
¡Bam!… ¡Bam!… ¡Bam!… ¡Bam!…

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Y se quedó callado un segundo viendo a Moles y a Schramm y a McLuhan, que lo contemplaban asombrados. Yo empecé a reírme y, afortunadamente, decenas de estudiantes también. De repente, cambió y se convirtió en el docto profesor de Semiótica de la Universidad de Bolonia. Empezó a dibujar rápidamente en un rotafolio dividido en tres partes: inglés, italiano y español. Inició una cátedra magistral: “Tenemos aquí un muy conocido diagrama sobre los procesos de comunicación: un emisor que a través de un medio, digamos mis órganos fonatorios, el micrófono emite una señal, ésta viaja a través de…” Y siguió deslumbrante y magnífico…. “Por significación quiero dar a entender el acoplamiento de un sistema que clasifica elementos significativos en elementos significantes; y por comunicación entiendo el proceso que se hace efectivo por la existencia de un código compartido hasta un cierto punto, tanto por el emisor cuanto por el receptor… sin embargo, ese funcionamiento es tan simple que resulta infinitamente complicado…. los gestos, las expresiones de las caras, la vestimenta, interactúan entrelazadas con palabras, imágenes y sonidos… cuando tomamos en cuenta, en este problema, los medios de comunicación masivos el problema se vuelve un laberinto…” Wilbur Schramm sonrió. Umberto estaba empezando a decir lo que él había dicho con deslumbrante sabiduría el primer día: “el receptor hace lo que quiere y puede con el mensaje.” Junto con Moles, contradecía los paradigmas que habían regido la comunicación hasta ese momento. “Se dice que los medios masivos no transmiten ideologías, sino que son en sí una ideología. En uno de mis libros califiqué este fenómeno como apocalíptico”. Durante más de una hora, Umberto siguió impartiendo su extraordinaria cátedra de Bolonia por la que había sido reconocido mundialmente: contaba anécdotas, hacía chistes, abría los brazos entusiasmado, señalaba a los miles de estudiantes que lo observaban absortos, volvía locos a los intérpretes de cabina. “La comunicación ya no es un instrumento para producir artículos económicos. Se ha transformado en sí en un bien económico que se puede comprar y vender. Ahora es una industria. Ahora es una industria pesada”. Y esto lo dijo hace ¡más de cuarenta años! Siguió adelante, deleitando a algunos y escandalizando a otros. “De esta manera el mensaje no deberá considerarse como una unidad semiótica lineal y monodimensional. Es más bien un tejido que resulta de la interacción de códigos sociales y expuesto a diferentes interpretaciones sobre la base de distintas segmentaciones del contenido cultural”. Los publicistas que asistían con un séquito de “copy writers” se pusieron pálidos: era un golpe directo a la taxonomía de las clases a, b, c y d que ellos usaban de manera dogmática. Umberto estaba explicando por qué la mayoría de las campañas publicitarias fracasan. “Cuando se llevan a cabo encuestas o investigaciones y se descubre que tal público no ha entendido tal o cual mensaje, puede ser que sí lo haya entendido pero se niega a verbalizarlo a nuestra manera o, quizás, ha institucionalizado su reticencia por un mecanismo cultural de auto exclusión”. ¡Increíble! Umberto estaba hablando del problema gravísimo de México, esquizofrénico por quinientos años: ¿cómo comunicarse con los indígenas? Después de casi dos horas terminó gloriosamente: “Así se podrá transformar al receptor en un nuevo emisor. Probablemente entonces los procesos de comunicación dejarán de estar parados sobre sus cabezas y empezarán a pararse sobre sus pies”. La ovación fue atronadora.

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El viernes por la noche se dio una mesa redonda de resumen entre los participantes en la que yo participé y donde sucedió un incidente asombroso. Hablé de que el objeto del diseño de don Eulalio y mío había sido: encontrar la manera armónica de unir la Teoría de la Comunicación con su práctica de forma tal que pudiéramos establecer hipótesis comprobables que nos permitieran realmente saber cuál era el efecto que producían los programas en cada individuo de la audiencia y qué podíamos hacer para que cada programa lograra un beneficio social comprobado sin perder ni un punto de “rating”. Moles, Fauvet y Eco sonrieron asintiendo. McLuhan permaneció imperturbable. Moles, amablemente, me preguntó: “Usted es un teórico, Miguel, y se me han informado que es usted un brillante escritor de telenovelas sobre la historia de México, las produce y dirige. Sin embargo, nos ha presentado su Teoría del Tono en una mesa de teóricos ¿Cómo lo logra?” Contesté agradecido: “Creo que es obligatorio que los productores y escritores profesionales aprendamos la labor de establecer un marco teórico tomando en cuenta todas las brillantes teorías que se han presentado estas mañanas para que se pueda medir no sólo el resultado cuantitativo sino el cualitativo también. Y que los teóricos nos acompañen en el proceso de generar la comunicación”. “¿Aprender a escribir telenovelas?”, bromeó Fauvet. “No exactamente –contesté– pero sí escucharnos, entrar en los estudios, conocer nuestros problemas, guiarnos para aprender a distinguir entre el efecto cuantitativo que privilegia solamente el ʻratingʼ del efecto cualitativo que puede modificar el sistema de valores y por tanto la conducta. Y enseñar las conductas benéficas a la sociedad”. McLuhan interrumpió: “A mí eso no me interesa”. Todos lo vieron con asombro y Umberto dijo: “¿Cosa?” (¿Qué?) “Yo soy un filósofo de la comunicación. Pensamiento abstracto. La práctica de usted no me interesa”, dijo sin una sonrisa. La verdad yo me encabroné: “Señor McLuhan, admiro muchísimo el ingenio de sus frases: la aldea global, el dinero es la tarjeta de crédito de los pobres, el medio es el mensaje, etc… pero querría saber cómo, tan ingeniosas frases le podrían servir a los productores del mundo entero para hacer telenovelas que combatan efectivamente la explosión demográfica, la pobreza extrema, la agresión ecológica de nuestra aldea global, programas cómicos que no caigan en la degradación tonal, noticieros que le enseñen pautas de pensamiento y análisis claras a la audiencia en los códigos en los que hablaba el profesor Eco y todo ello sin perder ʻratingʼ?”

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Me contestó en un tono gélido: “No lo sé y no estoy interesado en saberlo”. Umberto dijo sonriendo:“Pues yo sí… cuando des con la fórmula mágica me gustaría conocerla”. Al salir a la cálida noche acapulqueña, Umberto me pasó el brazo por los hombros. “Sei fortunato porque tienes los dos punti di vista: sei hacedor de comunicación y teórico de comunicación. Tienes razón mientras no se unan la teoría y la práctica de la comunicación, los dueños de los canales seguirán siendo los dueños de los países porque seguirán defendiéndose diciendo que los medios solamente entretienen. ¿Sabes? Fue un buen encuentro. Todos aprendimos mucho”. Se río alegremente: “Me gustó mucho eso de pasar de la teoría a la práctica. Quizás cuando vuelva a Roma le pida a Fellini trabajo o a Giorgio Strehler como actor o escriba una novela semiótica con múltiples lecturas”. Y la escribió: seis años después y se llamó El nombre de la rosa, uniendo su deslumbrante capacidad teórica con su deslumbrante capacidad de creador.

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FOTO: El semiólogo italiano Umberto Eco redactando su intervención en la sala de prensa del Encuentro Mundial de la Comunicación, celebrado en Acapulco en 1974/ Cortesía: Miguel Sabido

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