Una bella filosofía de la vida

Mar 21 • Lecturas, Miradas • 2658 Views • No hay comentarios en Una bella filosofía de la vida

 

POR GUILLERMO VEGA ZARAGOZA

 

 

Lo primero que ha de venirle a la cabeza a cualquier lector común de nuestro país cuando escucha juntas las palabras “novela”, “thriller” y “Brasil” es el nombre de Rubem Fonseca. Y eso, sobre todo, porque el autor de Grandes emociones y pensamientos imperfectos recibió el premio Juan Rulfo de la FIL de Guadalajara en 2003 de manos de nada menos que de García Márquez y porque su obra ha sido publicada consistentemente por su editorial mexicana como su buque insignia.

 

Fonseca es una excepción, una rareza, porque desde hace años en el lamentable medio editorial latinoamericano no es viable que los lectores de un país sepan qué es lo que están escribiendo sus vecinos. Si a eso le sumamos el idioma, es aún más difícil que nos enteremos de lo que está sucediendo en el caso de la vigorosa literatura brasileña. Tenemos que conformarnos con una que otra antología publicada por alguna universidad, o muestras sueltas, desperdigadas por aquí y por allá, en revistas, suplementos, blogs o páginas web. Por eso es de agradecer que Editorial Océano haya decidido publicar dos libros de Marçal Aquino, autor que retoma la estafeta de Fonseca y se ha lanzado hacia adelante con su primera novela El invasor, publicada originalmente en 2002 y que hasta ahora aparece en español.

 

Nacido en Sao Pãulo en 1958, periodista deportivo y de nota roja y guionista cinematográfico, Aquino se inició como poeta y ha publicado varios libros de cuentos, como O amor e outros objetos pontiagudos (2000), Faroestes (2001) y Famílias terrivelmente felices (2003), y luego de El invasor, las novelas Tu cabeza tiene precio (2003) y Yo recibiría las peores noticias de tus lindos labios (2005, publicada en español en 2014, también por Océano).

 

La crítica de su país destaca que la prosa de Aquino se caracteriza por una intensa relación con la realidad, cuyas huellas inmediatas incorpora a la literatura, retratando de manera descarnada la vida en las grandes ciudades, sobre todo el submundo de las clases sociales más bajas. En su prosa predominan las cuestiones relacionadas con la violencia urbana con un lenguaje realista y objetivo, muy cercano al periodismo.

 

Todo esto se corrobora al leer El invasor, una “rápida novela de suspense” —como las llamaba Patricia Highsmith— que cuenta una historia de manera vertiginosa y trepidante: dos ingenieros, Iván y Alaor, deciden contratar a un sicario para deshacerse de Esteban, socio mayoritario de la constructora que los tres fundaron hace tiempo; dado que los primeros han entrado en tratos con funcionarios corruptos del gobierno, Esteban quiere sacarlos de la empresa. Anísio, el matón, cumple su trabajo eficiente y limpiamente, pero empieza a entrometerse de más en la vida de los amigos, quienes pronto la verán convertida en un infierno.

 

Iván, el narrador, es un exitoso y nervioso hombre de clase media con un matrimonio destrozado por el aburrimiento: “Cecilia y yo nos dimos cuenta que nuestra relación había fallecido, pero ninguno de los dos reaccionó. Hay cadáveres que, por razones que ignoramos, no se descomponen. Y no habiendo mal olor que perturbe a los vecinos, no hay necesidad de llamar al Instituto Médico Legal”. En tanto, Alaor, desparpajado y de sangre más liviana, idea el plan para deshacerse del socio incómodo, recurriendo a sus contactos en el bajo mundo, donde ha invertido a fondo, pues es accionista de un exclusivo puticlub.

 

Es evidente la impronta que la prosa de Aquino tiene con el lenguaje del cine. Cada uno de los 15 breves capítulos de la novela están armados como secuencias cinematográficas de las que ha sido desterrado lo innecesario, reforzadas con descripciones precisas y diálogos contundentes. De hecho, la historia de El invasor fue concebida en 1997 y en 2001 el cineasta Beto Brant —con quien Aquino ha colaborado en varias ocasiones— la llevó a la pantalla en forma un tanto diferente, donde pone más énfasis en la historia de Anísio. En la novela, Aquino se concentra en el punto de vista de Iván, apretando la narración para hacerla aún más asfixiante. El planteamiento del autor es ya clásico de la novela negra: el hombre común que se mete en un atolladero, del que no sabemos si podrá salir ileso. Pero ya sabemos que eso es sólo un pretexto, pues de lo que se trata es de exhibir la podredumbre del mundo, la selva en que se ha convertido la sociedad moderna (¿o es que siempre ha sido así y nos seguimos sorprendiendo con ello?). Cuando Iván intenta zafarse del plan para eliminar al socio, Alaor lo recrimina por su inocencia: “Métete una cosa en la cabeza, Iván: Esteban no es una perita en dulce. Si se lo permitimos, pasaría encima de los dos con un tractor. Lo haría a la menor oportunidad, compadre”. Y más adelante: “En el fondo esa raza quiere tu carro, Iván. Quieren tu puesto, tu dinero y tu ropa. Quieren cogerse a tu mujer, ¿me entiendes? Y lo harían a la menor oportunidad. Eso es lo que vamos a hacer con Esteban: vamos a aprovechar nuestra primera oportunidad antes de que él lo haga primero”. Iván le responde: “Tienes una bella filosofía de la vida”.

 

La eficacia de Aquino en esta novela radica en que a pesar de que está situada en el Brasil contemporáneo, se trata de una historia intemporal sobre el mal que anida en el alma humana, la deslealtad, la pérdida de la inocencia y la inescapabilidad de las consecuencias de los actos cometidos.

 

Quizá la única inconsistencia que se le pudiera objetar a El invasor es cierta inverosimilitud en el planteamiento del narrador en primera persona: si Iván es tan observador que se fija hasta en el ralo bigotillo del capataz de la construcción, ¿cómo es posible que no se hubiera dado cuenta antes de que Alaor era socio de un burdel y, sobre todo, un redomado hijo de puta sin escrúpulos? Es cierto, a veces, uno puede pasar 20 años durmiendo con la misma persona y sorprendernos cuando nos enteramos de que nos ponía el cuerno con todo el equipo de futbol, pero en el caso del protagonista de esta novela su compinche era todo, menos discreto. En fin, siendo magnánimos, podríamos conceder que Iván es un paranoico despistado que por poner atención a minucias se pierde de lo principal y en ello radica su tragedia: andar por la vida con los ojos cerrados, o peor: viendo sin ver.

 

Con todo, El invasor prefigura al potente novelista que se revelará un par de años después en Yo recibiría las peores noticias de tus lindos labios, publicada también por Océano, donde sus virtudes como narrador están puestas al servicio de una historia de amor que se desarrolla como un thriller. ¿O es que todas las historias de amor son precisamente eso, un relato de suspenso?

 

Para finalizar, hay que destacar la agradeciblemente limpia traducción de Lourdes Hernández Fuentes, que prescinde de los gachupinismos que suelen propinarnos las editoriales españolas a la hora de querer trasladar el habla de la calle.

 

 

Marçal Aquino. El invasor. Océano, México, 156 pp. La puerta negra

 

 

*”El invasor” forma parte de la colección La puerta negra, de editorial Océano / Foto: Especial

« »